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miércoles, 27 de mayo de 2020

El mercenario (27)

Cuando Jörhk terminó con la consola, se dirigió hasta donde había unas sillas y se sentó en una de ellas. Su rostro era pensativo. Diane le siguió y le imitó.
 
-       Los ascensores han sido bloqueados, tanto los del hall central como los de mantenimiento -dijo por fin Jörhk-. Parece que alguien se ha hecho señor y dueño del edificio. Esto nos lo hace más difícil, pero no imposible. Creo que lo principal es llegar hasta el apartamento 50F. Tras ello, ya veremos cómo llegar a la azotea.
-       Bien -se limitó a decir Diane.
-       Una cosa niña, no me importa que hables con tu amiga en su idioma, pero espero que la hermana sepa común, pues espero que sepa qué diablos ocurre aquí -indicó Jörhk-. Por ahora tú y los otros dos os quedáis aquí. Yo saldré a informarme de lo que pasa. Creo que un hombre como yo pasara más desapercibido que dos niñas y un anciano. Te voy a enseñar a cerrar este cuarto y solo me abrirás a mí. ¿Entendido?
-       Sí -musitó Diane. 
-    Vale, ven -ordenó Jörhk, saliéndole su tono militar.
 
Diane le siguió y Jörhk le explicó varias veces seguidas cómo funcionaba la consola, la cámara exterior, el bloqueo y como ponerlo y quitarlo. Cuando Diane probó a hacerlo un par de veces, Jörhk estuvo satisfecho y se marchó, dejándola al mando de los otros dos. Antes de marchar le recordó que solo usase las pistolas que llevaba como último recurso. El sonido que hacían alertaría a otros malos.
 
Jörhk salió y esperó a que la compuerta se cerró, escuchando como Diane la bloqueaba. Levantó el pulgar de su mano derecha en señal de que todo estaba bien y se dirigió hacia la derecha, por el pasillo en el que estaba. Cuando había revisado la consola, había visto que por ese lado había un ascensor de servicio, bloqueado, pero también la consola que lo activaba. Tenía que conseguir que funcionase para usarlo. Iba andando con cuidado. Cada vez que alcanzaba una esquina, se paraba y con un espejo de mano, comprobaba que no había nadie al otro lado de la esquina. Estaba recorriendo uno de los pasillos cuando escuchó los pasos de alguien que se acercaba. Parecían ser dos personas y por su forma de andar, le recordaban a soldados. No podían ser miembros de la milicia planetaria, pero cualquier cosa. Buscó algún lugar para esconderse, pero no había ninguno. Blasfemó por dentro por su mala suerte. Habría que hacer alguna maniobra para engañarles.
 
Dos hombres vestidos con petos militares se encontraron de lleno con Jörhk, que se había colocado en el centro del pasillo, como si tuviera derecho a estar ahí. Los hombres parecían de edades diferentes, uno era un pimpollo, un joven con la cara llena de pecas y unos ojos saltones. Llevaba puesta mal toda la ropa, pero no parecía darse cuenta y tampoco parecía que su compañero le hubiera regañado por ello. El otro era algo más mayor, tal vez treinta o cuarenta. Ambos eran humanos. Lo que les diferenciaba de unos idiotas jugando a ser soldados eran los dos rifles de asalto que cargaban en sus hombros. Eran buenos, demasiado buenos para esas dos piltrafas.
 
-       ¿Quién eres tú y qué haces aquí? -preguntó el más mayor de los dos-. Este sector está cerrado.
-       ¿Cerrado? -repitió Jörhk haciéndose el tonto-. Soy de mantenimiento y estaba trabajando en los túneles. No se nada de que se haya cerrado este sector. No he recibido ningún aviso.
-       ¿Mantenimiento? ¿Túneles? ¿Qué túneles? -inquirió el hombre totalmente sorprendido-. Nadie me ha comunicado nada de la existencia de unos túneles.
-       Bueno son túneles de servicio -contestó Jörhk, que tras unos segundos añadió para satisfacer al hombre-, señor. Todo el subsuelo del barrio está plagado de ellos. Cada edificio es responsable de tenerlos mantenidos, sobretodo en estos tiempos.
-       Enséñanos donde está la entrada de esos túneles - ordenó el hombre.
-       Lo siento señor, pero son lugares donde se prohíbe el paso a personas no autorizadas y no puedo… -empezó a decir Jörhk, simulando que tenía sus dudas sobre la autoridad de los hombres.
-       ¿Qué no puedes qué? -espetó el hombre joven-. Aquí mandamos nosotros, así que ya nos estas enseñando ese túnel y no te doy una manta de…
-       ¡Mira! -intervino el otro hombre, mostrando el brazalete de tela que llevaban en el brazo derecho. Jörhk reconoció el emblema del LSH-. Esta es nuestra autoridad. ¿Te vale? 
-    Claro señor, síganme, por favor.
 
Jörhk les guió por el pasillo hasta la compuerta cerrada donde estaban sus compañeros. Mientras iban hacia allí, el hombre de más edad iba regañando al más joven sobre su forma de actuar. No debía amenazar a los hermanos trabajadores de esa forma. Se compadecía de que un buen hombre tuviera que trabajar en un inmundo túnel del subsuelo, ese lugar era para las ratas de lo alienígenas. Jörhk se paró delante de la consola y comenzó a palparse la ropa, buscando algo. 
 
-       ¿Ahora qué pasa? -preguntó el hombre mayor.
-       ¡Está jugando con nosotros! -gritó el joven triunfalista-. Ya sabía yo que este era un listo. Tú y los buenos trabajadores. 
-    No encuentro la tarjeta de seguridad -respondió Jörhk-. Esta sección está cerrada por seguridad. ¡Ah, aquí está!
 
Jörhk se giró empuñando sus dos cuchillos de plasma que clavó en los pechos de los dos sorprendidos hombres. Los dos cayeron al suelo, muertos, con los corazones atravesados por las hojas que lo quemaban todo. En sus rostros se quedaron dos rictus muy graciosos.
    

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