Seguidores

martes, 22 de febrero de 2022

Falsas visiones (4)

Rufo consiguió controlar la loca cabalgada de Fortis tras unos minutos angustiosos que al joven le parecieron horas. Sabía bien que no era bueno forzar a su caballo así, su padre y su tío se lo habían dicho desde que era niño. Además hacía ya un rato que parecía haber dejado atrás, en la oscuridad, a Varo. Sabía que debía permitir a su amigo que le alcanzase. Debían estar juntos, si lo que temía su padre se cumplía. Por culpa de la oscuridad, no sabía bien donde estaban. Apretó el rostro y aguzó lo que veían sus ojos. Necesitaba también el resto de los sentidos. Pronto, con el caballo al paso, distinguió el ruido de otros cascos. De la oscuridad salió Varo con los caballos con los suministros.

-   ¡Detente! -gritó Rufo, para evitar que Varo le rebasase o le golpease.

Varo tiró de las riendas debido al grito y al poco vio a su amigo, que avanzaba a poca velocidad.

-   Menos mal que has detenido a Fortis, sino no os alcanzamos -dijo Varo, intentando parecer alegre y poco preocupado.

-   Cabalgar como un loco es la peor estrategia posible -sentenció Rufo-. Es mejor bajar el paso. Por lo menos para saber por dónde estamos.

-   Creo que nos acercamos al puente del río -indicó Varo, señalando a un punto en la oscuridad.

El río que pasaba por allí era muy caprichoso y casi rodeaba a la hacienda. Llegaba desde el noroeste, pasaba por el norte de la hacienda y parecía seguir hacia el este. Pero a unos kilómetros daba una serie de curvas y tiraba hacia el suroeste. La calzada que iba hacia Legio estaba al otro lado de ese río. Por ello, se había levantado un puente, uno sencillo de madera, sobre unos pilares de roca. Era lo suficientemente robusto para que los carros de mercancías, con los productos de la hacienda pudieran cruzarlo, pero dudaba que lo fuera para otras mercancías mucho más pesadas.

-   En ese caso debemos cruzarlo, para tomar la calzada -indicó Rufo-. Vamos, pero alerta. Ya has oído el informe del esclavo y lo que ha dicho mi padre, podrían intentar rodearnos.

-   Alerta ya estamos -aseguró Varo, que puso su yegua al mismo paso que Rufo.

Se fueron aproximando con cuidado hacía el puente. Había árboles que tapizaban las riberas del río y que ocultaban el puente. Pero al igual que ellos no veían el puente, si había alguien allí, tampoco les verían hasta estar demasiado cerca. Y eso les vino bien a ellos, pues detectaron el olor a quemado antes de que se aproximasen demasiado. Luego fue el resplandor de unas fogatas y después las voces de algunas personas. Rufo detuvo su montura y Varo le imitó.

-   ¿Cántabros? -preguntó Varo intentando aguzar el oído y la vista.

-   Eso parece -contestó Rufo, sin tenerlas todas consigo-. Parecen que los han colocado ahí para evitar que nadie escape de la hacienda. Puede que no sea un levantamiento al uso. Parecen más organizados.

-   ¿Qué hacemos? ¿Buscamos otro paso? ¿Regresamos? -inquirió Varo.

-   Son una docena y parecen más entretenidos en beber y reír -indicó Varo, algo que parecía verdad. Los allí reunidos estaban tumbados en la hierba y se divertían. Parecían demasiado ociosos y despreocupados. Solo había uno parado sobre el puente y parecía estar mirando al cauce. Tal vez esperaba que algo saliese de las bravas aguas-. Si nos lanzamos con las lanzas en ristre, les podremos pasar, creo que no se lo esperan.

-   ¿Estás seguro?

-   No, pero es nuestra única opción -negó Rufo-. Creo que esperan que mi padre mande a algún esclavo, por eso no están formados. No esperan guerreros a caballo. Creo que han menospreciado a mi padre. Y ese es su gran error. Además no hay ningún paso seguro en kilómetros a la redonda y no podemos volver sobre nuestros pasos o alejarnos de Legio. Cuanto más tardemos, peor para los de la hacienda. Valor, amigo. Vamos.

Rufo bajó la lanza hasta ponerla horizontal y su montura empezó a avanzar. Varo le imitó y se colocó junto a él, chocando las rodillas. Los caballos empezaron a ganar velocidad mientras se acercaban al río. Los cántabros solo se percataron del peligro cuando tuvieron encima a los jinetes. Se lanzaron lo más alejados del camino de los caballos, para evitar sus pesados cascos, rodando por el suelo. Solo el guerrero del puente intentó imponerse a Rufo y Varo, pero no llevaba ni escudo ni lanza. La punta de la de Rufo se clavó en el pecho del hombre, que parecía joven, no de más edad que ellos. Por la fuerza de los caballos, el cántabro pareció engancharse en la lanza, cayendo hacia atrás, pero al hacerlo, la propia punta rajó la carne y se liberó. El joven guerrero cayó al suelo y los caballos le pisotearon, cruzando el puente. El resto de los cántabros llegaron vociferando, pero solo pudieron rodear a su compañero caído, pues los caballos habían cruzado y ya se alejaban, de vuelta a la oscuridad de la madrugada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario