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miércoles, 11 de marzo de 2020

El mercenario (16)

Seguía perdiendo altura, aunque muy lentamente. Había sido un gran error no haber pensado que la milicia podía instalar armas pesadas antiaéreas en el bloqueo al barrio Berlín. Ahora se culpaba de no haberle preguntado sobre ese punto al tal Colt en la reunión. Aunque el blindaje parecía haber aguantado, la pérdida de altura significaba que se había roto algo en el vehículo. Mientras se alejaba de las posiciones de la milicia, buscaba una azotea interesante para aterrizar y que su vehículo quedará bien escondido. Por fin vio una idónea y descendió hasta posarse, con el más sumo cuidado. Fue apagando uno a uno los motores y solo dejó conectada la energía necesaria para la función principal de esa nave. Esta adaptación era su juguete más caro y le gustaba más que el blindaje, el camuflaje. Conseguir un generador de blindaje había sido difícil y caro, pero a la larga le estaba siendo muy rentable. Lo activó y se levantó del sillón de piloto. Se dirigió a la parte de la carga y fue tomando el equipo que necesitaba, aparte del que ya llevaba en su cuerpo.

Revisó el equipo que llevaba, dos pistolas, a cada lado de la cintura, dos cuchillos de plasma en la espalda, sobre su trasero. En los arneses que llevaba cruzados en el pecho, colgaban varias granadas, unas térmicas y otras sónicas. Pensó en llevarse algunas de fragmentación, pero ese tipo de explosivo era muy inestable y su detonación era muy imprecisa, podía hacerle más daño al lanzador que al objetivo. Se cerró el chaquetón y tomó un sombrero de cowboy que tenía en la nave. Ese sombrero le daba suerte y le hacía parecer una persona curiosa. Se dirigió hacia la escotilla trasera, tomó su fusil, la abrió y salió a la fría madrugada. Según llegó al suelo de la azotea, la compuerta se cerró y Jörhk con un mando, la bloqueó. Luego comprobó que no había ninguna parte del vehículo que se saliera de la plantilla de camuflaje. Respiró tranquilo, pues los disparos del antiaéreo no habían dañado el exterior hasta el punto de fastidiar su camuflaje. Ahora su vehículo no parecía otra cosa que una parte más de la equipación de generadores de aire acondicionado y chimeneas que tenía a su alrededor.

El camuflaje no era otra cosa que un conjunto de cámaras y proyectores que tenía el vehículo o cualquier nave en su casco exterior. Las cámaras tomaban imágenes de lo que rodeaban a la nave y los proyectores recreaban una copia exacta de lo que les rodeaba. No gastaba mucha energía, pero desde el punto de vista militar, las naves no podían mantener el camuflaje y luchar a la vez, pues en la batalla era esencial que toda la energía de la nave fuera a los escudos y a las baterías. Pero se había demostrado valioso para mantener una flota oculta hasta que la enemiga caía en su trampa. Los del imperio habían caído muchas veces en ellas durante la última guerra.

Jörhk recorrió la azotea hasta que encontró lo que buscaba, la compuerta de servicio. No le costó mucho desbloquearla y entrar en el edificio. Para ser un barrio sitiado por la milicia, ese edificio mantenía la energía, por lo que no habían cortado el suministro del barrio. Así que supuso que los ascensores seguirían funcionando, lo que le libraba de tener que bajar por las escaleras. Mientras recorría los pasillos, se fue fijando en las puertas de las viviendas. Sin duda los pobladores se habían atrincherado tras ellas. Podía ver que algunas estaban selladas desde dentro, incluso soldadas.

Encontró un ascensor, lo llamó y lo usó para bajar hasta el hall de entrada. Descendió sin hacer paradas. Era un aparato acristalado con lo que podía ver la zona central de todo el edificio. No vio a nadie en todo el recorrido. La basura y el polvo estaban por todas partes. Ya no había servicios en el edificio y se olía el miedo por todas partes. Por fin se abrieron las puertas en el piso bajo. Estaba barajando si salir como si nada o cerciorarse antes que estaba totalmente solo, cuando escuchó un ligero gemido. Jörhk se puso en guardia y salió con mucho cuidado, con su fusil a mano. No parecía haber nada en el gran salón de entrada. Iba andando a pasos cortos observando y escuchando con gran dedicación. En la guerra había aprendido que cualquier ruido, por ligero que fuera, podía delatar a un enemigo. Entonces notó algo, a su izquierda, girando por una esquina.

Avanzó con cuidado, hasta la allí, sacó un pequeño espejo que hizo pasar más allá del borde y con el reflejo pudo descubrir lo que producía el ruido. En el suelo, había arrodillados dos hombres. Uno le daba la espalda, pero parecía fornido, algo calvo. Al otro le veía bien, joven veinticinco, con el pelo corto, estilo militar. Ambos tenían su vista clavada en algo que estaba debajo de ellos, en el suelo. Los ojos del joven eran enfermizos, le dieron asco solo con verlos, esa persona no era trigo limpio. Del otro, el calvo, no tenía visión clara de su cara, por lo que solo pudo suponer que tendría una mirada parecida. Jörhk miró también hacia donde estaban los ojos del joven clavados y vio una tercera persona. Le vio la cara y le pareció que era una niña. El rostro de Jörhk se crispó, pues sabía lo que iban a hacer esos dos hombres y le repugnó. Él había matado gente, enemigos, pero nunca había llegado a eso. Tenía el conocimiento que muchos soldados durante la guerra, bajo los efectos de la desesperación y la venganza habían cometido ese tipo de aberraciones, pero nunca ninguno de sus hombres y eso se debía a que todos sabían lo que les haría su sargento. Algo que iba a hacer en breve. 

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