La fachada principal del monasterio era una curiosa
sucesión de arcos y relieves que mostraban partes de la creación del mundo por
parte de Rhetahl. También había figuras de los grandes profetas y de los
escribas de la ley de Rhetahl. De esa forma habían recargado la parte de la
fachada donde se encontraba el antiguo portal del cuartel. El resto de las
paredes del edificio eran de piedra pulida con multitud de ventanas. Las del
bajo eran altas y largas, mientras que las del primer piso eran más pequeñas y
cuadradas. El tejado, de pizarra verdosa, estaba roto por las ventanas de la
buhardilla. Una escalinata añadida a la vez de la nueva fachada, rodeaba el
portal.
En lo más alto de la escalinata esperaba un anciano
sacerdote, que Beldek supuso que sería el abad del monasterio, que Ghahl había
nombrado antes, indicando que esperaba al prefecto. Junto al anciano había
varios jóvenes, vestidos de un negro completo. Por lo que sabía Beldek, ese era
el color de los novicios. Los sacerdotes podían optar por el negro o por otros
colores como el marrón oscuro o el granate. Solo el sumo sacerdote y otros
clérigos mayores podían usar otros colores. El abad llevaba una túnica blanca
con los hombros de un rojo sangre. El sargento Fhahl esperaba un par de
escalones más abajo.
Cuando la columna llegó a las inmediaciones de la
escalinata, varios de los soldados de la escuadra del sargento Fhahl se
encargaron de las riendas de los caballos. Beldek y Ahlssei se apearon de sus
monturas, pero Shiahl permaneció en su caballo.
-
Prefecto -saludó el sargento Fhahl, cuando este se acercó-.
Desgraciadamente el sacerdote Bhilsso tampoco ha hecho noche aquí. El abad
Shubahl de Fhundal no sabe que es de él, pero un poco después de que llegase,
tras mandar un enlace al cuartel, llegó un mensaje del sumo sacerdote, en el
que el abad y el resto de sacerdotes deben ayudarnos en todo lo que queramos.
-
¿Antes eran más reacios? -preguntó en voz baja Beldek.
-
El abad no estaba muy contento por nuestra llegada, pero el otro
sacerdote, el gordito, Ghahl, creo, no puso problemas en la investigación
-contestó Fhahl-. Aseguró que si hubiera estado Bhilsso, él mismo nos lo
hubiera entregado. Me parece que no le caía demasiado bien Bhilsso.
-
Bien investigado, sargento -alabó Beldek al sargento-. He traído
un par de estudiosos. Deben empaquetar todo lo que encontréis en la celda de
Bhilsso. Eso puede darnos pistas de su localización o de lo que ha estado
haciendo. Si el abad da su permiso, procede y acompaña a los estudiosos con su
labor. No lleves a muchos soldados, no hay que soliviantar a los sacerdotes,
ahora que el sumo sacerdote está de nuestro lado, otra vez.
- Así se
hará, prefecto.
El sargento se dirigió hacia la carreta que paraba en
un costado. Beldel subió los peldaños que le separaban del anciano, un
venerable sacerdote, que le observaba con un rictus entre preocupado y triste.
Ghahl dio un paso adelante y señaló al prefecto.
-
El prefecto y conde de Lhimoner, abad -presentó Ghahl, con
solemnidad-. Le acompaña el, el…
-
Capitán Ahlssei de la guardia del emperador, abad -se adelantó a
responder Ahlssei, haciendo una ligera inclinación de cabeza. No pudo sonreír
en su interior ante las caras de sorpresa de los dos sacerdotes al mencionar su
rango y destino. Si esperaban otro soldado de la milicia, se habían equivocado
de lleno.
-
Sean bienvenidos al monasterio, prefecto y capitán -dijo el
anciano, separando las manos, en posición de cordialidad-. El monasterio
ayudará en lo que el prefecto y la guardia necesiten para llevar a cabo su
investigación. Desgraciadamente soy un hombre mayor y muy ocupado, por ello el
padre Ghahl, director de los estudios del monasterio se encargará de estar con
ustedes.
-
Parece que soy su hombre -bromeó Ghahl, pero el abad lanzó una
tosecilla de disgusto por las formas de Ghahl.
-
Veo que puedo dejarles en buenas manos -aseguró el abad, que se
despidió y se marchó hacia el interior del monasterio.
-
¿Bueno, en que les puedo ayudar? -preguntó al fin Ghahl, cuando el
abad se hubo marchado, con su séquito de novicios.
-
Necesitamos que el sargento Fhahl y los estudiosos accedan a la
celda o dormitorio de Bhilsso y se hagan cargo de todas sus posesiones -pidió
Beldek.
-
Ahora llamó a un siervo, que les acompañara hasta la celda de
Bhilsso -asintió Ghahl-. Pero les pido que sean silenciosos y respetuosos, los
sacerdotes del monasterio podrían sentirse ofendidos por las formas de sus
hombres de ciencia. Aquí muchos piensan como el sumo sacerdote sobre sus
hombres especiales. A mí, mientras ayuden a cazar a los criminales, me da lo
mismo lo que hagan. Además no me parecen que sean unos descreídos.
-
No lo son -aseguró Beldek, pues sabía que la mayoría de sus
estudiosos creían en Rhetahl con devoción, aunque se dedicaran su tiempo a
investigaciones de la ciencia-. Serán respetuosos en su monasterio. Podríamos
hablar con usted de mientras sobre el sacerdote Bhilsso.
- No
faltaría más. Espere un momento.
Ghahl se encargó de llamar a un siervo, al que ordenó
que acompañase al sargento Fhahl y sus acompañantes hasta el dormitorio de
Bhilsso. Tras lo cual le indicó a Beldek y Ahlssei que les acompañase a los
jardines, donde podrían hablar sin ser molestados. Los dos militares le
siguieron los pasos.
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