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miércoles, 18 de marzo de 2020

El dilema (16)

Alvho estaba sentado en una de las mesas de la taberna de Selvho, rumiando lo que había visto y oído tras el retorno de Ulmay y sus discípulos de la arboleda. Esta vez había buscado un mejor lugar para tomar buena cuenta de la apariencia del druida. Para su sorpresa parecía más mayor de lo que era en realidad. Seguramente esa falsa apariencia de hombre mayor era a causa de la frente despejada y las imponentes ojeras que lucía bajo los ojos. De lejos, no sabías si era que estabas viendo el interior de sus órbitas por sus ojos pequeños, o algo más esotérico. En verdad, sus ojos eran normales, azules, de tamaño medio, separados por una nariz aguileña y curvada. Era un hombre delgado o tal vez fibroso, aunque las túnicas que llevaba una sobre otras impedían saberlo con certeza. Aparte del pelo rubio y ligeramente rizado, tenía una barba con mezcla de pelo rubio y rojizo, con mechones anaranjados. Sus manos eran grandes, de dedos delgaduchos, terminados en unas uñas largas y quebradas. Puede ser que las usará para muchas labores, algo raro en un druida. Normalmente estos se valían de fieles o siervos para las cosas cotidianas o los trabajos pesados. Se podría decir que era apuesto, aunque no parecía ser de los que se habían dado cuenta de ello.

Su forma de hablar dejó sorprendido a Alvho. Su discurso estaba falto de las palabras grandilocuentes que los druidas solían usar cuando aseguraban que hablaban con Ordhin. Ese uso de palabras difíciles hacía que los fieles no fueran capaces de entender bien lo que el dios quería de ellos y de esa forma seguir los druidas en su puesto. Pero Ulmay hablaba de forma campechana, asegurando que el dios no estaba contento ni complacido con lo que ocurría en Thymok. Había que ser verdaderos fieles para ser recibidos en el seno de Ordhin y poder ser invitados a su mesa. Los augurios eran buenos para los fieles, los que seguían sus pasos y llevaban a cabo su visión. Los dirigentes de la ciudad y los ricos, no lo tenían tan fácil, pues Ordhin estaba enfadado con ellos.

Ahora Alvho entendía el miedo que el gran druida y el resto de tharns de Thymok tenían sobre la situación. Ulmay era bueno hablando y parecía encandilar a las masas. Podía provocar una guerra civil. Puede ser que por ello el señor Dharkme estuviera tomando medidas y haciendo reformas. No tanto por su supuesto miedo a la vida tras la muerte, sino a que los seguidores de Ulmay dejasen su línea pacífica y se armasen. Nadie quiere una guerra civil en sus territorios y menos contra los hombres libres de bajo nivel y los siervos, que siempre son más que el resto.

Y con esas ideas, Alvho degustaba un estofado correoso y una cerveza agria. Estaba metiéndose una cucharada en la boca cuando alguien se sentó en su mesa. Era el tal Tharka. Sin duda era un hombre grande, musculoso, tendría unos treinta, los ojos eran oscuros, pequeños. No tenía pelo facial y lucía un corte raso, como un guerrero de otros reinos. La nariz era delgada y grande, al igual que sus labios. Era intimidante, aunque no tanto a Alvho, que ya se había ido enfrentando a otros como él. No tenía miedo a los supuestos jefes de pandillas de barrios bajos. Alvho le lanzó una mirada inexpresiva y regresó a su comida, como si el hombre no estuviera allí.

-       Eres un hombrecillo curioso, bardo -espetó Tharka con una voz fuerte-. Incluso mis mejores hombres no han sido capaces de seguirte. En cierto momento los has dejado plantados a todos. Pero aun así me has dejado asombrado. Sabes, yo pensaba que eras otro matón, enviado para matar a mi hermano, pero cuál es mi sorpresa cuando mis hombres me cuentan lo que has hecho.
-       No sé de qué me hablas, amigo -se limitó a decir Alvho entre bocados.
-       ¿Ah, no? -se hizo el sorprendido Tharka, aunque no lo disimuló muy bien-. Pues yo creo que los dos sabemos demasiado bien de lo que hablo, amigo. Solo quiero saber una cosa, ¿eres un aliado o no?
-       ¿Aliado? ¿No aliado? -repitió Alvho como saboreando las palabras, a parte del estofado-. No entiendo a lo que te refieres, amigo. 
-    ¡Déjate ya de buscarme! -bramó Tharka, harto de tanta conversación insulsa, pegando un puñetazo en la mesa-. No es buena idea que te dediques a jugar conmigo, por menos he matado a idiotas y tú no lo pareces. Si no me quieres responder, peor para ti. Esto no indica que vaya a confiar en ti. Seguiré poniendo amigos tras tus pasos. Si eres un aliado, bien por ti, sobrevivirás un día más. Si no eres un aliado, tu final estará en el acero, bien lo sabes.

Tharka se levantó sin esperar que Alvho dijese nada y se marchó de allí. Alvho levantó la mirada para ver cómo el hombre y los que le escoltaban se marchaban de la posada. Selvho no se había perdido de lo ocurrido, aunque disimulaba limpiando unas jarras. 

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