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miércoles, 6 de mayo de 2020

El mercenario (24)

Según Jörhk cruzó la compuerta, la cerró y disparó a la consola interior, esperando que eso entretuviera durante un rato a sus perseguidores. En ese lado solo había unas escaleras que se hundían en el suelo y nada más. Las paredes estaban desprovistas de cualquier tipo de decoración y parecían muertas. Se podían observar manchas de humedad y mucha suciedad. El profesor Trebellor y la shirat habían descendido un par de escalones, pero parecía que la oscuridad reinante, a excepción de una pequeña bombilla junto a la compuerta, les había detenido.

-       ¿No hay luces aquí? -le preguntó Jörhk a Diane, mientras rebuscaba algo en sus ropas.
-       La consola que has disparado también tenía los controles de las luces -señaló Diane, con la pistola aún en las manos, que le temblaban de nervios-. ¿He matado a ese hombre del fondo?
-       No, le he acertado yo -negó Jörhk, que en el último momento había hecho diana en otro de los matones, aunque creía que no había sido de forma letal-. Mucho me temo que no está muerto, niña. Será mejor que enfundes la pistola, a menos que quieras convertirnos en tus muñecos de prácticas. Toma esto y abre la marcha. Solo podemos bajar, por ahora. ¿Qué es lo que hay ahí abajo? 
-    Los dormitorios y las salas de instrucción de los esclavos de este lugar -indicó Diane, tras tomar lo que le pasó Jörhk, que resultó ser una linterna, adelantar a Trebellor y la shirat, comenzando a descender-. También hay una pequeña despensa.

Nada de lo que había dicho Diane le gustó demasiado a Jörhk, por lo que antes de seguirlos, colocó una de las granadas junto a la puerta. La usaría como una trampa. Uso un poco de hilo delgado cruzando el paso que dejaría libre la compuerta cuando se abriese. La explosión haría que sus perseguidores empezasen a descender rebuscando trampas por todas partes. Eso les daría un tiempo preciso para prepararse, aunque sería el propio sonido de la explosión lo que les alertaría más que otra cosa. Pero Jörhk esperaba no estar allí abajo para escuchar la detonación.

Cuando alcanzó a sus compañeros, estos habían llegado al centro un pasillo, tan oscuro como el resto, que se perdía tanto a la derecha como a la izquierda. Pudo distinguir las compuertas de las habitaciones de las que había hablado Diane, por lo menos las más cercanas, pues la oscuridad engullía al resto. 

-       Quedaos aquí, voy a investigar lo que hay aquí abajo -indicó Jörhk.
-       No creo que encuentres nada de utilidad -dijo Diane como abatida. Jörhk reconoció en ella el espíritu de aquel que sabe que no van a salir bien sus planes. Lo había visto demasiado en el campo de batalla. Los hombres se rendían y esperaban a la muerte como único consuelo. 
-    No te rindas aún, niña, que yo no lo he hecho -advirtió Jörhk a Diane-. No me van a pillar aquí abajo unos matones de mierda.

Diane le miró con una cara inexpresiva, por lo que Jörhk no quiso decir nada más. Empezó a revisar una a una las habitaciones a cada lado de donde estaban Diane, Trebellor y la shirat. La mayoría eran las estancias donde dormían los esclavos, los niños que servían en ese antro de depravación que había arriba. Uno de los muchos que pululaban en las sombras de la gran ciudad que era el propio planeta. Las habitaciones eran unas ratoneras que olían a los desperdicios que generaban sus moradores, tanto los restos de las comidas como de las deposiciones, todo ello sin limpiar con la debida insistencia. En uno de los cuartos, casi no pudo ni aguantar ni un segundo, pues la pestilencia de la putrefacción era evidente. Sobre un colchón mohoso se descomponía el cuerpo de una niña casi en los huesos. Pudo distinguir su sexo debido a que el cuerpo carecía de ropa.

Los cuartos de instrucción de los que había hablado Diane eran en realidad salas de tortura, con infinidad de mecanismos y aparatos para enseñar a los niños lo que se esperaba de ellos. La sangre seca estaba presente por todas partes, señales mudas pero coloristas de la maldad y la insensibilidad de quienes regían ese lugar. Había visto lugares nefastos en su vida, tanto en tiempos de guerra, como después, pero no le habían preparado para lugares como ese. 

Al final llegó a la despensa, que al contrario de lo que se pudiera pensar, carecía de suministros para alimentar a los niños. En su lugar había otros tipos de artículos, la mayoría de cierto nivel de riqueza. Había bebidas difíciles de encontrar por medios normales. Estuvo tentado de hacerse con unas botellas de un licor xilano, producto de contrabando seguro. Pero no estaba allí para hacerse con unas compras ilegítimas. Pero al husmear entre las cajas, dio con algo más interesante. Alguien se había dejado lo recaudado en algún tipo de negocio. Era un buena cantidad de fichas de dinero, doradas a más no poder. Eso sí que no lo iba a dejar allí. Lo fue metiendo en todo bolsillo que tenía vacío o que podía rellenar con el dinero. Y mientras estaba revisando sus bolsillos miró al suelo y sonrió. 

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