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martes, 15 de febrero de 2022

Falsas visiones (3)

Los tres salieron de la vivienda y cruzaron el patio en dirección a los otros edificios que formaban la hacienda. A la izquierda de la villa, estaban las casas de los esclavos, así como las de los siervos libres, como Atello y Marco. A la derecha de la villa se encontraban los establos. Frente a la entrada principal estaba el camino de entrada, una calzada bordeada de altos cipreses. Más alejadas de estas construcciones, la hacienda tenía los establos del ganado, vacas y cerdos, gallineros, conejeras, los grandes almiares y otros almacenes. Además tras la villa, había un riachuelo, y allí había varios talleres y molinos, todos accionados por la fuerza del agua.

Unos esclavos permanecían con cuatro caballos ante el establo. Dos caballos habían sido ensillados, mientras los otros llevaban arneses de los que pendían alforjas con los suministros para una cabalgada de una semana, que es lo que les distanciaba de Legio. Un esclavo se encargó de sujetar las lanzas, para que Rufo y Varo se montasen en sus caballos. Para sorpresa de Rufo, el caballo que habían elegido era el de su padre, Fortis, su semental negro. La cabalgadura era inmensa, poderosa, pero leal. Tan pronto Rufo estuvo sobre él, este lo había aceptado como su jinete. Aunque tal vez fuera porque Fortis sabía que era el hijo de su dueño. Tampoco habían elegido mal caballo para Varo, una yegua de pelaje rojizo, muy veloz. El esclavo les devolvió las lanzas.

-   Parece que tengo ante mí a dos miembros de las poderosas turmae -Rufo escuchó la voz de su padre, y por tanto miró hacía donde provenía la voz. Se aproximaba su padre, vestido con su vieja armadura de tribuno, con toda la magnificencia de un alto oficial de los ejércitos de Roma. Tras él iba Atello, que también podía verse su grado de orgullo ante lo que veía.

-   He hecho lo que he podido, mi señor -aseguró Marco-. Pero son hijos de prominentes soldados y les quedan bien las armaduras.

-   Has hecho lo que debías, Marco -afirmó el padre de Rufo, que le tendió una bolsa de lana a su hijo-. Aquí tienes el mensaje a tu tío. Debes entregárselo en mano, a nadie más, ¿entendido?

-   Sí padre -asintió Rufo, tomando la bolsa y guardándola en una de las alforjas de su montura.

-   No os detengáis por nada, no confiéis en nadie hasta estar ante Arvino -advirtió el padre-. Son tiempos peligrosos si lo que dice el viejo Scapula es cierto. Debéis marcharos ya.

-   Padre… -comenzó a decir Rufo, cuando el estrépito de pasos le cortó.

Uno de los esclavos de su padre había llegado a la carrera. Tenía el rostro desencajado, con una mueca de terror.

-   ¿Qué pasa? -preguntó el padre.

-   Mi señor, hay hombres al otro lado del río, muchos -informó el esclavo.

-   ¿Qué tipo de hombres? -inquirió el padre.

-   Parecen guerreros o bandidos, mi señor -dijo el esclavo.

-   Entiendo -se limitó a decir el padre, mientras pensaba-. Reúne a todos los hombres de la hacienda. Lleva a las mujeres y los niños a la villa. Marco, Atello, prepararos. Y vosotros, marchad ya.

-   ¿Pero padre? -intentó hablar Rufo.

-   No hay peros, idos ya -ordenó el padre, con cara de pocos amigos, pero al ver el rostro de su hijo, añadió-. Este mensaje debe llegar a Arvino. Si en verdad ha habido un levantamiento la Victrix debe aplastarlos. No hay tiempo de sentimentalismos. Debéis marcharos ya, antes de que crucen el río y nos rodeen. Pero no temas por tu padre. Estoy rodeado de viejos soldados. No moriremos tan fácil. Ve y trae a la Victrix. Vete ya, hijo mío. Los dioses y mi cariño te protegen. ¡Ve!

Sin que Rufo pudiera evitarlo, su padre dio una palmada a Fortis, que como entendiendo las órdenes de su antiguo dueño, se encabritó. Lo que hizo que Rufo se sujetara mejor a las riendas para no caerse. El caballo salió disparado. Varo enganchó las riendas de los caballos de carga y siguió a su amigo, tras despedirse de su padre con un ligero movimiento de cabeza.

El padre observó como su hijo y Varo recorrían la calzada de los cipreses hasta que la oscuridad los tragó. Entonces se volvió hacia la villa, debía organizar la defensa de esta, para esperar a su hijo y a su hermano, siempre que los dioses se lo permitieran.

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