Solo cuando los primeros invitados empezaron a
marcharse, Beldek se dio cuenta que Yhurino tardaba demasiado en volver de
resolver un problema en las cocinas. Llamó a un sirviente y le preguntó por el
conde. Este le indicó que había tenido que recibir a un visitante especial y
que estaba con él en su despacho. Beldek se enfureció por dentro y obligó al
criado a hacer llamar a su señor, pues la milicia quería hablar con él. El
criado se marchó y regresó un rato más tarde, indicando que su señor seguía en
su despacho y no se le debía importunar.
Beldek lo dejo estar hasta que el último invitado se
marchó y el chambelán vino a invitarles a irse, debido a que la fiesta se había
terminado.
-
Les anuncio señores que el ágape se ha terminado ya, les
acompañaré a la puerta donde les esperará su carruaje -dijo el siervo.
-
Tu señor nos espera para hablar, llévanos con él -ordenó sin
contemplaciones Beldek.
-
Pero, pero, ya es muy tarde, mi señor se habrá retirado ya a sus
habitaciones privadas y… -respondió el siervo.
-
Sabes perfectamente quien soy, amigo -le cortó Beldek-. Y mi
compañero es de la guardia del emperador. Llévanos ante el conde o nos
abriremos paso nosotros mismos -para dar más fuerza a su amenaza, puso su mano
en el pomo de su sable. Beldek pudo ver la cara de terror del chambelán, aunque
dudaba si era por él o por el castigo que recibiría por parte de Yhurino por
permitir que le molestasen.
- Está
bien, síganme -claudicó el siervo.
El chambelán les llevó por la misma puerta por la que
se había marchado Yhurino tiempo antes. Les guió por varios pasillos,
cruzándose con otros siervos que les miraban con sorpresa. De vez en cuando el
chambelán paraba a un compañero y le preguntaba por la localización del conde y
la mayoría indicaban que estaba reunido en su despacho. Su guía en cambio
parecía cada vez más alarmado. Por lo que Beldek decidió intervenir.
-
¿Qué es lo que pasa, amigo? ¿Dónde está el conde Yhurino?
-
En su despacho, pero no puede seguir reunido, pues la persona que
ha venido a visitarle se ha marchado hace una hora -respondió alarmado el
siervo, que apretó el paso-. Yo mismo le he acompañado a la calle.
-
¿Quién es esa persona?
- Creo
que alguien con el que mi señor hace negocios o tal vez un informante -dijo de
manera esquiva el siervo, por lo que Beldek prefirió dejar ahí. Además llegaron
ante la puerta del despacho.
El siervo golpeó la puerta y llamó al conde por su
nombre, cada vez con tono más alto. Pero no hubo respuesta alguna del interior.
El siervo iba a abrirla, pero Beldek se lo impidió.
-
Déjame a mí, amigo -indicó Beldek, al tiempo que le hacía un gesto
a Ahlssei, para que procediera.
- No sé
si mi señor este a favor de esto -se quejó el siervo, pero Ahlssei ya estaba
abriendo la puerta.
Ahlssei fue el primero en entrar, seguido por Beldek y
un temeroso siervo. Tras la puerta, había luz, de unas cuantas velas. En las
paredes había estanterías llenas de libros y códices. En el centro había una
gran mesa, llena de papeles y bolsas de cuero. Pudieron ver al conde sentado en
el sillón tras la mesa. No se movía y al acercarse, pudieron ver que tenía la
cara llena de sangre. El siervo lanzó un grito de horror al ver la sangre.
Ahlssei se acercó al cuerpo y levantó la cabeza agarrándola del pelo. Pudieron
comprobar que le habían arrancado los ojos, tenía múltiples cortes por toda la
cara y parecía que le habían hecho algo en la boca, pues salía sangre de su
interior. El siervo se había caído al suelo al ver el rostro destrozado de su
señor.
-
Baja a las caballerizas y haz venir a mis hombres, estarán junto a
mi carro -le indicó al siervo, levantándole del suelo-. Busca al sargento
Shiahl.
-
¿Sargento Shiahl? -consiguió articular el siervo.
- Eso
es, vete -ordenó Beldek.
El siervo echó la última mirada al conde y se marchó
de allí. Era mejor así, pues el hombre se hubiera puesto a llorar allí mismo.
Si dejaba de ver el rostro de su antiguo señor, podría sentirse mejor y era su
principal testigo, pues había visto a la persona que había recibido el conde
antes de morir. Estaba casi seguro que la persona que había matado a Yhurino
era la misma que estaba matando por su ciudad y que ahora solucionaba los cabos
sueltos que le estaban quedando. Aunque también pensaba que esa persona era
quien quería destituir al sumo sacerdote y Beldek desconocía porqué.
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