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martes, 17 de agosto de 2021

Lágrimas de hollín (92)

Por fin la noche que había sido elegida por Shonet para dar su golpe había llegado. Tal y como había preparado todo, los hombres contratados fueron llegando allí donde habían quedado. Los dirigía el propio Shonet, escondido su rostro con la máscara áurea. Parecía que los matones estaban henchidos de orgullo por ser dirigidos por Jockhel, lo que era una suerte para Shonet, ya que se había decidido a suplantar al señor de La Cresta para ponerle a malas con los imperiales. Se iba a dejar ver bien y de esa forma, que los guardias de su padre diesen el testimonio de que había sido el enmascarado el ladrón. Incluso, cuando recibiese el oro, los imperiales tendrían la prueba final de que Jockhel había perpetrado el robo.

Para sorpresa del hombre de Shonet, parecía que no había tantos guardias como los que hubo en el primer y malogrado robo. Tal vez esta vez podría llevarlo a buen puerto. Gracias a la información que había conseguido con sobornos, fueron reduciendo uno a uno a los guardias. Tuvo que discutir con Shonet para impedirle que matase a los guardias. Por alguna razón el niño rico se había metido demasiado en el papel que había elegido para él. Matar por matar no era necesario y a un ladrón le podían meter en la cárcel, pero a un asesino se le ajusticiaba. 

-   Tenemos a todos los guardias atados y los hemos metido en un cuarto interior, por mucho que griten, nadie les oirá -informó el hombre-. Estamos reuniendo los arcones y subiéndolos en un carro. ¿En verdad quieres llevarte todos? Hay más de lo que se había supuesto. 

-   Cargarlos todos, que no quede ni una sola moneda de oro -ordenó Shonet. 

-   Así se hará -afirmó el hombre, al tiempo que hacía una seña a un par de hombres para que siguieran cargando arcones en el carro. 

-   Te vas a convertir en un hombre rico, amigo -indicó burlón Shonet, con esto se pueden pagar a muchas jovencitas. 

-   Puede ser -murmuró el hombre, pero un ruido en una de las puertas le hizo mirar hacia ese lugar.

El almacén tenía dos puertas, en lugares distintos. Ellos tenían controlada la sur, por la que habían entrado. Pero la este, que se suponía cerrada, era de donde provenían los ruidos. 

-   ¿Qué ocurre? -inquirió Shonet alarmado. 

-   ¡Callaos! -ordenó el hombre, lo que no gustó a Shonet, pero debido a la situación prefirió no decir nada. El hombre bajó el tono-. Sacad el primer carro de aquí, está lleno ya. Llevadlo a nuestro almacén. No os detengáis ante nadie. Ya sabéis que decir.

Un par de hombretones colocaron el último arcón, echaron una lona por encima de la carga y guiaron a las mulas en silencio. Otros hombres siguieron cargando el segundo carro, mientras que el jefe hizo un gesto a unos cuantos para que le siguieran. Se movieron por el interior del almacén y se colocaron tras cajas y toneles, rodeando la puerta, pero permaneciendo en la oscuridad. Desde allí pudieron escuchar los golpes de algún objeto contra la puerta. Estos se repitieron un par de veces hasta que se escuchó el ruido de llaves. Al final una puerta se abrió y entraron varios hombres. Uno de ellos era un viejo, pero andaba muy erguido. El hombre de Shonet lo reconoció inmediatamente, era Armhus, el padre de Shonet. También pronto se dio cuenta de que con él estaba el Alto Magistrado Dhevelian, soldados de la milicia local, así como siervos de Armhus y reconoció a Malven, el enemigo de Shonet. 

-   ¿Donde narices están mis guardias? -gritó Armhus-. No quería creerlo, pero tenías razón Dhevelian, aquí está pasando algo raro. Ha sido una suerte que este buen ciudadano te advirtiera de esto. Señor Malven, si vuestra información es cierta, os estaré en deuda. 

-   Espero que no les haya pasado nada a vuestros hombres y que podamos desbaratar los planes de esos malnacidos -dijo Malven, como buen ciudadano. 

-   Capitán, despliegue a sus fuerzas, ya sabe lo que hacer.

El hombre de Shonet también sabía lo que hacer. Ordenó a sus hombres que se replegasen con cuidado. No debían hacer ruido. El robo estaba muy adelantado y aún podían marcharse con todo el oro. Pero era mejor informar a Shonet, tal vez le bastase con el primer carro. Aunque la codicia del noble era muy grande. Podría ser que no quisiese dejar el segundo carro.

Estaba regresando con cuidado cuando escuchó un grito de alarma y los primeros golpes del acero. Miró para atrás y vio que la mayoría de sus hombres se habían lanzado a luchar con los soldados de la milicia. Quien diablos les había dado esa orden. Pronto se dio cuenta de quién había sido. Shonet hacía aspavientos para que los hombres fueran a la batalla. Shonet había perdido la razón.

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