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miércoles, 6 de mayo de 2020

El dilema (23)

Por unos segundos, la luz le cegó a Alvho, pero pronto sus ojos se fueron aclimatando. La habitación en la que estaba era muy sencilla y falta de decoración. A parte de lo básico para dormir, un lecho, un armario, un arcón y material para lavarse, tenía un altar de madera. Se podían ver unas figurillas que representaban a los dioses, con Ordhin a la cabeza. También se percató en los estantes llenos de rollos de piel de cordero. No descubrió libros, por lo que Ulmay no debía ser de los que leían nuevas historias.

Al observar al druida, Alvho descubrió que había cambiado su aspecto. Aún le recordaba por su pelo rubio, pero ahora, se había rasurado todo el pelo. Lucía su cuero cabelludo al aire y podía distinguir un tatuaje. Se veían dos círculos, separados por una cenefa. En el exterior había una serie de animales, que si Alvho no estaba equivocado eran los animales celestiales, las mascotas de Ordhin. Y en el círculo interno había una serie de runas. Estaba casi seguro de lo que eran, pues se parecían a las que ellos, su grupo de asesinos usaba. Era la marca de los heraldos de Bhargi. Pero como un druida podía ser heraldo o podría ser que Ulmay no hubiera sido siempre druida, sino otra cosa.

-       Puedes sentarte -Ulmay le despertó de su ensoñación, señalando un par de sillas que tenía situadas cerca del altar-. Quería conocerte, el gran Ordhin me ha hablado de ti.
-       Vaya, no me esperaba que quien nos rige se pueda acordar de una persona bastante normal -se burló Alvho, mirando a Ulmay.
-       El gran Ordhin siempre observa a todos los sus hijos, Alvho -dijo Ulmay como si fuera un maestro-. Y hasta una persona que tiene sus manos manchadas de sangre, también es hijo de Ordhin. Él me ha hablado y me ha dicho que estás aquí para ayudarme.
-       ¿Manos manchadas de sangre? ¿Ayudarte? El gran Ordhin ha hablado mucho, pero no le entiendo -dudo Alvho, con un poco de curiosidad debido a que había lo de las manos llenas de sangre.- Normalmente son los hombres los que piden ayuda. Nunca he visto a un dios hacerlo, pues ellos son el poder mismo.
-       Los dioses no tienen más poder que el que sus hijos les otorgamos -indicó Ulmay, con una sonrisa en los labios.
-       Entonces quieres decir que si nosotros no les diéramos ese poder, Ordhin y compañía no serían nada -argumentó Alvho, que se veía interesado en mantener una conversación con el druida. No era tanto por saber de temas de dioses y las leyendas, sino por aprender cómo reaccionaba el druida-. En ese caso, los dioses son más parecidos a fantasmas.
-       Se podría decir que sí -se rio Ulmay, sin perder su calma-. Los dioses, cuantos más hijos les rinden culto, más poderosos se vuelven o eso debería ser lo habitual. Porque no solo les da la vida el rezo de sus fieles. A Bheler le hace poderoso el miedo y Bhargi se nutre de las canciones y la alegría.
-       En ese caso Frigha se hace fuerte por el sexo -intervino Alvho, poniendo una mueca sátira.
-       Bueno con el amor puro le bastaría, pero algunos prefieren la unión carnal del hombre y la mujer para rezar a la diosa -añadió Ulmay-. Cada dios tiene una forma propia de hacerse fuerte y gracias a ello, cuanto más fuerte son, más fácilmente pueden descender hasta aquí y hablar con sus servidores. Pues yo soy uno de ellos. 
-    Vaya, quién lo diría yo soy un gran seguidor de Frigha -soltó sin más Alvho, como si no hubiese escuchado las últimas palabras de Ulmay.

Ulmay rompió a reírse, como si Alvho hubiese hecho una chanza. Alvho observó las cortinas y notó como los pliegues se movieron ligeramente. Estaba seguro que Ireanna estaba allí detrás, escuchando lo que decían. Lo que no sabía es si era porque se preocupaba por el druida o había algo más. Tal vez la mujer no era lo que parecía. Había algo que hacía que su cuerpo se sintiese raro. Ulmay, le miró y luego llevó su vista a las cortinas. Se puso en pie de un salto y se acercó a estas, con pasos ligeros y reduciendo el tono de su risa, como si estuviese sentado aun. Descorrió la cortina de un golpe seco, sacando de su escondite a Ireanna.

-       Ireanna te he pedido que nos dejases tranquilos -indicó Ulmay, serio, pero no parecía enfadado.
-       Estoy aquí para comprobar que estés seguro -se excusó Ireanna y señaló a Alvho-. Este hombre no tiene buena reputación. Dice ser un bardo, va con mujeres de la calle, pero en verdad su situación es otra, es un asesino y seguro que le han contratado para acabar contigo. Tharka… 
-    Ya basta, Ireanna y no metas a Tharka en esto -se hartó Ulmay, pero no subió el tono de su voz. A Alvho no se le pasó desapercibido que Ulmay tenía en mejor consideración a Tharka que a la mujer, aunque intentaba que no se notase-. Todos me habéis hecho vuestras objeciones sobre esta reunión, pero aun así, él está aquí y llevamos ya un rato y no me ha matado. Ordhin me ha hablado sobre él y sé que no va a intentar nada en este lugar, así, que quédate tranquila y déjanos.

Ireanna abrió la boca, con intención de decir algo más, pero los ojos azules de Ulmay parecían quemarle los suyos, pues retiró la mirada. Al poco pidió disculpas, cruzó la sala y salió por la puerta por la que había accedido Alvho.  

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