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domingo, 1 de marzo de 2020

Ascenso (16)

La noche llegó con fuerza y sumió el cielo en su oscuridad. No se podían ver ni las lunas, ni las estrellas, debido a que las nubes lo encapotaban todo. Pero aun así, ya no llovía y por ello, Ofthar había decidido que debían llevarse a cabo los ritos de despedida. Se habían levantado una infinidad de piras de madera a lo largo y ancho del campo de batalla, así como de hogueras rodeando la zona de los funerales como el propio campamento. Un buen número de guerreros habían sido designados para los piquetes de guardia. Solo los heridos y los tharns estaban libres para llevar a cabo los rituales.

Los hombres libres habían sido preparados por sus allegados o sus siervos para su viaje con Ordhin. Los siervos en cambio, apilados tal y como habían caído. Las piras de los siervos eran para varios de ellos, mientras que sus señores, tanto ricos como pobres tenían sus propias piras. De todas ellas, sólo cuatro eran las más grandes. La más cercana al campamento se encontraba la del señor Nardiok, alta y en la que aparte del cuerpo amortajado habían situado flores y armas. Le flanqueaban la de su antiguo canciller, Ofhar, la del líder del clan Isnark, Elthsin y el del clan Urtho, Ragnne. Los siervos se mantenían entre las piras, armados con antorchas, listos para actuar cuando los druidas les dieran la orden.

Ofthar se mantenía ante la pira del señor Nardiok, ya que aunque Ofhar era su padre, ahora él ejercía de heredero de Nardiok y debía despedir a su padre adoptivo, para que las tradiciones y la ley de su señorío de cumpliesen. Junto a él, vestida con las ropas más blancas posibles y adornada con una corona de flores se encontraba Isleyn, la joven viuda del señor Nardiok, que intentaba contener sus lágrimas todo lo que pudiera.

Tras ambos se encontraban todos los prohombres de los tres señoríos, ríos, llanuras y prados, así como los guerreros más importantes, como la compañía de Ofthar, la guardia personal de Ofthar con su capitán, Rhennast a la cabeza, y algunos líderes más, tanto de clanes como de grupos militares.

Unos cánticos fueron la forma de llegada de Alffyn y el resto de druidas. Los cánticos eran una llamada a Ordhin para que recibiera a los muertos en su reino, impidiendo a Bheler que se quedará con las almas de los fieles de la luz. Los druidas se fueron separando, para abarcar el mayor número de piras posibles y como si fueran uno solo, repitieron los salmos, una vez que Alffyn los pronunciaba.

-       ¡El gran Ordhin, el gran padre acoge a sus buenos y leales fieles! -comenzó Alffyn y repetían el resto de druidas-. Siguen el camino de los puros hacia la luz y la gran casa de Ordhin. Le llaman sus antepasados, con las jarras llenas de cerveza, para saciar su sed. Los siervos de Ordhin mantienen alimentados los fuegos de los lares, donde las mejores piezas de carne esperan para saciar el hambre de los fieles. Las madres y las esposas esperan a los que las vieron partir. Los jóvenes y solteros recibirán los cuidados de las bellas criadas del gran padre. Pues los buenos hijos siempre son bienvenidos en la tierra del padre. ¡Que la luz guíe sus pasos hasta el gran reino de Ordhin! 
-    ¡Alabado sea Ordhin, el gran padre! -gritaron todos los presentes.

Entonces Alffyn y el resto de los druidas empezaron a lanzar pétalos de flores, que era la señal para que los siervos encendieran las piras, poco a poco, con parsimonia. La llama de las antorchas prendía con facilidad en los troncos, ya que había sido vertido aceite sobre ellos. En poco tiempo, todo el campo de batalla se llenó de fuegos que se alzaban desde la tierra, que ardían con frenesí y voracidad.

Ofthar tuvo que agarrar el brazo de Isleyn cuando está entre sus lloros hizo el ademán de saltar en la pira del señor Nardiok. No sería la primera ni la última afligida esposa que no queriendo quedarse en soledad se había lanzado al fuego para acompañar a su amado a la otra vida. Pero ese acto las condenaba al mundo de Bheler, pues solo Ordhin tenía la potestad de elegir cuándo moría uno de sus hijos y no al revés. Isleyn podía morir de otras formas, pero no por sus propias acciones o se condenaría. Ofthar y ella tenían que dar ejemplo de resistencia y aguantar allí de pie hasta que el fuego deshiciera el cuerpo del señor Nardiok, después sólo los druidas y sus siervos permanecerían allí, para hacerse cargo de las cenizas, que serían llevadas a los altares de cada clan, donde se le honraría en privado.

La espera no fue larga y Alffyn les indicó con un gesto que el rito estaba completo. Isleyn fue acompañada por varios soldados de la guardia hacia la antigua tienda de Ofthar que ahora era la de la señora viuda, mientras que este se había trasladado a la de Nardiok.

Ofthar tenía que recibir a los líderes de clanes y tharns de más renombre, para comunicar sus nuevos designios sobre cómo iba a seguir la campaña. Muchos de los tharns creían que está se había acabado ya, pues aunque habían ganado la batalla habían perdido a muchos guerreros. Como la tienda de Nardiok no era tan grande para recibirlos a todos, se había levantado un salón auxiliar uniendo telas con varias tiendas. Habían colocado bancos y los guardias protegían los huecos laterales. Había un ligero murmullo cuando un par de siervos colocaron un sillón de madera frente a los bancos ocupados. Al poco llegó Ofthar que hizo un gesto para que no se levantaran y se sentó en el sillón. Junto a él, a cada lado se colocaron Rhime y Mhista, aparte de Fhagg, Rhennast y Lukka. Detrás de ellos formaban todos los amigos de Ofthar. 

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