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domingo, 22 de marzo de 2020

Ascenso (19)

El alba llegó como lo hacía siempre y con él el movimiento del ejército. Las primeras escuadras de caballería salieron hacia diversos puntos. Tres hacia el este, el sureste y el sur, preparadas para encontrar posibles trampas dejadas por Whaon, otras para mantener los flancos seguros. Las últimas eran las que advertirían a la columna de Fhagg de ataques a los heridos. Fhagg y Lukka desearon lo mejor a Ofthar y se encaminaron de regreso a casa, a Neskhal, para tratar a los cientos de heridos y a entregar cientos de urnas con cenizas. La señora Isleyn les acompañaría, agarrada a la urna del señor Nardiok, que enterraría en el túmulo de los señores de Pharakhe, la actual capital y ciudad de los Irinat.

Tal y como había decidido Ofthar, el primer cuerpo, el que dirigía Elthyn, con los hombres del señorío de los Prados se puso en marcha. La cabeza la abría Velery junto a sus cincuenta hombres de armas que aún le quedaban. Velery iba a caballo, con cara de pocos amigos. Sus hombres iban detrás, con peor cara, ya que sabían que eran carnaza para los enemigos. Si había algún ataque ellos morirían. Y si eso ocurría era porque el que los dirigía había caído en desgracia. Ya se habían corrido las palabras de Ofthar en la reunión de jefes y se sabía que este quería lo peor para el guerrero.

Tras el primer cuerpo del ejército les seguía el primer grupo de carretas con armas y suministros. También llevaban las tiendas de campaña, pero sin los lujos que habían tenido hasta ese momento. Solo lo suficiente para dormir y listo. Los muebles y demás de lujos regresarían con los heridos. Ofthar estaba observando desde su montura como el ejército se ponía en marcha. Hacía poco, se había despedido de sus asesores Fhagg y Lukka, mientras recogían su tienda. Mhista y Rhime permanecían a su lado.

-       Bueno, señores, a Isma -dijo contento Ofthar-. Nos toca movernos.
-       Espero que Whaon no nos esté esperando en alguna colina -murmuró Mhista.
-       Si es así, nuestra caballería dará con él -aseguró Rhime.
-       No os preocupéis, no nos los encontraremos hasta el puente del río Orgha -comentó Ofthar, muy calmado-. No tiene tantos hombres como para hacer ataques a nuestra columna. Solo puede intentar retrasarnos para tener más tiempo para preparar la defensa de la ciudad. El puente del Orgha es un buen lugar para ello.
-       ¿Y si en ese puente ni hay nadie? -inquirió Mhista. 
-    Bueno, si me equivoco, antes llegaremos a Isma -se rio Ofthar, alegre-. Vamos, adelante.

Ofthar espoleó su caballo que empezó a descender por la colina, en dirección hacia el camino por el que se alejaban los carros. Su estado mayor y su escolta se apresuraron a alcanzarle, pues el señor de todos no se podía marchar solo.

El avance del ejército era más lento de lo que Ofthar había previsto, en gran parte por la lluvia del día anterior, que había convertido en un lodazal los caminos. Los pesados carromatos cargados hasta los topes de hundían en el barro y a los bueyes les costaba mucho moverlos. Los carreteros y los siervos se empleaban en que las ruedas salieran del limo.

El paisaje que iban dejando a los lados del camino eran tierras de labranza, con granjas abandonadas o solo con siervos a su cuidado. En algunos casos, los edificios habían sido quemados y los animales de labranza yacían muertos en los campos. En más de una ocasión, Ofthar se había separado del ejército, para preguntar por la causa de la desgracia de los agricultores. Los siervos hablaban de que sus señores, hombres libres habían huido a las ciudades, como Isma o al norte. En otros casos que habían sido asesinados y robados. Pero en todos, el causante había sido los mercenarios del ejército de Whaon, grupos de bandidos que golpeaban en busca de algo que valiera como pago a sus servicios, pues el señor Whaon no había dado nada a los que había reclutado. Aparte de asesinatos y robo, los siervos hablaron de violaciones y raptos, sobre todo cuando regresaron del norte, en menor número y más violentos. Más de una sierva o hija había sido sacada a la fuerza de las granjas. Cuando el oro no había llegado, el tráfico de jóvenes llenaba las bolsas.

Algunos de los miembros del primer cuerpo descubrieron sus granjas destruidas y se hincharon de un deseo de venganza. Otros se contagiaron de los sentimientos de sus compañeros. En otras posesiones, carecían de dueños porque habían perecido en la batalla. Los supervivientes se fueron llenando de ganas de encontrar a Whaon y sus mercenarios.

Las partidas de jinetes que marchaban millas por delante no encontraron a ningún enemigo en su camino. No se escondían ni en los bosques, ni en las vaguadas. No encontraron ni un solo rastro de espías o vigías que siguieran los pasos del ejército de Ofthar, algo que preocupó a este. Tal vez habría subestimado a Whaon. Podría ser que el señor de los pantanos estuviera preparando algo para atrapar al ejército que se le acercaba. De todas formas, Ofthar siguió actuando como hasta ese momento, pues no quería alarmar a sus hombres inútilmente. Si Whaon andaba por ahí, su caballería lo encontraría antes de que su ejército llegase. 

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