Los hombres estaban demasiado atentos a su presa que
no llegaron a escuchar el avance ligero de Jörhk. El hombre joven estaba
sentado sobre las piernas de su víctima, con las manos agarrando la desgarrada
camisa que llevaba la muchacha.
-
Vamos, vamos, somos comprensivos, dinos dónde se esconden tus
amiguitos y seremos delicados -dijo el hombre joven, con un tono malicioso que
no pudo disimular.
La chica le escupió a la cara, lo que provocó que el
joven sonriera de placer. Tiró con fuerza y destrozó lo que quedaba de la
camisa, revelando la piel de la muchacha, oscura, así como unos pechos
pequeños, con los pezones endurecidos. La muchacha respiraba rápido, pero a
Jörhk le parecía que no lo hacía porqué estuviera asustada, sino que ya estaba
habituado a ello. El hombre más mayor miraba con lascivia al cuerpo de la
muchacha y agarró con más fuerza los brazos de la muchacha. Estaba deseoso de
tener a la chica, pero no parecía llevar la voz cantante en eso.
El joven acarició los pezones y deslizó sus dedos
hacía el pantalón de la chica. Metió sus dedos bajo la cintura de la prenda.
-
Tu última oportunidad, si no desearás no haberte encontrado con
nosotros -indicó el hombre joven.
El silencio de la muchacha le bastó para que empezara
a romper la parte superior del pantalón. Los dos hombres sonreían y ya
empezaban a palparse su entrepierna, pensando en lo que venía a continuación.
En ese momento, todo cambió para ellos. De la nada, el hombre más viejo lanzó un
alarido y se derrumbó hacia delante. En la espalda, el mango de un cuchillo. El
hombre joven dejó el pantalón y fue a desenfundar su pistola, cuando un
cuchillo de plasma cruzó por delante de su cuello, lanzando restos de sangre
quemada sobre la muchacha. Los ojos del hombre joven se pusieron en blanco y se
derrumbó hacia la derecha.
La muchacha se quedó mirando a la figura que había
aparecido tras el hombre joven, con un cuchillo de plasma en una de las manos.
No le podía ver la cara y solo un abrigo inmenso y oscuro, así como un sombrero
de ala ancha. Por un momento, pensó que era otro competidor y que venía a lo
mismo que los otros dos, pero cuando se encargó de recuperar el cuchillo que se
encontraba en la espalda del otro muerto, se dio la vuelta, con intención de
marcharse.
-
¡Eh, tú! No me puedes dejar con este marrón -gritó la muchacha,
sentándose en el suelo, agarrando con una mano la cintura del pantalón y
cubriéndose con el otro brazo su pecho desnudo.
-
¡Vaya forma de agradecer que te haya salvado, niña! -espetó Jörhk.
- ¿Salvado?
-repitió la muchacha, con sorpresa-. ¿No sabes quién era ese, verdad?
La muchacha hizo un movimiento rápido con la mano que
ocultaba su pecho para señalar al hombre joven.
-
Un aprovechado más -se limitó a contestar Jörhk encogiéndose de
hombros.
-
¿De dónde coño has salido, tío? -espetó la muchacha-. Es el hijo,
el único hijo, de Sebastian. Cuando se entere van a correr ríos de sangre. Y yo
no voy a caer por tu idiotez…
-
No me suena ningún Sebastian, así que si eso es todo lo que me
querías decir, me voy, tengo prisa.
-
Espera, espera, no sabes quién es Sebastian -indicó pensativa la
muchacha-. Tú no eres de Berlín. Has roto el bloqueo de la milicia. Tienes que
sacarme de aquí, junto unos amigos.
-
¿Tengo? -Jörhk la miró divertido.
- O sí.
No creo que quieras a Sebastian buscándote día y noche -explicó la muchacha-.
Sea lo que sea por lo que has venido, lo vas a hacer y te vas a ir. Y nos vas a
llevar contigo. Se me dan muy bien las caras y las descripciones.
Jörhk se la quedó mirando por unos segundos. De
improviso se acercó a toda velocidad, hasta quedar su cara ante la de la
muchacha. En su mano derecha tenía uno de los cuchillos de plasma que se había
quedado a unos centímetros del cuello de esta. La chica podía notar el calor
del filo. Por unos segundos, la muchacha pensó que todo se había acabado, que
ese hombre había decidido terminar por lo rápido cualquier negociación con ella
y por un momento, le pareció hasta bien, era sencillo, ya no tendría que seguir
en ese mundo aciago que le rodeaba, pero luego le vinieron a la mente las caras
de sus amigas y quiso seguir viviendo, aunque ya no dependía de ella lograrlo.
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