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miércoles, 25 de marzo de 2020

El mercenario (18)

Por unos segundos Jörhk se limitó a quedarse allí, parado mirando los ojos aterrados de la muchacha. Pero no sólo había miedo allí, también valentía, orgullo y odio. Eran los ojos de alguien que lo había pasado mal, pero había sobrevivido. Tuvo un atisbo de comprensión con ellos, con la muchacha. Al final decidió seguir con la charla, aunque eso le retrasase en su misión.

-       Como puedes ver, no me sería difícil matarte, así que no tientes a la suerte -advirtió Jörhk-. ¿Quién es ese Sebastian y por qué debo tenerle miedo?

-       Si en verdad quisieras acabar conmigo, ni me hubieras salvado de esos dos -replicó la muchacha-. Sebastian es el que ha provocado todo este lío que ves en Berlín. Es el líder del LSH. Es un extremista y un sanguinario. No creo que lo quieras por enemigo. Este -la muchacha miró el cuerpo del joven-, se pavoneaba como el dueño y señor del barrio. Tomando lo que quiere y a quien quiere, siempre protegido por la fama de su papá.
-       Ahora ya es más peliagudo el asunto, esperaba no tener que enfrentarme al LSH, aunque la verdad me importa poco -indicó Jörhk ante la sorpresa de la chica- La cuestión es que no puedo llevar paquetes conmigo. ¿Sabes luchar? Porque no me lo ha parecido antes. 
-    Si lo sé y no seré una carga -aseguró la chica, con cara de pocos amigos-. Aunque si me dejas aquí, acabaré en las manos de Sebastian y yo le hablaré de ti.

Jörhk se la quedó mirando en silencio. Hacía cálculos sobre que le era mejor, que la muchacha viniera con él o dejarla a su aire. Sin duda era preferible llevarla. Él no conocía tan bien el barrio como una residente. Además parecía saber mucho de las andanzas del LSH.

-       Está bien, te vienes conmigo y te sacaré de aquí, a ti y a tus amigos, siempre que no seáis muchos, claro. Así que elígelos bien -afirmó Jörhk.

-       Son solo dos -respondió rápidamente la muchacha-. Me llaman Di, de Diane. 
-    Hay que ponerse en marcha, niña -espetó Jörhk, haciendo caso omiso a la mano que le había tendido Di.

Di se intentó poner de pie, pero mantener las manos ocupadas se lo impidieron.

-       ¿Pretendes salir a la calle así? -quiso saber Jörhk, mirando lo poco que quedaban de las ropas de Di-. Quítale la ropa de este y quédate con el cinturón del mayor.

Jörhk había calculado que el joven era ligeramente más alto que Di y el otro tenía un cinturón militar. Además había un abrigo ancho tirado en el suelo. Di iba a soltar su agarre de su pantalón cuando se dio cuenta que Jörhk la miraba y se avergonzó ligeramente.

-       Tengo que cambiarme, date la vuelta -ordenó Di. 
-    Por favor, recuerda que ya te he visto desnuda, así que empieza de una vez -espetó Jörhk-. Date prisa.

Di iba a decir algo más, pero se dio cuenta de que no le venía nada a la mente lo suficientemente bueno. Soltó lo que quedaba de su pantalón, que cayó ante suelo. Jörhk se topó con un culo pequeño y duro, tras unas braguitas ajustadas. Di se agachó y comenzó a desvestir al joven. Se hizo con su camisa, su pantalón y con una casaca ligera. Para evitar que Jörhk pudiera ver más de lo debido se dio la vuelta. El hombre descubrió una infinidad de heridas curadas hacía mucho. Ya las había visto antes, eran latigazos. 

La muchacha se vistió a toda prisa y le quitó el cinturón al otro hombre. Sin duda con él pudo sujetarse mejor el pantalón que le quedaba ligeramente ancho. Jörhk tomó el abrigo del suelo y lo extendió, sin duda era lo que necesitaba Di, pero estaba un poco ajado.

-       Póntelo -le ordenó Jörhk, tendiéndole el abrigo.

-       ¿Esa mierda? -espetó Di-. Ya tengo ropa, no necesito el abrigo. No voy a llevar esa cosa encima y… 
-    ¿Y cómo vas a esconder las pistolas o prefieres que todo el mundo las vea? -preguntó Jörhk, señalando las dos armas que había en el suelo, junto a los cadáveres de sus dueños-. Es mejor que los enemigos no sepan ante quien están hasta el último momento.

Di se quedó mirando a Jörhk y después suspiró a la vez que le arrebataba el abrigo. Se lo puso y luego tomó las pistolas que encajaron en el cinturón como un guante. Jörhk la revisó rápidamente con la mirada y se quedó satisfecho. La apariencia parecía la de una persona vulgar y nadie pensaría que la muchacha iba armada. Si hubiera tenido tiempo hubiera pensado en algo mejor, pero no lo había. Le hizo un gesto para que le siguiera.

Antes de salir a la calle, Jörhk le puso un gorro en la cabeza a la muchacha, que se quejó porque la había despeinado. 

-       Es mejor que no te reconozcan, niña -advirtió Jörhk.

-       Te he dicho que me llaman Di, no niña -se quejó Di, refunfuñando-. Supongo que tú tienes nombre. 
-    Llámame jefe, niña -respondió Jörhk, divirtiéndose al ver el rictus de enfado en la cara de Di-. Es mejor para ambos que no sepamos nuestros nombres. Si me capturan o es a ti, solo das un apodo. Con ello, no pueden hacer nada y tu compañero se salva. Así que yo soy jefe y tú, niña. ¿Entendido?

Di se limitó a asentir con la cabeza. 

-       Bueno hay que ponerse en marcha -recordó Jörhk-. No me gustaría tener que quedarme muchos días en este barrio sin ley. ¿A dónde vamos? ¿Dónde encontramos a tus amigos?

-       Pensaba que tenías que buscar tú también a alguien -musitó Di.
-       Prefiero que encontremos primero a los tuyos, luego iremos a por el mío -informó Jörhk.
-       Vale, es cerca de aquí -dijo Di-, pero habrá que ir con cuidado, hay muchas patrullas de los de la LSH. 
-    Guíame.

Antes de marcharse del edificio, Jörhk decidió regresar para esconder lo más posible a los dos muertos, pero sabía que cualquier vecino o los compañeros de estos acabarían encontrándoles. Tras eso, cruzaron el hall, que seguía tan desierto y silencioso como antes y salieron a la calle. Había tan poca gente como en el edificio. Salieron con cuidado y no hasta que Jörhk lo decidió. 

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