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sábado, 12 de febrero de 2022

El reverso de la verdad (65)

Gerard estaba sorprendido, pues pensaba que Arnauld era un grandísimo idiota. Había esperado pacientemente a que el policía se marchase, para limpiar el desaguisado que había provocado. Pero por lo visto, el policía se lo había llevado todo. El cuerpo del muchacho, del que solo quedaba un charco de sangre junto a la cama. La muchacha, que podría estar también muerta. Sin duda los había envuelto en la cortina de la ducha, de la que quedaban algunas argollas aún en la barra. Tampoco había dado con el arma homicida. Se lo había llevado absolutamente todo. Estaba a punto de irse, cuando sonó una melodía. Siguió la musiquita, un tema de David Guetta, hasta encontrar un móvil debajo de la cama. En la pantalla aparecía una fotografía de Viktor. Al final, Arnauld si que se había dejado algo. Con unos pañuelos, tomó el teléfono y los guardó con cuidado. Se lo llevaría a su jefe, él sabría qué hacer con él.

Se dirigió a de vuelta a su coche y se puso en marcha, tenía que llevar lo único que había sacado de la operación, que por la noche parecía tan exitosa y ahora se había diluido bastante, pero aún tenían el móvil, que esperaba que sirviese para algo.


Más cerca de lo que Gerard podía saber, se encontraba la persona que estaba provocando los desvelos de su jefe. El land rover de Markus había salido de la autopista y se dirigía a uno de los polígonos industriales que rodeaban la ciudad. Markus quería hacerse con un par de juguetitos y para ello, iban a ver al mejor suministrador de la ciudad. Pero al contrario que Andrei, Markus sabía demasiado bien donde tenía el negocio y cómo presentarse sin estar invitado. No le había permitido que le llamase al mercader, ya que aseguró que funcionaba mejor si le hacían una visita sorpresa. 

-   ¿Y la policía? -preguntó Andrei, cuando se acercaban a su destino. 

-   Esos idiotas creen que el bar es su lugar de trabajo -ironizó Markus-. Mira Rochambeau, una cosa son los lugares que ellos creen que tienen controlados y otra, los verdaderos negocios. Nuestro viejo amigo dirige todo desde este lugar, donde parece un importador más de lo que allá a su alrededor. Puede entrar y salir del bar sin que la bofia se de cuenta. Ya ves lo inteligentes que son. 

-   Supongo que si todos son como Arnauld, pues puede ser -murmuró Andrei. 

-   ¿Arnauld? ¿Qué Arnauld? -quiso saber Markus. 

-   Arnauld Marcon -contestó Andrei-. ¿No te acuerdas de él? Estaba en el ejército. Su unidad llegaba después de que nosotros termináramos las operaciones. Era de la limpieza. 

-   Esa rata -espetó con disgusto Markus, lo que sorprendió a Andrei-. Ese es diferente al resto de los policías. No tiene honor. Es una serpiente. Es corrupto, pone el cazo con rapidez. Creo que tu enemigo le paga con creces. Pero no sé cómo no te has dado cuenta, en el ejército era igual. Solo se movía si con ello podía obtener el dinero suficiente. seguro que él es quien se ha encargado de que no se investigase el accidente que le costó la vida a tu Sarah. Me juego lo que quieras.

Andrei se le quedó mirando, mientras unía las piezas que le faltaban. Fue muy curiosa su aparición en el funeral. Dijo que se había enterado en el periódico del funeral. Pero él no puso ninguna esquela. Iba a ser una ceremonia privada, solo para familiares y amigos íntimos. Arnauld no era ninguna de las dos cosas. Además recordaba que cojeaba bastante. Nunca le preguntó el porqué. Una duda se había formado en el cerebro de Andrei, una que solo Arnauld podría responder. Ya se encargaría de él, cuando hubiese acabado con Alexander.

Markus condujo hasta un pabellón que estaba rodeado por una valla metálica de dos metros de altura. Pulsó en el telefonillo y esperó. 

-   ¿Sí? 

-   Requiero un arreglo de flores, todas han de ser crisantemos -dijo Markus, ante la mirada sorprendida de Andrei.

La comunicación se cortó, pero al momento la verja se empezó a abrir. 

-   Una clave -dijo Andrei-. ¿Os creéis espías? 

-   Un asesino es como un espía, creo yo -indicó Markus-. Pero la verdad es que es mejor tener claves que nadie vaya a cuestionar. La tapadera de este lugar es ser una importadora de flores. Un poco gracioso, son flores que matan.

Si Markus quiso hacer un chiste, solo se rió él, pues Andrei no salió de su rictus serio. Markus resopló al ver la falta de humanidad que parecía ser la actitud de su compañero de misión. Estaba seguro que cuando estaban en el ejército era más alegre. Cuando la verja se abrió del todo, condujo hasta un portón en la fachada principal del pabellón, que ya se estaba elevando, dejando ver una especie de garaje. Aparcó dentro, según pudo entrar por el hueco dejado por el portón. Cuando este se cerró del todo, por una puerta aparecieron un par de hombres armados, a los que Markus denominó como el servicio de bienvenida del negocio. Le explicó a Andrei que claramente les tendrían que dejar sus pistolas como gesto de buena fe o sino no verían al vendedor de armas. Era un requisito simple pero imposible de incumplir, aquí tenían menos miramientos que en el bar.

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