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sábado, 5 de febrero de 2022

El reverso de la verdad (64)

Arnauld se había puesto en marcha pronto, a las ocho en punto. Tenía que viajar hasta el mismo lugar al que había ido Andrei, para detenerlo y llevarlo ante su jefe. Era una suerte que se hubiese ido al campo. Allí podía engañar a esos policías pueblerinos y hacer desaparecer a Andrei de los archivos policiales. La noche había estado bien, pero la mañana había sido más dura. No había ni podido desayunar en condiciones, y ahora no le interesaba parar en ninguna estación de servicio. Tenía que dar con Andrei lo antes posible, pero tampoco podía correr. Además tenía que hacer una parada en un sitio. Era inevitable. Su futuro dependía de ello, por eso, cuando llevaba ya unas horas de viaje, salió de la autopista y tomó una carretera menor. 

Tenía que cruzar un par de pueblos, por eso, cuando pasó por encima de un badén, pudo escuchar un golpe en el maletero de su coche. Arnauld lanzó un improperio, pero siguió conduciendo. No podía mirar el maletero en ese momento. Al salir de la población buscó un camino, que le llevó a un lugar apartado, una arboleda, donde pudo parar el coche, quedando totalmente fuera de la vista. Se apeó y abrió el maletero.

Dentro había dos bultos. El primero, seguía inmóvil, estaba rodeado por un plástico, la cortina de la ducha del cuarto de baño del dormitorio. Envolvía el cuerpo del muchacho, que estaba completamente blanco. Permanecía desnudo, la ropa la había usado Arnauld para envolver lo que quedaba de su cabeza, que él mismo había destrozado a batazos. El arma, limpia de sus huellas, también estaba junto al cadáver. Cualquiera que lo encontrase, podría pensar en un enterramiento antiguo, sí no fuera por la cortina de la ducha. El guerrero con su atuendo y su arma. Le habría parecido gracioso a Arnauld, si no fuera que estaba con el agua hasta el cuello. En ese paquete había metido varias pesas y sabía un buen lugar para lastrarlo hasta la eternidad.

El segundo bulto se movía, pero eso era fácil, porque estaba vivo o más bien viva. La muchacha se movía intentando soltarse de las ataduras que mantenían sus manos en la espalda e impedían que sus piernas se movieran. Parecía una presa americana de cadena perpetua, aunque a ella no le importaría llevar el mono naranja, ya que estaba desnuda y el frío la estaba matando. Una mordaza le impedía hablar. Tenía todo el cuerpo lleno de moratones y en la cara había heridas con sangre coagulada. El ojo derecho estaba inflamado y casi negro. Alguien se había divertido mucho con su cara, alguien que ahora mantenía la tapa del maletero abierta con una mano. 

-   ¿Quieres más, querida? -murmuró Arnauld, con una voz sibilina-. Aquí no nos verá nadie. Puedo seguir con lo que he dejado antes.

La muchacha intentó alejarse de él, pero por culpa de las ataduras no se podía mover. 

-   Entiendo que eso quiere decir que no -prosiguió Arnauld, dando a entender que la muchacha le había respondido-. Tengo que hacer un par de asuntos, así que te agradecería que estuvieses calladita y sin intentar nada. Pero si no estás dispuesta a ayudarme, tal vez tenga que decirte adiós cuando le digamos adiós a tu amigo, ¿no crees?

La respuesta de la muchacha fueron oíbles, pero no entendibles, ya que la mordaza impedía que se comprendiera lo que decía la joven, Solo unos ruidos guturales. Arnauld tuvo que interpretar a su manera. 

-   ¡Ah! ¡Espera! Ya sé lo que te pasa -dijo Arnauld, desapareciendo por unos minutos, hasta que regresó con algo en las manos, que dejó caer sobre la muchacha-. Lo que pasa es que tenías frío. No se puede ir desnuda por ninguna parte, te puedes enfermar. Ahora descansa en silencio o…

Arnauld no siguió la frase, sino que se dedicó a extender y tapar a la muchacha con la manta. Pero para dar más énfasis a su amenaza, presionó en una parte del cuerpo de la muchacha, dónde había un moratón importante. El cuerpo de la muchacha se crispó junto a un gemido de dolor. Arnauld cerró el maletero, esperando que ya no molestase más. Regresó al interior del coche y se puso en marcha. Aún le quedaba un trecho para el pantano elegido. Allí, se desharía del muchacho, una tumba acuática para la eternidad. Luego encargarse de Andrei y por último, tener unas palabras con la muchacha. esperaba de todo corazón perdonarla, ya que le gustaba, pero tenía que entender lo mucho que le había hecho daño con sus acciones.

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