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sábado, 28 de agosto de 2021

Aguas patrias (51)

Los días siguientes, mientras se dirigían de regreso a Santiago, alejándose de las posesiones de Inglaterra, regresando a las aguas pertenecientes a la corona española, la escuadra no encontró nada más que buen tiempo y vientos favorables, que hacían moverse con agilidad, incluso a los pesados galeones. Por las mediciones que tomaba Eugenio todos los días, iban dando que hacían un buen avance.

Además todos los días se trasladaba al Vera Cruz durante un par de horas para informar del estado de la flota a don Rafael. Este escuchaba con avidez, lo que indicaba que estaba harto de permanecer en su coy, en su camarote. Pero parecía que no quería importunar a don Montoya, el cirujano. El médico le había ordenado que reposara y muy a su pesar, lo estaba cumpliendo a rajatabla.

Uno de los primeros informes, el de los prisioneros que habían descubierto, tanto las que ya llevaba como prisioneros en la Sirena, que el contramaestre había capturado a bordo de la Lady of the South, cómo los capturados entre los asaltantes del Vera Cruz, le había agriado el carácter a don Rafael. Claramente era de los que odiaban a los traidores, y sobre todo a los que para evitar ser detenidos, se habían comportado como locos asesinos. Esperaba estar recuperado para sentarse como juez en el consejo de guerra que ya estaba previendo que se formaría en Santiago. Con Eugenio, con Jose Manuel y si el capitán Trinquez les estaba esperando en la bahía, eran más que suficientes para la labor, junto al gobernador. Aunque lo más seguro que pronto habría un capitán más, ya que la fragata Diane la compraría la armada por orden del gobernador. Era una buena fragata y artillaba unos cañones pesados. Las andanadas eran poderosas, o eso aseguraba don Rafael, ya que las había sentido con creces.

Después le había hablado por encima del informe que le iba a presentar al gobernador sobre sus andanzas en Antigua. Los nombres de los barcos capturados, porque los galeones ya los conocían. Eugenio habló de cada nave con sinceridad y que tanto el Windsor, como la Lady of South serían unas buenas adquisiciones para la escuadra. El primero como barco de apoyo y vigía. Era un cuter rápido y con mucha maniobrabilidad. La corbeta era muy náutica y gracias a su tamaño ideal como barco de apoyo o escolta. Don Rafael tomó nota de cada palabra de Eugenio, ya que le tenía por un hombre cabal.

El resto de los días Eugenio se encargó de escribir los informes de lo ocurrido en el Vera Cruz durante el combate. Don Rafael, que aún no podía escribir, y temiendo estar cada día más cerca de Santiago, le dictaba a Eugenio. De esa forma, Eugenio se enteró que iba a proponer a Heredia para el ascenso a capitán. La Diane podría ser demasiado para él, pero estaba seguro que alguna de las corbetas. Era una gran gratificación por parte de don Rafael, aunque la verdad que el teniente había defendido la proa del Vera Cruz y tenía unas buenas heridas que lo demostraban.

Estaban en una de esas charlas, cuando golpearon en la puerta del camarote. Hasta que don Rafael no lo permitió, no entró el teniente Heredia. 

-   Capitán, se ha avistado un navío en la lejanía, delante de nosotros, aunque con un rumbo que le acerca a la costa de La Española -anunció Marcos. 

-   ¡Hum! Es el primer barco que vemos desde hace días -indicó don Rafael-. Ya creía que los barcos se habían escondido en estas aguas. Las noticias de lo ocurrido en Antigua y el combate del Vera Cruz contra tres ingleses, de los que solo ha regresado uno, les estará haciendo ser cuidadosos, sobre todo con la flota en el asedio de Cartagena. Teniente, ordene a la flota que se escore un poco, nos aproximaremos poco a poco. 

-   Sí capitán -asintió Marcos antes de irse.

Los capitanes esperaron a que el teniente se marchase antes de expresar sus ideas. 

-   Me temo, capitán, que lo más seguro es que sea uno de nuestros mercantes -señaló don Rafael-. Si yo fuera los ingleses, no me aventuraría por estas aguas en solitario. No cuando la flota de Vernon está en Cartagena y solo quedan barcos menores. La perdida de la Syren y luego de la Diane les hará ser más cautelosos. 

-   Bueno, si es uno de los nuestros, cuando nos vea, o sale corriendo o nos pide un hueco en la escuadra -indicó Eugenio. 

-   Lo más seguro sea lo segundo -se rió don Rafael-. Al fin y al cabo somos una escuadra pesada. Pues los galeones, aun mercantes, parecen navíos. Y los bergantines eran corsarios. Damos seguridad.

Eugenio siguió ayudando a don Rafael hasta que este quiso descansar, lo que aprovechó Eugenio para regresar a la Sirena, ya que debía asumir el mando de la escuadra desde allí. Incluso, don Rafael le había ordenado hacerse con los gallardetes de mando de la escuadra que antes se observaban en los mástiles del Vera cruz.

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