Ulmay se dio la vuelta y le hizo un gesto con las
manos a Alvho, indicando que todo estaba bien. Regresó a su silla y se sentó
ante él. El rostro parecía el mismo de antes, con la misma sonrisa abierta.
Alvho respiró tranquilo y se removió en su silla. Parecía que por fin iba a
poder hablar con el druida sobre lo que le quería comunicar y por ello había
enviado a Tharka a buscarle.
-
Supongo que puedo dejar toda la historia de los dioses y las
leyendas, ¿verdad Alvho? -preguntó por fin Ulmay. Alvho asintió con la cabeza,
divertido al ver que el calmado druida se había transformado y parecía un
hombre diferente. Tal vez estaba ante el heraldo que fue-. Claramente no te he
llamado porque Ordhin me haya hablado de ti, sino porque me acuerdo de ti. Tú
naciste aquí en Thymok. Lo veo reflejado en tus ojos, no se me escapa.
-
No me digas -dijo Alvho, interesado y a la vez sorprendido, pues
no recordaba a Ulmay en su pasado-. Creo que te equivocas.
-
No, no me equivoco, aunque dudo que te acuerdes de mi, pues yo soy
más joven que tú -prosiguió Ulmay-. Me acuerdo del anciano que estaba contigo.
Una pena que se muriera. Pero la muerte siempre llega. No se puede remediar. De
todas formas, el viejo te paso su arte, ¿verdad?
-
Sigo sin seguirte.
-
Veo que eres precavido -afirmó sonriente Ulmay-. Pero yo conozco
tu pasado que es tu presente. Ireanna no se equivoca cuando dice que eres un
asesino y seguramente te han contratado para matarme. No hay que ser muy idiota
para darse cuenta. Pero lo que me ha asombrado es que en la arboleda mataras a
los otros que estaban allí. Aunque tal vez los asesinos no os gusta que otros
se metan en sus negocios. Si otro me mata, tú no cobras. La cuestión es que yo
no quiero morir y por ahora Tharka está haciendo un buen trabajo.
-
Parece que Tharka te tiene en alta estima, lo que quiere decir que
os conocíais de antes -inquirió Alvho-. Supongo que le viene bien tener al gran
druida entre sus filas.
-
Es verdad que nos conocemos de cuando éramos críos, pero no se
puede decir que en aquella época fuéramos amigos -reconoció Ulmay-. Tharka era
ya un matón de niño, se instruyó en la calle, como todos en esta ciudad. Las
barriadas son un gran lugar para aprender, aunque mayormente en cómo
sobrevivir. Podrías decir que nos respetábamos, pero no era así. Tharka solo
respeta lo que le hace poderoso. Cuando yo era niño no le podía dar nada, ahora
las cosas han cambiado.
-
Lo cual quiere decir que le estás usando -indicó Alvho-. Le haces
creer que tu situación es gracias a él. Mientras que en verdad le has hecho
caer en tu juego. Sin duda cree que le harás más poderoso en el futuro, que
cuando te conviertas en el confesor del señor de Thymok, le llevarás con él.
Pero eso no ocurrirá, tu viaje a lo más alto no requiere llevar equipaje. Me pregunto
qué diría Tharka si se enterase de tus verdaderos planes.
-
Pues me mataría -se rió Ulmay-. Sin duda puedes discernir el
futuro tan bien como yo. Sabes manejar lo que te rodea para obtener tu premio.
Pero el oro no lo paga todo, Alvho, bien lo sé.
-
Ser un heraldo no te llenó del todo el alma -presionó Alvho,
intrigado con que era lo que buscaba de él Ulmay-. Supongo que al final todo el
mundo debe saciar sus ansias de poder.
-
Yo era un heraldo y me gustaba esa vida -afirmó Ulmay-. Pero la
vida te lleva por caminos que no son siempre los que creías mejores. Son obra
de los dioses. Y fueron ellos quienes me enseñaron cuál era el mejor para mí.
Pero no podré alcanzar lo que busco si tú u otro asesino me mata antes. Mi
oferta es muy simple. Puedo pagarte más de lo que ya te han hecho. Solo tendrás
que conseguir que no me maten. Y visto lo que has hecho en la arboleda no creo
que tengas problema en mantener mi gaznate protegido.
-
Creo que desconoces cómo funciona la vida de un asesino -se burló
Alvho-. Se juegan la vida si rompen un contrato. Se podría decir que son
hombres de honor. Pero puedo esperar. Te seguiré y si eres capaz de
convencerme, quiero decir es mejor que sigas con vida a que nos dejes para
siempre, me lo podría pensar. Pero en ese caso, tendrás tú que ayudarme a mí.
- Eso
está hecho -aseguró Ulmay.
Alvho se le quedó mirando, sin saber lo que iba a
hacer exactamente. En su forma de vida, y con los jefes que trataba, la
traición era imposible, así como romper o echarse atrás en un contrato. En más
de una ocasión había tenido que matar a algún intento de asesino que había
fallado o que se había echado atrás porque no era capaz de llevar a cabo el
asesinato. Sabía lo desesperados que intentaban huir y la sensación de ver
sombras inexistentes hasta que llegaban ante él, el único que no parecía una
sombra.
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