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sábado, 14 de agosto de 2021

Aguas patrias (49)

Y con razón don Rafael necesitaba recordar. La fragata Nuestra Señora de Begoña la había capitaneado él, hacía mucho tiempo. Más tarde le habían confiado un navío de línea y la vieja fragata había pasado a otro capitán. Lo último que había sabido de ella es que había sido capturada por el enemigo en una de las últimas guerras. Aunque también había escuchado que los ingleses la habían desmantelado, ya que no era una fragata rápida, aunque si de poderosa andanada. Le dio una pequeña puñalada de frustración no haberla reconocido antes como Eugenio, pero la verdad es que había estado inmerso en la batalla, dura sin duda y no estaba para esos pequeños detalles. 

-   ¿Y el Vera Cruz, como esta mi nave, Eugenio? -inquirió don Rafael. 

-   Podría estar mejor, capitán -indicó Eugenio-. Pero los carpinteros tenían la situación bastante bien encaminada. En el último informe de astillas ya no entra agua, o por lo menos no más de lo que se filtra siempre. Han taponado los agujeros de las balas enemigas. Por lo menos las que estaban por debajo de la línea de flotación. La arboladura estaba bastante bien, los ingleses no la habían dañado demasiado, parece que habían decidido no maltratar demasiado su presa. 

-   Ya se creían ganadores del oso, ¿verdad? 

-   Eso parece, capitán -asintió Eugenio-. Supongo que si un capitán se cree ganador siempre, no se preocupa si pierde. En este caso, han muerto los dos capitanes, tanto el de la Arrow, que le destrozó una bala de cañón del navío. El de la Diane parece que en la batalla. Algunos enemigos no querían rendirse, hubo que forzarles a hacerlo. Les hemos tenido que poner grilletes. El resto de ingleses supervivientes han sido más pragmáticos. Le he ordenado al capitán Menendez que se ocupe de ellos. Los dividiré y los trasladaremos a las presas y a la Sirena. Los más peligrosos los llevaré en la Sirena, por si acaso. 

-   Eso está bien -asintió don Rafael. 

-   He ordenado poner rumbo a Santiago -informó Eugenio. 

-   Es lo que te iba a indicar -aseguró don Rafael-. Con los galeones y el resto de presas no podemos poner rumbo a Cartagena. Es mejor regresar a Santiago y recuperarnos de las pérdidas. Pero veo que hay algo que te ronda. Vamos, no te cierres, cuéntamelo. 

-   Hay dos cosas de las que me gustaría hablar -dijo Eugenio, dejándose caer en una silla-. No me gustan ninguna de las dos. 

-   Empieza por la que más te disguste -murmuró don Rafael. 

-   Está bien -comentó Eugenio-. Cuando nos dimos cuenta del combate y nos acercamos, durante mucho tiempo pensamos que una de las tres naves que estaban junto al Vera Cruz sería la Santa Ana. Pero al acercarnos, resultó ser otra nave inglesa que se daba a la fuga. No había rastro de la fragata. 

-   ¿Y quieres saber dónde estaba Juan Manuel? Pues esa es una buena pregunta. Nos dimos de frente con los ingleses al anochecer e intentamos escabullirnos en la oscuridad -explicó don Rafael-. Con las primeras luces, habíamos perdido a la Santa Ana, pero no a los ingleses, que se lanzaron a degüello. A mi también me gustaría saber donde diablos esta la Santa Ana. Ya la encontraremos y Juan Manuel deberá explicarse de sus acciones. ¿Cual es la segunda cosa que te preocupa?  

-   Nuestras acciones en Antigua fueron muy fáciles -indicó Eugenio-. La guarnición y la población de la isla estaba de celebraciones y habían desatendido sus labores. El capitán Menendez ha destrozado, y cuando lo digo es quedarse corto, las fortalezas y nosotros nos llevamos todos los barcos de algún valor. Pero más tarde encontraron el porqué de las celebraciones. Unas octavillas donde se aseguraba que el almirante Vernon ha tomado Cartagena y que el almirante de Lezo se había humillado ante él. 

-   ¡Ja! -espetó don Rafael. 

-   ¿Ja? 

-   Eso es una mentira del inglés para desmoralizarnos -aseguró don Rafael-. Y sabes porque sé que es una falsedad. pues muy fácil, porque el almirante de Lezo jamás se humillaría ante un inglés y menos ante Vernon. Ese almirante inglés es un idiota. No sabría tomar Cartagena ni con cientos de miles de hombres. Y por lo que sabía el gobernador solo tiene unos cuantos miles. Eugenio no te creas esas mentiras. 

-   No señor -negó Eugenio, curiosamente más tranquilo, pues le había inundado de seguridad don Rafael. 

-   Pues si no te importa, te puedes retirar, pues creo que quiero leer lo que me has traído -pidió don Rafael, de esa forma que solo los capitanes sabían hacer, donde se mezclaba la orden con la afabilidad.

Eugenio asintió con la cabeza, le deseó que tuviese una buena lectura, aunque estaba seguro que lo que en verdad quería era descansar. Por lo que le había explicado el cirujano antes, al capitán le habían herido por un disparo en un brazo y luego un feo corte en un costado. También tenía heridas menores por alguna astilla y algún corte ligero. Parecía que había perdido sangre y su pronóstico estaba demasiado abierto, ya que el capitán ya no era un hombre joven. Eugenio defendería al Vera Cruz y al resto de la escuadra con la ayuda de Heredia y el resto de oficiales que quedaban.

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