Cuando Elthero regresó a su puesto, se llevó a cabo
las designaciones de otros líderes de clan. Estos eran de los señoríos de los
Ríos y de las Llanuras, por lo que nadie corrigió el dictamen de Ofthar, pues
al fin y al cabo era el señor de ambos territorios, aunque en el de las
Llanuras fuera su esposa la señora en cuestión. Después presentó a sus
principales asesores. No fue una sorpresa ver qué tanto Fhagg como Lukka se
mantenían en sus puestos y que dos de sus mejores amigos accedían a los dos
cargos más importantes. Tampoco nadie se llevó a asombro cuando anunció que el
resto de sus amigos se unían a la guardia personal de Ofthar durante la
campaña, ni que Rhennast seguía como líder de la guardia. Lo que sí fue una
sorpresa, es que Fhagg rechazara el liderazgo de los Irinat en favor de
Rhennast, quien aceptó por la insistencia del asesor y el propio Ofthar. Una
vez terminados todos los asuntos del gobierno, se llegó a lo que realmente
importaba, cómo seguir con la campaña.
-
Todo está resuelto a excepción de esta guerra -anunció Ofthar,
hablando más alto, para que los congregados le atendiesen-. La batalla de ayer
nos ha hecho daño, pero según nuestros espías, ha sido peor para Whaon. Por
ello, mi dictamen es seguir hacia el sureste y liberar Isma. Sus gentes nos
necesitan. Sería una pena regresar ahora. Whaon está débil, su ejército
destrozado, lo devolveremos a su sucio pantano y no le permitiremos volver a
salir. ¿Qué decís, amigos?
-
¡Sí, sí! -exclamaron muchos, los más jóvenes, pero los viejos
permanecían silenciosos.
-
Pero tenemos muchos heridos, señor Ofthar, ¿qué haremos con ellos?
-preguntó el líder de los Thyre-. Llevarlos con nosotros nos entorpecerán y
dejarlos les haría víctimas de incursiones del enemigo.
- Ya he
pensado en ellos, amigo -asintió Ofthar-. Los menos heridos protegerán a los
más enfermos. Todos se retirarán hacia el territorio de los Ríos, a la
ciudadela de Neskhal. Allí, una vez seguros, los que les escoltaban regresarán,
directamente a Isma como refuerzos. Los enfermos se recuperarán allí. Además
mis asesores Fhagg y Lukka se retirarán con ellos y con todo aquel que no sea
guerrero o arquero. Aliviaremos el peso de este ejército, solo llevaremos
soldados, armas y suministros. Las mujeres, los criados y las riquezas
regresarán a zona segura.
Nacieron algunos murmullos sobre la idea de avanzar de
forma tan espartana, pero poco a poco vieron que era mejor así. Solo algunos
mantuvieron la mala cara, entre los que estaban Velery y algún otro tharn, más
gustosos de vivir rodeados de riquezas.
-
Isma está a una semana de viaje, no tendremos que apretarnos mucho
el cinturón -prosiguió Ofthar, con lo que los murmullos se volvieron a apagar-.
El ejército se dividirá en tres cuerpos. El primero en la vanguardia será el
del señorío de los Prados. El de los Ríos irá detrás, formando el centro y el
de las Llanuras en la retaguardia. Viajaremos rápidos, pero con cuidado.
Partidas de caballería estarán adelantadas y por los flancos para detectar el
movimiento enemigo. Ahora me reuniré con los líderes de cada cuerpo. Rheynnal y
Elthyn reuniros en mi tienda con vuestros ayudantes. El resto id a prepararos,
pues nos ponemos en marcha con el alba.
-
¡Elthyn! -gritó Velery volviéndose a levantar de su asiento, hecho
un basilisco. El resto de tharn no se movió pues creían que Velery se iba a
cavar su propia tumba y muchos lo deseaban ver.
-
Elthyn he dicho -repitió Ofthar, poniéndose en pie-. ¿Pasa algo,
Velery?
-
Yo soy quien ha dirigido a ejército de los Prados en la última
batalla, no Elthyn -rugió la voz de Velery.
- ¡Por
Ordhin! Todos sabemos que tú has dirigido a los hombres de los Prados en la
batalla y por ello no los vas a dirigir más -bramó con ira Ofthar, harto de las
pretensiones del guerrero-. He quemado los cuerpos de los desdichados que te
siguieron en tu carta suicida. Mi señor Nardiok y mi padre murieron por salvar
la batalla que tus ansias de gloria casi llevan a la destrucción de este
ejército. Si por mí fuera te habría ejecutado por tu traición, pero perteneces
a otro clan, al Isnark y ellos deben decidir tu destino. Y como los Isnark
tienen un líder, él tomará el mando del ejército de los Prados. Pero si no
estás conforme, podemos arreglar esto por medio del juicio de Ordhin. Mi
campeón estará deseoso de jugar contigo.
El guerrero gigantesco y horriblemente feo que había
estado con Mhista cuando esté le impidió hacerse con la cota de malla que le
había gustado dio un par de pasos y le sonrió, con esa dentadura que le hacía
parecer a un demonio.
-
Veo que no estás interesado en un juicio de Ordhin -se mofó
Ofthar, al ver que la visión de Orot provocaba el miedo en el rostro de Velery.
-
Yo, yo… -murmuraba en voz baja Velery, mientras los tharn de
alrededor empezaron a levantarse y marcharse, pues ya no querían seguir estando
sentados junto a un cobarde y además la reunión se había terminado.
- Bien,
Rheynnal, Elthyn reunir a vuestros capitanes y a mi tienda -repitió su órdenes
Ofthar, marchándose de allí, seguido por sus guardias y sus asesores.
El resto de tharn y prohombres se marcharon. Elthyn
pidió a su tío Elthero y al líder de los Bhalonov de Isma que le acompañarán
como sus principales capitanes. Al fin y al cabo, los Isnark no eran grandes
guerreros. Su padre fue un gran herrero, un artesano sin igual con armaduras y
armas, pero no muy ducho con su manejo en la guerra. Su tío en cambio, sí que
se le podía atribuir un carácter más militar, pues era el señor de Phalcka, la
ciudadela que guardaba la frontera este, al borde de los pantanos. Pero claro,
Elthero la había abandonado casi sin luchar. Phalcka no era más que una
población algo mejor construida, pero carecía de murallas completas de piedra,
como habían visto en la ciudadela de Neskhal, una de las muchas construcciones
de Ofhar, quien creía que ese tipo de ciudadelas servían para mantener la paz.
Tanto Elthsin, como Elthero se habían asombrado del poderío del señorío de los
Ríos ante su territorio. Se decía que se estaba terminando de construir una
nueva capital, más al sur que la actual, con murallas enteramente de piedra. En
Isma las defensas eran empalizadas de madera sobre un terraplén de tierra
apelmazada.
Según estuvieron listos se dirigieron a escuchar lo
que quería de ellos Ofthar, quien ya creían que sería su nuevo señor y no les
disgustaba unirse a los Ríos, pues con ellos la riqueza y la paz parecían ir de
la mano.
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