Cuando Jörhk terminó con la consola, se dirigió hasta
donde había unas sillas y se sentó en una de ellas. Su rostro era pensativo.
Diane le siguió y le imitó.
-
Los ascensores han sido bloqueados, tanto los del hall central
como los de mantenimiento -dijo por fin Jörhk-. Parece que alguien se ha hecho
señor y dueño del edificio. Esto nos lo hace más difícil, pero no imposible.
Creo que lo principal es llegar hasta el apartamento 50F. Tras ello, ya veremos
cómo llegar a la azotea.
-
Bien -se limitó a decir Diane.
-
Una cosa niña, no me importa que hables con tu amiga en su idioma,
pero espero que la hermana sepa común, pues espero que sepa qué diablos ocurre
aquí -indicó Jörhk-. Por ahora tú y los otros dos os quedáis aquí. Yo saldré a
informarme de lo que pasa. Creo que un hombre como yo pasara más desapercibido
que dos niñas y un anciano. Te voy a enseñar a cerrar este cuarto y solo me
abrirás a mí. ¿Entendido?
-
Sí -musitó Diane.
- Vale,
ven -ordenó Jörhk, saliéndole su tono militar.
Diane le siguió y Jörhk le explicó varias veces
seguidas cómo funcionaba la consola, la cámara exterior, el bloqueo y como
ponerlo y quitarlo. Cuando Diane probó a hacerlo un par de veces, Jörhk estuvo
satisfecho y se marchó, dejándola al mando de los otros dos. Antes de marchar
le recordó que solo usase las pistolas que llevaba como último recurso. El
sonido que hacían alertaría a otros malos.
Jörhk salió y esperó a que la compuerta se cerró, escuchando
como Diane la bloqueaba. Levantó el pulgar de su mano derecha en señal de que
todo estaba bien y se dirigió hacia la derecha, por el pasillo en el que
estaba. Cuando había revisado la consola, había visto que por ese lado había un
ascensor de servicio, bloqueado, pero también la consola que lo activaba. Tenía
que conseguir que funcionase para usarlo. Iba andando con cuidado. Cada vez que
alcanzaba una esquina, se paraba y con un espejo de mano, comprobaba que no
había nadie al otro lado de la esquina. Estaba recorriendo uno de los pasillos
cuando escuchó los pasos de alguien que se acercaba. Parecían ser dos personas
y por su forma de andar, le recordaban a soldados. No podían ser miembros de la
milicia planetaria, pero cualquier cosa. Buscó algún lugar para esconderse,
pero no había ninguno. Blasfemó por dentro por su mala suerte. Habría que hacer
alguna maniobra para engañarles.
Dos hombres vestidos con petos militares se
encontraron de lleno con Jörhk, que se había colocado en el centro del pasillo,
como si tuviera derecho a estar ahí. Los hombres parecían de edades diferentes,
uno era un pimpollo, un joven con la cara llena de pecas y unos ojos saltones.
Llevaba puesta mal toda la ropa, pero no parecía darse cuenta y tampoco parecía
que su compañero le hubiera regañado por ello. El otro era algo más mayor, tal
vez treinta o cuarenta. Ambos eran humanos. Lo que les diferenciaba de unos
idiotas jugando a ser soldados eran los dos rifles de asalto que cargaban en
sus hombros. Eran buenos, demasiado buenos para esas dos piltrafas.
-
¿Quién eres tú y qué haces aquí? -preguntó el más mayor de los
dos-. Este sector está cerrado.
-
¿Cerrado? -repitió Jörhk haciéndose el tonto-. Soy de
mantenimiento y estaba trabajando en los túneles. No se nada de que se haya
cerrado este sector. No he recibido ningún aviso.
-
¿Mantenimiento? ¿Túneles? ¿Qué túneles? -inquirió el hombre
totalmente sorprendido-. Nadie me ha comunicado nada de la existencia de unos
túneles.
-
Bueno son túneles de servicio -contestó Jörhk, que tras unos
segundos añadió para satisfacer al hombre-, señor. Todo el subsuelo del barrio
está plagado de ellos. Cada edificio es responsable de tenerlos mantenidos,
sobretodo en estos tiempos.
-
Enséñanos donde está la entrada de esos túneles - ordenó el hombre.
-
Lo siento señor, pero son lugares donde se prohíbe el paso a
personas no autorizadas y no puedo… -empezó a decir Jörhk, simulando que tenía
sus dudas sobre la autoridad de los hombres.
-
¿Qué no puedes qué? -espetó el hombre joven-. Aquí mandamos
nosotros, así que ya nos estas enseñando ese túnel y no te doy una manta de…
-
¡Mira! -intervino el otro hombre, mostrando el brazalete de tela
que llevaban en el brazo derecho. Jörhk reconoció el emblema del LSH-. Esta es
nuestra autoridad. ¿Te vale?
- Claro
señor, síganme, por favor.
Jörhk les guió por el pasillo hasta la compuerta
cerrada donde estaban sus compañeros. Mientras iban hacia allí, el hombre de
más edad iba regañando al más joven sobre su forma de actuar. No debía amenazar
a los hermanos trabajadores de esa forma. Se compadecía de que un buen hombre
tuviera que trabajar en un inmundo túnel del subsuelo, ese lugar era para las
ratas de lo alienígenas. Jörhk se paró delante de la consola y comenzó a
palparse la ropa, buscando algo.
-
¿Ahora qué pasa? -preguntó el hombre mayor.
-
¡Está jugando con nosotros! -gritó el joven triunfalista-. Ya
sabía yo que este era un listo. Tú y los buenos trabajadores.
- No
encuentro la tarjeta de seguridad -respondió Jörhk-. Esta sección está cerrada
por seguridad. ¡Ah, aquí está!
Jörhk se giró empuñando sus dos cuchillos de plasma
que clavó en los pechos de los dos sorprendidos hombres. Los dos cayeron al
suelo, muertos, con los corazones atravesados por las hojas que lo quemaban
todo. En sus rostros se quedaron dos rictus muy graciosos.
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