Tras un rato, Selvho dejó su barra, su lugar de
descanso y donde se podía sentir más seguro, como si fuese una muralla para el
soldado. Se acercó a la mesa de Alvho y recogió los útiles que había usado el
bardo para comer.
-
No hay muchos que le hablen así a Tharka y vivan para contarlo
-susurró Selvho, con una mezcla de asombro y de pena-. Si has decidido que te
maten, preferiría que no lo permitas en mi posada, es un lugar decente.
-
No te preocupes, Selvho, no tengo pensado morir aún -se burló
Alvho, que estaba seguro que no podría controlar el momento de su muerte-. Y si
voy a morir, será en un lugar oscuro, donde nadie encuentre mi cadáver. Seré un
espíritu errante, como el resto de mi vida.
- ¡Ja!
-espetó Selvho, chasqueando la lengua contra los dientes.
El posadero se marchó con el plato y los útiles de
madera. Justo cuando llegó a la barra, una segunda persona, embutida en una
capa marrón con capucha, que impedía que nadie pudiera saber quién era, se
sentó frente a Alvho. Este se sorprendió, pues casi no había notado a esa
persona hasta que se había sentado frente a él. Lo único que podía distinguir
eran dos ojillos verdes, muy vivaces que estaban clavados en los suyos.
-
Vaya, dos visitas en el mismo día -musitó Alvho, haciéndose el
sorprendido-. Primero un hombretón peligroso y ahora una mujer muy poderosa.
-
¿Cómo sabes que soy una mujer? -preguntó la persona que estaba
frente a Alvho-. Yo no me he presentado.
-
Recordaría esos ojos fácilmente -indicó sonriente Alvho-. Los ojos
de una mujer que maneja a los discípulos de Ulmay con mano férrea y no le teme
a los hombres de Tharka, unos matones peligrosos.
-
Sin duda eres una persona que se fija en las cosas, bardo -murmuró
la mujer encapuchada-. Lo que Tharka decía de ti no era erróneo. Sin duda eres
la persona que ha eliminado a los que querían acabar con Ulmay.
Desgraciadamente yo no coincido en la opinión del jefe de que nos quieras
ayudar. Me temo que tú vas tras la cabeza de nuestro buen amigo.
-
¿A sí? -inquirió Alvho, haciéndose más el sorprendido-. Si en verdad
quiero ver a Ulmay muerto, para que hubiera matado a esos matones, siempre que
hubiera sido yo, claro.
-
¿No has venido hoy con el resto de los fieles hasta la arboleda?
-
Sí, quería ver y escuchar al gran druida del que todos hablan
-asintió Alvho-. Pero aparte de viajar con otros tantos fieles, yo no he hecho
nada más.
-
¡Hum que modesto! -exclamó la mujer. Sus ojos brillaron con una
extraña intensidad, Alvho no estaba seguro si era por ira o por
condescendencia-. En ese caso espero que te hayan parecido interesantes de los
augurios de Ulmay.
-
Francamente han sido curiosos, nunca he oído hablar a un druida de
forma tan abierta como tu Ulmay -reconoció Alvho, midiendo la sus palabras y la
forma de dejarlas caer-. Entiendo que el gran druida de Thymok pueda sentirse
intimidado por Ulmay y sus discípulos. Pero la verdad, no es mi problema.
- El
gran druida tiene otras cosas mejores que hacer, como yacer con las
sacerdotisas de Frigha -espetó con odio la mujer.
A Alvho esa información no le había pillado por
sorpresa. Normalmente los druidas se consagraban por completo a Ordhin, como
dios supremo del panteón. En algunos casos podían ser druidas de otros dioses
menores, como en las ciudades costeras del señorío de los Mares, que eran
seguidores de Askhon, señor de los mares o en algunas regiones cercanas a los
bosques, rezaban a Nhert, dios de la naturaleza. Pero por lo que se decía de
Valmmer, aparte de tener a Ordhin como dios principal de culto, había erigido
un templo de Frigha en la ciudad. El culto de Frigha, diosa del amor y la
fertilidad era llevado por sacerdotisas. Raro era que hubiera druidas
consagrados a su culto, pero en Thymok, Valmmer se había instruido a ambos.
En el culto a Frigha se accedía a su patrocinio
mediante el acto carnal. En los casos normales se elegía a una sacerdotisa
mayor que debía mantener relaciones con jóvenes siervos para tener contenta a
la diosa. La sacerdotisa podía vivir años y cuando moría era sustituida por
otra. Pero en Thymok, las sacerdotisas eran elegidas por Valmmer, siempre
jóvenes lozanas que compartían lecho con él y que cuando el gran druida perdía
interés en ella era sustituida por otra joven más del gusto del druida.
Alvho sabía que no ha todas las personas de Thymok les
había gustado demasiado esta forma de actuar del gran druida y sin duda la
mujer que tenía frente a él era una de ellos. La verdad es que a él no le gustaban
tampoco mucho esas formas de usar la religión en su beneficio, pero a Alvho
tampoco le importaba demasiado, pues no tenía que quedarse a soportarlos.
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