El alba llegó como lo hacía siempre y con él el
movimiento del ejército. Las primeras escuadras de caballería salieron hacia
diversos puntos. Tres hacia el este, el sureste y el sur, preparadas para
encontrar posibles trampas dejadas por Whaon, otras para mantener los flancos
seguros. Las últimas eran las que advertirían a la columna de Fhagg de ataques
a los heridos. Fhagg y Lukka desearon lo mejor a Ofthar y se encaminaron de
regreso a casa, a Neskhal, para tratar a los cientos de heridos y a entregar
cientos de urnas con cenizas. La señora Isleyn les acompañaría, agarrada a la
urna del señor Nardiok, que enterraría en el túmulo de los señores de Pharakhe,
la actual capital y ciudad de los Irinat.
Tal y como había decidido Ofthar, el primer cuerpo, el
que dirigía Elthyn, con los hombres del señorío de los Prados se puso en
marcha. La cabeza la abría Velery junto a sus cincuenta hombres de armas que
aún le quedaban. Velery iba a caballo, con cara de pocos amigos. Sus hombres
iban detrás, con peor cara, ya que sabían que eran carnaza para los enemigos.
Si había algún ataque ellos morirían. Y si eso ocurría era porque el que los
dirigía había caído en desgracia. Ya se habían corrido las palabras de Ofthar
en la reunión de jefes y se sabía que este quería lo peor para el guerrero.
Tras el primer cuerpo del ejército les seguía el
primer grupo de carretas con armas y suministros. También llevaban las tiendas
de campaña, pero sin los lujos que habían tenido hasta ese momento. Solo lo
suficiente para dormir y listo. Los muebles y demás de lujos regresarían con
los heridos. Ofthar estaba observando desde su montura como el ejército se
ponía en marcha. Hacía poco, se había despedido de sus asesores Fhagg y Lukka,
mientras recogían su tienda. Mhista y Rhime permanecían a su lado.
-
Bueno, señores, a Isma -dijo contento Ofthar-. Nos toca movernos.
-
Espero que Whaon no nos esté esperando en alguna colina -murmuró
Mhista.
-
Si es así, nuestra caballería dará con él -aseguró Rhime.
-
No os preocupéis, no nos los encontraremos hasta el puente del río
Orgha -comentó Ofthar, muy calmado-. No tiene tantos hombres como para hacer
ataques a nuestra columna. Solo puede intentar retrasarnos para tener más
tiempo para preparar la defensa de la ciudad. El puente del Orgha es un buen
lugar para ello.
-
¿Y si en ese puente ni hay nadie? -inquirió Mhista.
- Bueno,
si me equivoco, antes llegaremos a Isma -se rio Ofthar, alegre-. Vamos,
adelante.
Ofthar espoleó su caballo que empezó a descender por
la colina, en dirección hacia el camino por el que se alejaban los carros. Su
estado mayor y su escolta se apresuraron a alcanzarle, pues el señor de todos
no se podía marchar solo.
El avance del ejército era más lento de lo que Ofthar
había previsto, en gran parte por la lluvia del día anterior, que había
convertido en un lodazal los caminos. Los pesados carromatos cargados hasta los
topes de hundían en el barro y a los bueyes les costaba mucho moverlos. Los
carreteros y los siervos se empleaban en que las ruedas salieran del limo.
El paisaje que iban dejando a los lados del camino
eran tierras de labranza, con granjas abandonadas o solo con siervos a su
cuidado. En algunos casos, los edificios habían sido quemados y los animales de
labranza yacían muertos en los campos. En más de una ocasión, Ofthar se había
separado del ejército, para preguntar por la causa de la desgracia de los
agricultores. Los siervos hablaban de que sus señores, hombres libres habían
huido a las ciudades, como Isma o al norte. En otros casos que habían sido
asesinados y robados. Pero en todos, el causante había sido los mercenarios del
ejército de Whaon, grupos de bandidos que golpeaban en busca de algo que
valiera como pago a sus servicios, pues el señor Whaon no había dado nada a los
que había reclutado. Aparte de asesinatos y robo, los siervos hablaron de
violaciones y raptos, sobre todo cuando regresaron del norte, en menor número y
más violentos. Más de una sierva o hija había sido sacada a la fuerza de las
granjas. Cuando el oro no había llegado, el tráfico de jóvenes llenaba las
bolsas.
Algunos de los miembros del primer cuerpo descubrieron
sus granjas destruidas y se hincharon de un deseo de venganza. Otros se
contagiaron de los sentimientos de sus compañeros. En otras posesiones, carecían
de dueños porque habían perecido en la batalla. Los supervivientes se fueron
llenando de ganas de encontrar a Whaon y sus mercenarios.
Las partidas de jinetes que marchaban millas por
delante no encontraron a ningún enemigo en su camino. No se escondían ni en los
bosques, ni en las vaguadas. No encontraron ni un solo rastro de espías o
vigías que siguieran los pasos del ejército de Ofthar, algo que preocupó a
este. Tal vez habría subestimado a Whaon. Podría ser que el señor de los
pantanos estuviera preparando algo para atrapar al ejército que se le acercaba.
De todas formas, Ofthar siguió actuando como hasta ese momento, pues no quería
alarmar a sus hombres inútilmente. Si Whaon andaba por ahí, su caballería lo
encontraría antes de que su ejército llegase.
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