Shiahl llegó acompañado con el chambelán que esta vez
no quiso pasar de la puerta. La noticia ya se había dispersado por toda la
casa, por lo que alguno de los siervos estaba haraganeando por el pasillo por
el que se accedía al despacho. Beldek supuso que algunos querían ver a su señor
por última vez, otros en cambio, querían cerciorarse que no recibirían las
malas formas con las que Yhurino solía tratar a los suyos. Unos pocos solo
tenían curiosidad. El chambelán los dispersó por un rato. Shiahl había traído
con él un par de soldados de la escolta que se quedaron en el pasillo, a ambos
lados de la puerta.
-
He mandado a media escolta de regreso al cuartel, para que
regresen con más hombres y los estudiosos de guardia -dijo Shiahl una vez que
entró en el despacho de Yhurino.
-
Bien hecho sargento -indicó Beldek-. Parece que alguien ha
decidido que debe eliminar a aquellos que saben demasiado o ya no son útiles
para quien está manejando los hilos en este caso.
-
Pero matar a un noble, a Yhurino, puede ser contraproducente, ¿no?
-preguntó Ahlssei, que miraba el cuerpo del conde-. Los conocidos y amigos de
Yhurino pedirán que se haga justicia, que se encuentre al asesino.
-
Podría ser o podrían presionar con más ansia al emperador para que
quitase al sumo sacerdote de su puesto -terció Beldek-. Me temo que los amigos
de Yhurino, que no son tantos como podéis pensar, pues la mayoría de los
invitados que habéis visto hoy solo le seguían porque era de los que compraban
a sus seguidores. Algunos repetirán sus palabras por honor, otros por miedo.
-
¿Por miedo? -inquirió Ahlssei.
-
Sí, por miedo -repitió Beldek con fuerza-. Por miedo al sumo
sacerdote. Yhurino llevaba horas malmetiendo contra el sumo sacerdote y ahora
aparece muerto. Y le han matado de una forma específica. No le han matado de
una forma sádica cualquiera. Le han sacado los ojos y le han cortado la lengua.
Esto se parece a la ejecución de herejes que llevó a cabo la propia Iglesia de
Rhetahl hace dos siglos. En aquella época se decía que los que no eran capaces
de leer la palabra de Rhetahl y en cambio por su boca decían falsedades sobre
nuestro Dios, debían perder los ojos y la lengua, ya que no los usaban para
nada bueno. Muchos fueron martirizados así. Aunque en aquella época lo hacían
cuando estaban vivos.
-
¿Esa explicación venía en una de las páginas desaparecidas del
tomo robado? -quiso saber Ahlssei.
-
No, esto es de la historia de la Iglesia, no del libro -negó
Beldek-. Y por ello responsabilizarán al sumo sacerdote como el causante de la
muerte. Dirán que habrá ordenado que asesinen al conde por estar contra él. Los
nobles menores como Yhurino se harán eco y la muchedumbre lo creerá a pies
juntillas. El general se libra de un rival pero recibe como premio un nuevo
alboroto sin precedentes. Supongo que dirá que Yhurino le jode hasta muerto.
-
En este caso, ¿quién puede saber lo de los ojos y la boca?
-interrogó Ahlssei.
-
En principio cualquiera que le interese la historia de la Iglesia
-señaló Beldek-. Pero lo más normal es que sea un sacerdote o un miembro de la
Iglesia de Rhetahl. No es un dato que sea secreto. La iglesia se vanagloriaba
de cómo eliminó a los que pensaba que eran poco fieles a la Iglesia. ¿Shiahl,
has conseguido algo con el retrato del sacerdote no identificado?
-
Se lo he enseñado a algunos siervos -afirmó Shiahl, dando un paso
hacia delante. La visión del cadáver de Yhurino no pareció molestar al sargento.
Ya era un veterano-. Algunos han indicado que si han visto a alguien parecido,
pero dudaban que fuera un sacerdote. A otros no les suena de nada. Ninguno ha
sido capaz de decirme un nombre o que haya estado aquí en algún momento.
- Shiahl,
haz entrar al chambelán, por favor -pidió Beldek.
El sargento se dio la vuelta rápidamente y se dirigió
al pasillo. Tardó algo más en regresar con el siervo. Por lo visto el hombre no
quiso entrar hasta que unos siervos trajeron una sábana para tapar el cuerpo de
su antiguo señor. La sábana la recogieron los soldados de la puerta, ya que
Beldek prohibió la entrada a toda persona que no fuera de su total confianza y
estos solo eran sus soldados y los estudiosos.
El chambelán parecía más blanco y desanimado que
cuando había llevado hasta allí a Beldek y Ahlssei. Sin duda, pensó Beldek, que
la visión de su señor muerto le había crispado los nervios, aunque tal vez
ahora, estuviera más preocupado por su futuro que por el asesinato en sí de su
señor. Por lo que sabía, Yhurino carecía de descendencia directa, solo unos
sobrinos lejanos, que residían en una ciudad del sur. Estos parientes carecían
de las riquezas de su tío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario