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sábado, 21 de agosto de 2021

El reverso de la verdad (40)

Las gotas de agua le golpeaban en la cabeza, ni ardiendo ni heladas, siendo lo que más necesitaba Andrei. Una buena ducha, aunque era muy tarde, pasada la medianoche, pero seguía siendo lo que el cuerpo de Andrei requería. Los fantasmas de Andrei siempre regresaban cuando se relajaba. Durante muchos años, antes de conocer a Sarah eran los de los que se había encontrado en sus misiones en el extranjero, sobre todo en Malí. Allí había aprendido mucho y se había forjado su personalidad, pero esta era muy diferente a la que había adoptado con Sarah.

Mientras sus músculos perdían el cansancio gracias al agua relajante, empezó a pensar en que tal vez nunca había sido totalmente sincero con Sarah. Jamás le había revelado el ser que fue en el ejército, tal vez por el miedo que le daba que su Sarah supiese que había sido una persona cruel, sin piedad ni remordimientos. Pues a día de hoy no se veía como culpable de nada de lo que hicieron él y sus compañeros. Lo hacían por el mundo libre. Bueno, realmente eso era una patraña que soltaban las bocas de los políticos para razonar con la oposición, los otros políticos, la prensa y la sociedad sus acciones en el extranjero. Andrei y aquellos a los que consideraba sus compañeros de armas habían luchado por oleoductos, minas, y factorías. Elementos que darían poder y riqueza a su país, pero que los ciudadanos, hipócritas normalmente, se rasgaban sus vestiduras alegando la maldad de los soldados, eso sí sin renunciar ni a uno solo de sus lujos y libertades. Andrei ya no veía ni leía las noticias, ya que le entristecía ver lo mentirosos que eran los periodistas, la punta de lanza de la moralidad de la falsa ciudadanía.

Pero el no haber sido capaz de mostrarle el verdadero Andrei a Sarah era una de las cosas que más le reconcomía. Ella se había enamorado de un sucedáneo de su verdadero ser, un hombre, un ciudadano modesto y neutro, pero que poco representaba al Andrei soldado. Una máscara que ahora creía tener clavada en su cara y que le desgarraba la piel cada vez que intentaba tocarla.

Cuando cerró el grifo y las últimas gotas de agua resbalaban por su cuerpo en su camino al plato, quedándose algunas rezagadas en los pliegues que formaban sus antiguas cicatrices de guerra, cuyas causas había mentido a Sarah, que pensaba que era más por una adolescencia alocada y falta de temor por parte de Andrei, se marcharon sus pensamientos nefastos.

Se atusó varias veces el pelo con las manos, para llevar el agua a su nuca y se acarició con fuerza por todo el cuerpo, para librarse de las gotas superfluas. Cuando abrió la cortina, tomó la toalla que había dejado en una esquina y se secó la humedad restante. Cuando hubo terminado se miró en el espejo y descubrió que tenía ojeras, así como una barba incipiente. Por un segundo estuvo tentado de afeitarse pero recordó que ya no eran horas. Se puso la toalla en la cintura, para tapar sus vergüenzas, recordando que había alguien más en la casa. Si estuviera solo o con Sarah, no hubiera dudado en salir desnudo, pero con invitados no eran formas.

Justo cuando abrió la puerta se encontró con Helene, que parecía estar esperando algo y no pudo evitar poner una mueca de sorpresa y tal vez, interés, al verle salir solo con una toalla. 

-   Ya tienes el baño libre, si lo necesitas -dijo Andrei, rompiendo el silencio incómodo que se había establecido. 

-   Gracias -murmuró Helene, que parecía aún molesta con él. 

-   Me voy a la cama, es muy tarde -indicó Andrei, poniendo espacio entre ella y él. Dirigiéndose a su cuarto.

Se marchó tan rápido que no escuchó si la muchacha se metió o no en el baño. Andrei se dirigió a su cuarto y cerró la puerta. Por un momento dudó si poner una silla contra la puerta, pero al final lo vio innecesario. A fin de cuentas Helene no era una asesina despiadada ni se la podía imaginar así. Aunque era de armas tomar. Sarah se habría hecho amiga de Helene si la hubiese conocido antes. Ambas mujeres eran parecidas, solo que Sarah conoció una falsa imagen de él y Helene le estaba conociendo en su verdadera esencia.

Al final el sueño pudo con sus ganas de pensar. Se puso los pantalones del pijama, retiró la colcha y se dejó caer en la cama. Se durmió enseguida, como un tronco. Hacía tiempo que no había dormido lo suficiente.

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