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domingo, 1 de marzo de 2020

El conde de Lhimoner (39)

La fachada principal del monasterio era una curiosa sucesión de arcos y relieves que mostraban partes de la creación del mundo por parte de Rhetahl. También había figuras de los grandes profetas y de los escribas de la ley de Rhetahl. De esa forma habían recargado la parte de la fachada donde se encontraba el antiguo portal del cuartel. El resto de las paredes del edificio eran de piedra pulida con multitud de ventanas. Las del bajo eran altas y largas, mientras que las del primer piso eran más pequeñas y cuadradas. El tejado, de pizarra verdosa, estaba roto por las ventanas de la buhardilla. Una escalinata añadida a la vez de la nueva fachada, rodeaba el portal.

En lo más alto de la escalinata esperaba un anciano sacerdote, que Beldek supuso que sería el abad del monasterio, que Ghahl había nombrado antes, indicando que esperaba al prefecto. Junto al anciano había varios jóvenes, vestidos de un negro completo. Por lo que sabía Beldek, ese era el color de los novicios. Los sacerdotes podían optar por el negro o por otros colores como el marrón oscuro o el granate. Solo el sumo sacerdote y otros clérigos mayores podían usar otros colores. El abad llevaba una túnica blanca con los hombros de un rojo sangre. El sargento Fhahl esperaba un par de escalones más abajo.

Cuando la columna llegó a las inmediaciones de la escalinata, varios de los soldados de la escuadra del sargento Fhahl se encargaron de las riendas de los caballos. Beldek y Ahlssei se apearon de sus monturas, pero Shiahl permaneció en su caballo. 

-       Prefecto -saludó el sargento Fhahl, cuando este se acercó-. Desgraciadamente el sacerdote Bhilsso tampoco ha hecho noche aquí. El abad Shubahl de Fhundal no sabe que es de él, pero un poco después de que llegase, tras mandar un enlace al cuartel, llegó un mensaje del sumo sacerdote, en el que el abad y el resto de sacerdotes deben ayudarnos en todo lo que queramos.
-       ¿Antes eran más reacios? -preguntó en voz baja Beldek.
-       El abad no estaba muy contento por nuestra llegada, pero el otro sacerdote, el gordito, Ghahl, creo, no puso problemas en la investigación -contestó Fhahl-. Aseguró que si hubiera estado Bhilsso, él mismo nos lo hubiera entregado. Me parece que no le caía demasiado bien Bhilsso.
-       Bien investigado, sargento -alabó Beldek al sargento-. He traído un par de estudiosos. Deben empaquetar todo lo que encontréis en la celda de Bhilsso. Eso puede darnos pistas de su localización o de lo que ha estado haciendo. Si el abad da su permiso, procede y acompaña a los estudiosos con su labor. No lleves a muchos soldados, no hay que soliviantar a los sacerdotes, ahora que el sumo sacerdote está de nuestro lado, otra vez. 
-    Así se hará, prefecto.

El sargento se dirigió hacia la carreta que paraba en un costado. Beldel subió los peldaños que le separaban del anciano, un venerable sacerdote, que le observaba con un rictus entre preocupado y triste. Ghahl dio un paso adelante y señaló al prefecto.

-       El prefecto y conde de Lhimoner, abad -presentó Ghahl, con solemnidad-. Le acompaña el, el…
-       Capitán Ahlssei de la guardia del emperador, abad -se adelantó a responder Ahlssei, haciendo una ligera inclinación de cabeza. No pudo sonreír en su interior ante las caras de sorpresa de los dos sacerdotes al mencionar su rango y destino. Si esperaban otro soldado de la milicia, se habían equivocado de lleno.
-       Sean bienvenidos al monasterio, prefecto y capitán -dijo el anciano, separando las manos, en posición de cordialidad-. El monasterio ayudará en lo que el prefecto y la guardia necesiten para llevar a cabo su investigación. Desgraciadamente soy un hombre mayor y muy ocupado, por ello el padre Ghahl, director de los estudios del monasterio se encargará de estar con ustedes.
-       Parece que soy su hombre -bromeó Ghahl, pero el abad lanzó una tosecilla de disgusto por las formas de Ghahl.
-       Veo que puedo dejarles en buenas manos -aseguró el abad, que se despidió y se marchó hacia el interior del monasterio.
-       ¿Bueno, en que les puedo ayudar? -preguntó al fin Ghahl, cuando el abad se hubo marchado, con su séquito de novicios.
-       Necesitamos que el sargento Fhahl y los estudiosos accedan a la celda o dormitorio de Bhilsso y se hagan cargo de todas sus posesiones -pidió Beldek.
-       Ahora llamó a un siervo, que les acompañara hasta la celda de Bhilsso -asintió Ghahl-. Pero les pido que sean silenciosos y respetuosos, los sacerdotes del monasterio podrían sentirse ofendidos por las formas de sus hombres de ciencia. Aquí muchos piensan como el sumo sacerdote sobre sus hombres especiales. A mí, mientras ayuden a cazar a los criminales, me da lo mismo lo que hagan. Además no me parecen que sean unos descreídos.
-       No lo son -aseguró Beldek, pues sabía que la mayoría de sus estudiosos creían en Rhetahl con devoción, aunque se dedicaran su tiempo a investigaciones de la ciencia-. Serán respetuosos en su monasterio. Podríamos hablar con usted de mientras sobre el sacerdote Bhilsso. 
-    No faltaría más. Espere un momento.

Ghahl se encargó de llamar a un siervo, al que ordenó que acompañase al sargento Fhahl y sus acompañantes hasta el dormitorio de Bhilsso. Tras lo cual le indicó a Beldek y Ahlssei que les acompañase a los jardines, donde podrían hablar sin ser molestados. Los dos militares le siguieron los pasos. 

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