La noche llegó con fuerza y sumió el cielo en su
oscuridad. No se podían ver ni las lunas, ni las estrellas, debido a que las
nubes lo encapotaban todo. Pero aun así, ya no llovía y por ello, Ofthar había
decidido que debían llevarse a cabo los ritos de despedida. Se habían levantado
una infinidad de piras de madera a lo largo y ancho del campo de batalla, así
como de hogueras rodeando la zona de los funerales como el propio campamento.
Un buen número de guerreros habían sido designados para los piquetes de
guardia. Solo los heridos y los tharns estaban libres para llevar a cabo los
rituales.
Los hombres libres habían sido preparados por sus
allegados o sus siervos para su viaje con Ordhin. Los siervos en cambio,
apilados tal y como habían caído. Las piras de los siervos eran para varios de
ellos, mientras que sus señores, tanto ricos como pobres tenían sus propias
piras. De todas ellas, sólo cuatro eran las más grandes. La más cercana al
campamento se encontraba la del señor Nardiok, alta y en la que aparte del
cuerpo amortajado habían situado flores y armas. Le flanqueaban la de su antiguo
canciller, Ofhar, la del líder del clan Isnark, Elthsin y el del clan Urtho,
Ragnne. Los siervos se mantenían entre las piras, armados con antorchas, listos
para actuar cuando los druidas les dieran la orden.
Ofthar se mantenía ante la pira del señor Nardiok, ya
que aunque Ofhar era su padre, ahora él ejercía de heredero de Nardiok y debía
despedir a su padre adoptivo, para que las tradiciones y la ley de su señorío
de cumpliesen. Junto a él, vestida con las ropas más blancas posibles y
adornada con una corona de flores se encontraba Isleyn, la joven viuda del
señor Nardiok, que intentaba contener sus lágrimas todo lo que pudiera.
Tras ambos se encontraban todos los prohombres de los
tres señoríos, ríos, llanuras y prados, así como los guerreros más importantes,
como la compañía de Ofthar, la guardia personal de Ofthar con su capitán,
Rhennast a la cabeza, y algunos líderes más, tanto de clanes como de grupos
militares.
Unos cánticos fueron la forma de llegada de Alffyn y
el resto de druidas. Los cánticos eran una llamada a Ordhin para que recibiera
a los muertos en su reino, impidiendo a Bheler que se quedará con las almas de
los fieles de la luz. Los druidas se fueron separando, para abarcar el mayor
número de piras posibles y como si fueran uno solo, repitieron los salmos, una
vez que Alffyn los pronunciaba.
-
¡El gran Ordhin, el gran padre acoge a sus buenos y leales fieles!
-comenzó Alffyn y repetían el resto de druidas-. Siguen el camino de los puros
hacia la luz y la gran casa de Ordhin. Le llaman sus antepasados, con las
jarras llenas de cerveza, para saciar su sed. Los siervos de Ordhin mantienen
alimentados los fuegos de los lares, donde las mejores piezas de carne esperan
para saciar el hambre de los fieles. Las madres y las esposas esperan a los que
las vieron partir. Los jóvenes y solteros recibirán los cuidados de las bellas
criadas del gran padre. Pues los buenos hijos siempre son bienvenidos en la
tierra del padre. ¡Que la luz guíe sus pasos hasta el gran reino de Ordhin!
- ¡Alabado
sea Ordhin, el gran padre! -gritaron todos los presentes.
Entonces Alffyn y el resto de los druidas empezaron a
lanzar pétalos de flores, que era la señal para que los siervos encendieran las
piras, poco a poco, con parsimonia. La llama de las antorchas prendía con
facilidad en los troncos, ya que había sido vertido aceite sobre ellos. En poco
tiempo, todo el campo de batalla se llenó de fuegos que se alzaban desde la
tierra, que ardían con frenesí y voracidad.
Ofthar tuvo que agarrar el brazo de Isleyn cuando está
entre sus lloros hizo el ademán de saltar en la pira del señor Nardiok. No
sería la primera ni la última afligida esposa que no queriendo quedarse en
soledad se había lanzado al fuego para acompañar a su amado a la otra vida.
Pero ese acto las condenaba al mundo de Bheler, pues solo Ordhin tenía la
potestad de elegir cuándo moría uno de sus hijos y no al revés. Isleyn podía
morir de otras formas, pero no por sus propias acciones o se condenaría. Ofthar
y ella tenían que dar ejemplo de resistencia y aguantar allí de pie hasta que
el fuego deshiciera el cuerpo del señor Nardiok, después sólo los druidas y sus
siervos permanecerían allí, para hacerse cargo de las cenizas, que serían
llevadas a los altares de cada clan, donde se le honraría en privado.
La espera no fue larga y Alffyn les indicó con un
gesto que el rito estaba completo. Isleyn fue acompañada por varios soldados de
la guardia hacia la antigua tienda de Ofthar que ahora era la de la señora
viuda, mientras que este se había trasladado a la de Nardiok.
Ofthar tenía que recibir a los líderes de clanes y
tharns de más renombre, para comunicar sus nuevos designios sobre cómo iba a
seguir la campaña. Muchos de los tharns creían que está se había acabado ya,
pues aunque habían ganado la batalla habían perdido a muchos guerreros. Como la
tienda de Nardiok no era tan grande para recibirlos a todos, se había levantado
un salón auxiliar uniendo telas con varias tiendas. Habían colocado bancos y
los guardias protegían los huecos laterales. Había un ligero murmullo cuando un
par de siervos colocaron un sillón de madera frente a los bancos ocupados. Al
poco llegó Ofthar que hizo un gesto para que no se levantaran y se sentó en el
sillón. Junto a él, a cada lado se colocaron Rhime y Mhista, aparte de Fhagg,
Rhennast y Lukka. Detrás de ellos formaban todos los amigos de Ofthar.
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