Ofthar permanecía sentado en una silla que habían
colocado junto al antiguo trono del señor de los Prados. Podría haberse sentado
en el trono, pero no quería adelantar las cosas. Los tharn del señorío debían
elegirlo como su señor. Lo mejor era que saliera de ellos. Los clanes Bhalonov
y los Isnark eran dos de los que ya le apoyaban sin fisuras y ellos eran los
más poderosos del señorío. Las otras casas se plegarían a lo que los otros dos
decidieran. Pero en ese momento había otras cosas que dilucidar y la principal
es que había pasado con el señor Whaon. Nadie había dado con él, parecía que se
había esfumado.
-
¿Cómo se ha escapado? -preguntó Ofthar hacia los allí
congregados-. Las puertas estaban en nuestro poder. No puede haber pasado por
ellas. Elthero, ¿en esta ciudad hay algún pasadizo secreto o algo parecido?
-
No, mi señor -negó cariacontecido Elthero, pues él también estaba
deseoso de atrapar a Whaon-. He mandado a hombres a rebuscar en todas las casas
y graneros de la ciudad. Daremos con él. Si está en la ciudad, pronto caerá en
nuestras manos.
-
¿Y si no está en la ciudad? -inquirió Ofthar, esperando que no
fuese así, pero alguien tenía que preguntarlo. Ninguno de los presentes parecía
querer responder-. Está bien, que se envíen patrullas de caballería. No deben
alejarse más de una jornada de la ciudad. Rhime, encárgate de que los jinetes
se pongan en marcha.
-
Sí, mi señor -asintió Rhime, dejando su posición, para transmitir
las órdenes, él personalmente.
-
¿Cómo están las cosas en la ciudad?
-
Aún se combate en algunas zonas, sobre todo mercenarios que se
niegan a rendirse -comentó Elthero, como enlace del señorío de los Prados,
nombrado así por Elthyn-. Se han hecho prisioneros, un centenar de guerreros de
los Pantanos, que han tirado sus armas al verse superados. Su líder, un tal
tharn Jernnal quiere hablar contigo, mi señor. A su vez hay casi trescientos
siervos de su thyr que se han rendido. Les tenemos a buen recaudo, con tropas del
señorío. Los incendios han sido controlados. Nuestros heridos y los suyos ya
están siendo tratados, pero de los nuestros hay pocos y de los suyos menos.
Nuestros hombres no tenían ganas de herir, sino matar, señor. La población está
bien y se ha volcado en ayudar a nuestros hombres, señor.
-
¿Dónde se encuentra el tharn Elthyn?
-
Está luchando a los mercenarios de Whaon, con su primo, mi señor
-informó Elthero, visiblemente nervioso.
-
Elthero, gracias por la información, puedes retirarte para ayudar
a tus sobrinos -agradeció Ofthar, que sabía que no sabrían lo que había pasado
con Whaon hasta que el último mercenario se hubiera rendido-. Cuando salgas
informa a Rhime de lo del tharn de los Pantanos. Por ahora no quiero hablar con
él.
- Sí,
señor.
Elthero se marchó tras hacer una reverencia a Ofthar,
que le devolvió el gesto. Varios guerreros se marcharon tras Elthero, dejando
en el salón de audiencias y ceremonias a Ofthar, Rhennast y la guardia. Estaban
todos los amigos de Ofthar, a excepción de Rhime, Orot y Mhista. Del primero
sabía dónde estaba, pero de los otros ni idea y eso le preocupaba, tanto o más
que la desaparición de Whaon.
Solo habían pasado un par de horas desde que había
mandado a Mhista y Orot con la caballería. Tras que él entrara en la ciudad se
había dirigido al castillo. Lo de castillo era una exageración muy ostentosa.
El castillo era la empalizada de la loma, en la que se encontraban el templo,
las casuchas de los druidas, el edificio con el gran salón en el que se
encontraban, otra edificación circular que era la residencia del señor de los
Prados, una torre de piedra que servía de atalaya, cuartel y tenía una forja en
el bajo, un establo y varios almacenes de alimentos. Cuando él y sus hombres
alcanzaron el castillo, solo encontraron hombres muertos, la mayoría de los Pantanos,
gran parte de la guardia de Whaon, había jinetes de su ejército heridos y otros
manteniendo a algunos prisioneros. Pero no dio ni con Mhista, ni con Orot.
Rhennast se había encargado de poner guerreros
manteniendo protegido a su señor, por todo el castillo, mientras que en el gran
salón estaba distribuida la guardia personal de Ofthar. Ahora el gran salón
actuaba de puesto de mando, como lo hubiera hecho cuando vivía el señor de los
Prados. Los enlaces llevan y se marchaban trayendo información que recogía
Rhime. Este se la comunicaba a Ofthar si necesitaba de su decisión, sino, el
buen Rhime asumía su cargo de canciller. Al fin y al cabo, estaba tan angustiado
como Ofthar por la desaparición de sus amigos y camaradas.
De repente un murmullo en la entrada al gran salón,
llamó la atención de Ofthar. Por un momento pensó que eran más siervos que
traían más cerveza y viandas. Ofthar había bebido un poco, pero tenía el
estómago cerrado y no le entraba nada.
-
¿Rhennast, qué coño pasa ahora? -espetó Ofthar enfadado, porque
nadie le informaba y no conseguía ver lo que pasaba bajo el arco de entrada al
gran salón.
-
Es Orot, mi señor.
- ¡Orot!
¡Por Ordhin, hazle pasar inmediatamente! -ordenó a gritos Ofthar, visiblemente
animado.
El gigantesco y bastante feo, pero leal amigo se
acercó. Cojeaba ligeramente y se podía ver un corte en su pierna derecha.
Estaba toda la armadura cubierta de sangre y mierda por igual, lanzando un tufo
horroroso. Orot miraba a Ofthar, con una mezcla de dolor y animosidad. Ofthar
le miraba y no sabía qué decir.
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