Alvho había encontrado un nuevo lugar para mantenerse
escondido y esperó a que encontrasen al muerto. Su espera no fue larga, uno de
los discípulos de blanco entró en la tienda y salió dando alaridos. Los
centinelas y los escoltas abandonaron sus posiciones para saber lo que pasaba.
Alvho en su escondrijo se puso la túnica y se dirigió hacia la entrada del
bosquecillo. Pasó lo más rápido que pudo, pero sin llamar la atención, dejando
atrás la conmoción del muerto.
Al meterse entre los árboles pronto cambió el
escenario. Debido al carácter sagrado del bosquecillo, la naturaleza crecía a
su albedrío y el interior estaba sumido en las sombras. Se quitó la túnica y con
su ropa negra, se adaptó mejor al ambiente sombrío que lo rodeaba. Se salió del
camino y se quedó quieto, respirando con pasmosa calma. Quería hacerse uno con
el bosque. Los sonidos de los pájaros, de las alimañas que se movían por la
hojarasca, los iba reteniendo en su interior y de esa forma separarlos de lo
que no era natural. A lo lejos se escuchaban los cánticos de los druidas, que
estarían llevando los ritos a Ordhin. Del otro lado, del campamento le llegó la
voz de una mujer y un hombre discutiendo, aguzó el oído para comprender lo que
decían.
-
… debemos informarle, parece que es un asesino, iba a por él -dijo
el vozarrón de un hombre-. Puede estar en peligro. Debe saber que se acercan
cada vez más.
-
No le vamos a molestar -escuchó la voz de la mujer-. Esconde el
muerto y que limpien la tienda. Tenemos más telas, que la cambien. Él es un
enviado de Ordhin, no debe conocer estas cosas, su lugar está más allá de este
mundo.
-
Pero Ireanna, no es tonto, al final se dará cuenta de lo que
ocurre -siguió el hombre.
- Mientras
esté yo aquí, impediré que los males del hombre le molesten, ¿entendido? -esta
vez fue la mujer, esa tal Ireanna-. Vamos, vamos, hay cosas que hacer…
Las dos personas se alejaron de los lindes del bosque
y todo regresó a la calma. Alvho se apuntó en la mente investigar a esa mujer
Ireanna, podría ser una forma fácil de alcanzar al druida. Cuando le pareció
que nada había cerca, se internó en el bosque.
Solo tenía que seguir los ecos de los cánticos y
pronto llegó al centro del bosquecillo. Los druidas permanecían arrodillados
alrededor de unas piedras verticales que sostenían otras horizontales, en forma
de un semicírculo. En el centro había una piedra más grande que parecía una
mesa. Varios druidas permanecían de pie y en el centro, estaba uno rubio, que
destacaba entre todos. No podía ser otro que Ulmay. Mantenía un cuchillo en la
mano, mientras que los druidas mantenían una oca sobre la piedra. Sin duda la
iban a sacrificar a Ordhin para recibir sus augurios.
Los cánticos comenzaron a ser más altos y solo se
escuchaban las voces de los druidas, pero los oídos expertos de Alvho
descubrieron otra cosa. Un hombre con una ballesta estaba escondido más allá. Y
pronto dio con un segundo. Ambos apuntaban a Ulmay y parecía que esperaban a
que los druidas gritasen en los cánticos para matar al objetivo. Alvho no iba a
permitir eso. Empezó a moverse hacia el más cercano, mientras ideaba su plan de
acción. El asesino más cercano estaba de cuclillas junto a un árbol. Sujetaba
la ballesta y estaba absorto en mantener al objetivo en la mira. En el suelo
había dejado unos cuantos virotes. Alvho se aproximó con mucha cautela por
detrás de él y sin que se diera cuenta tomó uno de los virotes. Cuando los
cánticos dieron una nota más alta, clavó el virote con toda su fuerza en el
cuello del asesino, que lo cruzó de lado a lado y se clavó en el tronco del
árbol.
El asesino musitó algo, pero el virote le había
destrozado el cuello por lo que no podía hablar. Alvho tomó la ballesta y
apuntó al otro asesino, que no se había dado cuenta de nada. Disparó la
ballesta en el mismo momento que Ulmay clavaba su cuchillo en la oca, que lanzó
un graznido horroroso. El segundo asesino fue alcanzado en la cabeza y cayó
hacia atrás.
Estos tenían que ser los otros dos espías que había
detectado antes. A estos si los desvalijó y los escondió entre la hojarasca,
mientras Ulmay se encargaba de recibir los augurios. Las alimañas del bosque
tendrían un buen banquete. Alvho regresó hasta las lindes del bosque y esperó
hasta que Ulmay y su grupo regresasen al campamento. Usaría la túnica blanca
para mezclarse con ellos y regresar con los fieles. Estaba contento porque
había dado con varias posibles formas de acercarse al objetivo y además se
había librado de la competencia. Cuando regresase a su posada, decidiría qué
hacer. Pero aún tenía que oír las palabras del santo druida, se rio Alvho en su
interior.
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