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martes, 31 de agosto de 2021

Lágrimas de hollín (94)

Una vez que los hombres de Armhus habían dejado los arcones en una parte de la cámara y habían traído un juego de llaves, así como una jarra con vino y un par de cálices de plata. Armhus echó un cerrojo interior que tenía la puerta de la cámara, lo que quería decir que se podía cerrar por fuera y por dentro. Luego buscó en el aro del que colgaban las llaves y eligió una de ellas. Con la llave abrió el arcón. 

-   Aquí tienes la realidad de los arcones -anunció con pompa Armhus, al tiempo que levantaba la tapa del arcón.

Dhevelian miró el interior y solo vio cantos, de todos los tamaños, de los que había en las riberas de los ríos. Tal vez había algo que se le escapaba. 

-   Yo solo veo piedras -se limitó a decir Dhevelian 

-   ¿Piedras? ¿De qué hablas? -repitió Armhus sorprendido, mirando para abajo. Su piel se volvió blanca-. ¿Qué diablos es esto?

Armhus fue eligiendo más llaves y abriendo los arcones que quedaban. El contenido de todos ellos eran piedras. De todos los tipos y formas. Armhus se dejó caer sobre una silla. Estaba sudando y temblando. 

-   ¿Qué se supone que tendría que haber en los arcones? -inquirió Dhevelian, que estaba seguro que no eran piedras lo que esperaba encontrar Armhus. 

-   Oro, cientos y cientos de monedas de oro -respondió Armhus-. Seis arcones, los verdes contenían los sueldos de los soldados del ejército imperial, la paga para un año completo. Llegó hace una semana y había que entregárselo al general cuando viniese a recibir órdenes del gobernador. En estos arcones, los blancos, estaban las riquezas propias del gobernador, oro, piedras preciosas, obras de arte, pinturas. Se iban a mandar a sus tierras, en la próxima caravana imperial. Junto con los cofres rojos, que eran los arcones con la parte de los impuestos para el emperador en persona, los de los últimos cinco años. Luego estaban los cofres azules, que eran propiedades de otros generales y altos funcionarios imperiales. 

-   ¿Por qué tenías tantos arcones? ¿Cómo es que te encargas de estos menesteres? -quiso saber Dhevelian, alarmado por lo importante y peligroso de lo robado. 

-   Hace años que conseguí el contrato imperial -indicó Armhus-. Tras lo de Laester, los mandos imperiales me propusieron el negocio. De esa forma mis caravanas tienen permiso para vagar por el territorio imperial sin limitaciones. Hay que dar con los ladrones antes de que se enteren los imperiales. Será mi destrucción. No creo que se tomen muy bien esta pérdida. Menos mal que faltan unos meses para que haya que entregar el oro al ejército y… 

-   El ejército llegará en uno o dos días a la ciudad -dejó caer Dhevelian, sentándose frente a Armhus. 

-   ¿Qué? 

-   El gobernador lo ha llamado para aplastar a Jockhel -informó Dhevelian. 

-   El gobernador ha movilizado a todo el ejército por una guerra de bandas en esa barriada piojosa -Armhus parecía estar totalmente sorprendido y claramente no sabía ni la mitad de lo que ocurría. 

-   Jockhel ha unificado La Cresta bajo su mano -comentó Dhevelian-. No son bandas luchando entre ellas, sino todas siguiendo a un único líder. Creo que ha matado a Inghalot. 

-   Eso no puede ser, Inghalot es muy inteligente -negó Armhus. 

-   Me temo que no tanto como este Jockhel -aseguró Dhevelian-. Y ahora nos enfrentamos al barrio o alguno más. Eso es lo que teme principalmente el gobernador. Que toda la ciudad se una contra él, siguiendo a ese Jockhel. 

-   Eso no puede ser, la ciudad no va ha seguir a un ladrón y… -empezó a decir Armhus, pero unos golpes en la puerta le cortaron-. ¿Quién va? 

-   Yo, mi señor -se escuchó al otro lado de la puerta y que Armhus reconoció como la de uno de sus hombres.

Armhus cerró todos los arcones antes de abrir. Su hombre le indicó que habían dado con los guardias del almacén, maniatados en una de las alacenas. También habían capturado a un par de ladrones. Los unos y los otros habían hablado de lo mismo. Los guardias habían reconocido al líder de los ladrones. Y los prisioneros no habían tardado mucho en cantar. El que había dirigido el robo era el hombre de la máscara dorada, Jockhel. Dhevelian y Armhus se habían quedado atontados al escuchar la identidad del cabecilla del robo. Pero con el paso del tiempo, ambos vieron que este dato les podía librar de gran parte de la culpa y podrían guiar a los imperiales hacia un lugar, La Cresta.

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