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domingo, 10 de mayo de 2020

El conde de Lhimoner (49)

Shiahl llegó acompañado con el chambelán que esta vez no quiso pasar de la puerta. La noticia ya se había dispersado por toda la casa, por lo que alguno de los siervos estaba haraganeando por el pasillo por el que se accedía al despacho. Beldek supuso que algunos querían ver a su señor por última vez, otros en cambio, querían cerciorarse que no recibirían las malas formas con las que Yhurino solía tratar a los suyos. Unos pocos solo tenían curiosidad. El chambelán los dispersó por un rato. Shiahl había traído con él un par de soldados de la escolta que se quedaron en el pasillo, a ambos lados de la puerta.

-       He mandado a media escolta de regreso al cuartel, para que regresen con más hombres y los estudiosos de guardia -dijo Shiahl una vez que entró en el despacho de Yhurino.
-       Bien hecho sargento -indicó Beldek-. Parece que alguien ha decidido que debe eliminar a aquellos que saben demasiado o ya no son útiles para quien está manejando los hilos en este caso.
-       Pero matar a un noble, a Yhurino, puede ser contraproducente, ¿no? -preguntó Ahlssei, que miraba el cuerpo del conde-. Los conocidos y amigos de Yhurino pedirán que se haga justicia, que se encuentre al asesino.
-       Podría ser o podrían presionar con más ansia al emperador para que quitase al sumo sacerdote de su puesto -terció Beldek-. Me temo que los amigos de Yhurino, que no son tantos como podéis pensar, pues la mayoría de los invitados que habéis visto hoy solo le seguían porque era de los que compraban a sus seguidores. Algunos repetirán sus palabras por honor, otros por miedo.
-       ¿Por miedo? -inquirió Ahlssei.
-       Sí, por miedo -repitió Beldek con fuerza-. Por miedo al sumo sacerdote. Yhurino llevaba horas malmetiendo contra el sumo sacerdote y ahora aparece muerto. Y le han matado de una forma específica. No le han matado de una forma sádica cualquiera. Le han sacado los ojos y le han cortado la lengua. Esto se parece a la ejecución de herejes que llevó a cabo la propia Iglesia de Rhetahl hace dos siglos. En aquella época se decía que los que no eran capaces de leer la palabra de Rhetahl y en cambio por su boca decían falsedades sobre nuestro Dios, debían perder los ojos y la lengua, ya que no los usaban para nada bueno. Muchos fueron martirizados así. Aunque en aquella época lo hacían cuando estaban vivos.
-       ¿Esa explicación venía en una de las páginas desaparecidas del tomo robado? -quiso saber Ahlssei.
-       No, esto es de la historia de la Iglesia, no del libro -negó Beldek-. Y por ello responsabilizarán al sumo sacerdote como el causante de la muerte. Dirán que habrá ordenado que asesinen al conde por estar contra él. Los nobles menores como Yhurino se harán eco y la muchedumbre lo creerá a pies juntillas. El general se libra de un rival pero recibe como premio un nuevo alboroto sin precedentes. Supongo que dirá que Yhurino le jode hasta muerto.
-       En este caso, ¿quién puede saber lo de los ojos y la boca? -interrogó Ahlssei.
-       En principio cualquiera que le interese la historia de la Iglesia -señaló Beldek-. Pero lo más normal es que sea un sacerdote o un miembro de la Iglesia de Rhetahl. No es un dato que sea secreto. La iglesia se vanagloriaba de cómo eliminó a los que pensaba que eran poco fieles a la Iglesia. ¿Shiahl, has conseguido algo con el retrato del sacerdote no identificado?
-       Se lo he enseñado a algunos siervos -afirmó Shiahl, dando un paso hacia delante. La visión del cadáver de Yhurino no pareció molestar al sargento. Ya era un veterano-. Algunos han indicado que si han visto a alguien parecido, pero dudaban que fuera un sacerdote. A otros no les suena de nada. Ninguno ha sido capaz de decirme un nombre o que haya estado aquí en algún momento. 
-    Shiahl, haz entrar al chambelán, por favor -pidió Beldek.

El sargento se dio la vuelta rápidamente y se dirigió al pasillo. Tardó algo más en regresar con el siervo. Por lo visto el hombre no quiso entrar hasta que unos siervos trajeron una sábana para tapar el cuerpo de su antiguo señor. La sábana la recogieron los soldados de la puerta, ya que Beldek prohibió la entrada a toda persona que no fuera de su total confianza y estos solo eran sus soldados y los estudiosos.

El chambelán parecía más blanco y desanimado que cuando había llevado hasta allí a Beldek y Ahlssei. Sin duda, pensó Beldek, que la visión de su señor muerto le había crispado los nervios, aunque tal vez ahora, estuviera más preocupado por su futuro que por el asesinato en sí de su señor. Por lo que sabía, Yhurino carecía de descendencia directa, solo unos sobrinos lejanos, que residían en una ciudad del sur. Estos parientes carecían de las riquezas de su tío. 

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