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sábado, 14 de agosto de 2021

El reverso de la verdad (39)

Helene estaba bufando cuando Andrei se subió en el coche. Hacía rato que la había vuelto a encarcelar en el vehículo. Andrei se sentó en el asiento del conductor y la miró. 

-   ¿A ti qué coño te pasa ahora? -inquirió Andrei, viendo sus muecas. 

-   Me has encerrado en el vehículo, solo has bajado ligeramente las ventanillas, me podría ahogar aquí dentro -se quejó Helene. 

-   No eres ni un niño, ni un perro, así que no digas tonterías -espetó Andrei, haciendo giros con la cabeza. Le dolía el cuello-. Bueno, es hora de marcharse. 

-   ¿Y el chico? 

-   Le he dejado a su suerte, si es tan listo como parece regresará a la ciudad él sólito -indicó Andrei. 

-   Pero puede llamar al francotirador o a la policía y hablar de nosotros -dijo Helene espantada, temiendo a unos u otros. 

.   Ha jurado por su vida que no sabe nada de nosotros y que no volverá a meterse en nuestros asuntos -mintió Andrei, lo suficientemente convincente para que Helene pareciese calmarse-. Ni irá a la policía ni al asesino de Margot, no te preocupes. 

-   Si tú lo dices -murmuró Helene, intentando llenarse con la seguridad que parecía irradiar Andrei. Supuso que le había pegado con ganas hasta que se había concienciado que si quería sobrevivir debía hacer lo que le ordenaba Andrei.

Andrei suspiró levemente y encendió el motor del coche. Al instante empezó a sonar la radio y Helene se entretuvo con el dial, buscando una emisora que le gustase más. Andrei sonrió al ver que la chica se despistaba de lo que había ocurrido y se había creído lo que le había dicho.

La verdad era muy diferente. Tras golpear al joven en la cabeza, este se había desplomado al suelo. Entonces es cuando había llevado a Helene de vuelta al coche, colocándole de tal forma que no viese nada de lo que iba a ocurrir. Cuando la dejó encerrada en el coche, a pesar de las quejas y lamentos, despertó al joven y se lo llevó a una zona de las ruinas que había visto antes, cuando había estado buscando elementos para amedrentar al joven. Entonces, junto a una especie de foso mohoso, habían vuelto a hablar. 

-   ¿Qué puedo hacer contigo ahora, amigo? -había preguntado al aire Andrei. 

-   ¿Dejarme ir? -había musitado el joven. 

-   ¿Y quién me asegura que no llamas a nuestro amigo común o a otros más amigos tuyos que míos? -inquirió Andrei-. Además está el pequeño problema de la llamada que hiciste. 

-   Yo solo seguía sus instrucciones -se intentó defender el joven. 

-   Sí, esa es una respuesta muy adecuada -ironizó Andrei-. Cuántas veces la he escuchado, a asesinos, a violadores, a soldados. Siempre hay quien dan órdenes y quien las siguen con más o menos dedicación. Pues tu llamada nos puso en la mira de un francotirador. Bueno, Margot está muerta por ella. Y yo y la chica hubiéramos terminado igual. Pero si solo eran órdenes, porque estabas en el pasillo. Yo creo que estabas allí, escuchando nuestro pesar, llenando tu alma negra. Y por ello, no puedo confiar en tu palabra. 

-   ¿Y ahora qué, me matas sin más? ¿Sin una oportunidad? 

-   ¿Una oportunidad? ¿Tú crees que soy de los que dan oportunidades?

En ese punto se había terminado la conversación, pero sí que le había dado una oportunidad. Primero le había roto las dos piernas, para impedir que pudiera escapar y luego le había tirado dentro del foso. Con las piernas rotas jamás podría ponerse de pie y escalar. Antes de tirarle le había soltado las manos. Desde arriba le miró y le tiró un cuchillo, o más bien una pequeña navaja. Ahí tenía su oportunidad. Tenía por delante un dilema, aguantar y morir tras la agonía de la sed y el hambre. O por otro lado, con la navaja se podía quitar la vida, antes de tanto sufrimiento.

Aunque no había sido tan benévolo como se podía pensar. El filo de la navaja era bastante romo y sufriría hasta hacerse una herida importante. La vida y el destino eran crueles y Andrei era como ellos. Ese muchacho le había intentado matar, no directamente, sino llamando a un asesino. Pues ahora él no lo iba a matar directamente, sino que sería el hambre o la propia mano de un joven desesperado.

Andrei volvió a suspirar y puso toda su atención en la carretera. Era hora de regresar a su piso, un lugar lo suficientemente seguro para decidir cuál sería su siguiente paso y qué hacer con el francotirador. Tenía que ordenar las pocas pistas que le quedaban. Necesitaba descansar y el único lugar lo mínimamente seguro era su casa, aunque empezaba a pensar que pronto no lo iba a ser.

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