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sábado, 26 de febrero de 2022

Aguas patrias (77)

Don Rafael tuvo que toser para que don Bartolomé saliese de su asombro. Miró a don Rafael que señalaba algo en su ropa. Al seguir lo que indicaba su dedo, vio el puro manchando sus calzones o más bien quemándolos. Golpeó el calzón con la mano para quitar el puro y la carbonilla que estaba destrozando la tela de los calzones. 

-   Bueno, viejo amigo, el capitán te ha hecho una petición -indicó don Rafael-. Tendrás que responderle algo. 

-   Sí… yo.. bueno… -don Bartolomé no conseguía articular palabra. 

-   No me digas que vas a rechazar al único pretendiente serio que ha venido en años -dijo serio don Rafael. 

-   ¡Esteban! ¡Esteban! -gritó don Bartolomé, y cuando llegó su criado añadió-. Esteban, que mi hija venga aquí ahora mismo. 

-   Sí, don Bartolomé -asintió Esteban.

Los tres hombres siguieron en silencio hasta que llegó Teresa. 

-   Hija mía, el capitán me ha pedido tu mano -anunció don Bartolomé-. Es un buen hombre y no le negaría la petición. Pero quiero saber si estás enamorada de él. Porque si no hay amor, no será un matrimonio triste y a la larga una vida encadenada para ti, hija mía. 

-   Si ese es tu temor, padre, yo quiero a Eugenio -aseguró Teresa-. Le amo. 

-   Vaya -se limitó a pronunciar don Bartolomé, que miró a Eugenio y luego a don Rafael.

Estaba seguro de que su viejo amigo estaba detrás de esta petición. Sabía bien que don Rafael se habría metido para llevar a cabo la promesa que le había hecho a su difunta esposa, antes de que esta les dejase. Sabía que tenía que encargarse de buscarle un buen esposo a Teresa, ya que su mujer tenía por seguro que él no iba a ser muy hábil encontrando tan buen pretendiente. 

-   Pues en ese caso, capitán, no me puedo negar -anunció don Bartolomé, poniéndose de pie-. A mis brazos, yerno.

El capitán, un poco asombrado se dejó abrazar por don Bartolomé, que parecía contento. Incluso dentro de él empezó a sentir un ardor de felicidad. No se había esperado que don Bartolomé asintiera con esa facilidad o más bien docilidad. 

-   Bueno, pues habrá que pensar en la fecha de la boda -prosiguió don Bartolomé tras separarse de Eugenio. 

-   Creo que lo mejor es que sea lo antes posible -intervino don Rafael-. El capitán debe volver al mar en poco tiempo y será mejor que lo haga como esposo que como soltero ¿No creéis? 

-   ¡Oh, tiene que hacerse a la mar! -exclamó con sorpresa don Bartolomé-. En ese caso, creo que tenéis razón, lo mejor es una boda pronta. Es una suerte que no tengamos demasiados conocidos que invitar en Santiago y la mayoría de los familiares están en la península. ¿Sería inoportuno esperar un par de días? Así me da tiempo a hablar con el padre Damian. 

-   Dentro de dos días, es perfecto, amigo -aseguró don Rafael. 

-   Pues voy a ir mandando las invitaciones, algo sencillo, y tal vez el gobernador sea tan amable de cedernos el palacio para el ágape. ¿Puedes hablar con él, Rafael? 

-   No veo porque no -afirmó don Rafael, que también se puso de pie-. Vayamos al estudio para ir montando todo. Vosotros os podéis quedar aquí.

Tanto Eugenio como Teresa observaron cómo los dos hombres, llenos de vida otra vez, se marcharon de regreso al interior de la vivienda. Los dos, al quedarse solos se acercaron, se abrazaron y volvieron a besarse, como si volviese a ser la primera vez. Eugenio quería mantener ese momento, ese espacio de felicidad, de amor y sentimiento, pues la boda llegaría, pero también su marcha. La escuadra tenía que partir, sí o sí. No sabe cuando se marcharían, pues la misión era casi un secreto, ya que el gobernador quería que los espías de la ciudad no supieran nada. El asunto de Antigua había sido una proeza, los ingleses no se habían percatado, era momento de seguir obrando ese tipo de milagros.

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