Beldek agradeció al padre Ghahl por la amabilidad al
responder sus preguntas. La información era más de la que tenían y era hora de
enlazar todo. Era hora de dejar a los sacerdotes en paz y regresar al cuartel,
para analizar todo lo posible. Ghahl les llevó hasta la fachada principal,
donde esperaban las escuadras, y el carro de los estudiosos. Los oficiales y
los sargentos montaron a caballo. Ghahl les despidió desde las escalinatas, con
la cabeza llena de preocupaciones, con la idea de hablar de lo que había
obtenido de los militares sobre Bhilsso. Debían tomar decisiones para evitar
que la noticia, cuando se hiciese pública les manchase y al monasterio. Si el
sumo sacerdote caía en desgracia era su problema, él moriría y le sustituirían,
pero el monasterio seguiría allí, por siglos.
La columna, engrosada por las dos escuadras de
caballería se puso en marcha de vuelta hacia la ciudadela, pero cuando llegaron
a la gran plaza, se encontraron con un capitán sobrepasado y un disturbio en
aumento. Beldek le hizo una seña a Fhahl y le envió con dos jinetes para
proteger al carro y regresar a la ciudadela. Él fue a hablar con el capitán.
-
¿Qué ocurre, capitán?
-
¡Prefecto! ¿Son mis refuerzos, señor? -preguntó, sudoroso y
cansado, mirando hacía las dos escuadras de caballería y al capitán de la
guardia imperial. al ver el número se convenció que no era a quien esperaba.
-
¿Qué ocurre, capitán? -repitió Beldek, como si el capitán no le
hubiera respondido.
-
Estábamos regresando por la calle del puerto, cuando una marabunta
de gente apareció dando gritos y lanzando piedras, señor -empezó a informar el
capitán, mecánicamente-. Tenía a mi mando a cien guardias, en dos secciones a
las órdenes de un sargento cada una. Esa gentuza ha roto la columna y ha
incomunicado a uno de los sargentos y a cincuenta infantes, señor. Estoy
intentando avanzar, pero no puedo...
-
¿Capitán cree que el sargento y los hombres, sus hombres están en
peligro de muerte? -inquirió Beldek.
-
Se ven piedras, algunas bien grandes y…
-
Bien, haga a su sección que desenvainen las espadas -indicó
Beldek, con seriedad-. Escudos al frente. Avanzara de frente, se unirá con la
otra sección. Cuando se una con ellos, cambia a formación de tortuga y retorna
primero a la plaza. Después sigue hacia la ciudadela. Si les atacan se
defienden, ¿entendido?
-
Pero señor, el general ha dicho que…
-
Prefiere quedarse aquí mientras ve como su segunda sección es
maltratada por esos rufianes -le gritó Beldek, que al ver la cara de miedo y
angustia del capitán añadió-. Me hago yo responsable de todo lo que ocurra de
ahora en adelante, capitán. Yo le doy la orden de desenvainar y usar sus
espadas. ¿entendido?
- Sí
señor -asintió el capitán, ganando valor-. Pero va a costar avanzar por ahí.
El capitán señalaba a la calle, llena de gente, pero
Beldek le miró desde su caballo y sonrió.
-
Ya veremos quién se queda allí cuando nosotros avancemos hacia
allí -espetó con una cara de malicia el prefecto, señalando a sus jinetes-. Síganos
según le abramos paso.
-
¿Y cómo saldrá usted, señor? -inquirió el capitán preocupado.
-
Usted a sus hombres capitán, de mis soldados me encargó yo, ¿bien?
-regañó Beldek. El capitán asintió y se fue corriendo hacia donde estaba su
sección, dando alaridos con las nuevas órdenes. Beldek se volvió a sus
hombres-. Sargento Shiahl, en dos líneas, sables al aire. Capitán, es libre de
no participar, no es una labor de la investigación, ni la guardia debería inter…
-
¡Ah no, prefecto! No me deja sin diversión -negó Ahlseei, al
tiempo que sacaba su sable curvo de la vaina-. Quiero ver a un héroe de guerra
en acción.
- Vaya
-se limitó a decir Beldek con una sonrisa cómplice-. ¡A mí, a mí! ¡Cargad!
El caballo de Beldek se encabritó cuando clavó sus
espuelas en las ijadas del animal, tras lo cual salió al galope en dirección al
inicio de la calle donde se encontraba el conflicto. Llevaba su sable levantado
hacia el aire. Ahlssei y la primera escuadra iban a sus flancos, mientras que
Shiahl cabalgaba tras él, junto la segunda escuadra.
Los subversivos no se dieron cuenta de lo que se les
echa encima hasta que la línea que formaban la primera sección del capitán se
retiró para dejar pasar a los hombres de Beldek. Más de una cara pasó de la
valentía al terror al ver las grandes bestias que se acercaban a la carrera, al
brillo del acero que cortaba el aire, a los ojos del oficial que los dirigía.
Algunos aseguraban que un demonio real marchaba el primero. Incluso otros
hablaban que eran tropas de la guardia del emperador. La mayoría soltaron las
piedras y se dieron a la carrera. Los más listos, abandonaron la zona en
dirección a las calles de los lados, pero los que no eran tanto siguieron por
la calle principal. Pero también los hubo valientes que fueron arrollados por
los caballos o recibieron el acero de las espadas de la caballería.
Beldek siguió hacia delante, espoleando a su montura,
hasta que alcanzaron el lugar donde la segunda sección, con soldados heridos,
se defendían con poca efectividad, hasta que los caballos pasaron a sus flancos
llevándose a los que les habían estado pasar ese mal rato. Tras la caballería
que siguió su camino, llegó su oficial al mando, que se unió con ellos y pasó
las nuevas órdenes, que alegraron a más de uno.
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