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martes, 24 de agosto de 2021

El dilema (90)

Alvho se vistió a toda prisa, y empezó a rebuscar todo lo que le fuera útil en la alcoba de Ireanna. Como ya había supuesto no había ninguna ropa que le permitiera disfrazarse de druida por ninguna parte. Pero a cambio encontró un librito de recetas en la mesa de alquimia, así como un frasquito de placer blanco, que parece que se debía a que era un polvillo blanco. Se lo guardó todo entre sus ropas. Ahora debía encontrar las prendas que buscaba.

Regresó a la puerta, abrió el cerrojo y la puerta. Para su sorpresa se encontró al druida de antes. Alvho se preguntó si le estaba esperando. El joven tenía una mueca de sorpresa o de emoción, no estaba seguro Alvho. Así que le hizo pasar. 

-   Cuando quiera le acompaño fuera, señor -musitó el joven, mirando a todas partes, nervioso, como si no debiese estar ahí, pero a la vez con unos ojos llenos de curiosidad. 

-   Pronto. Debo recoger unos libros. La dama duerme -dijo Alvho señalando hacia el dormitorio.

Alvho comprobó como los ojos del joven se movieron siguiendo su dedo y se perdieron hacia lo que había más allá del arco, en ese momento iluminado y en el que se podía ver el torso del cuerpo de Ireanna. 

-   Podemos ser lo ruidosos que queramos, la dama ha tomado un fármaco para dormir -informó Alvho, haciendo que se encargaba de recoger los papeles de la mesa-. Ordhin podría desatar una tempestad y ella no lo notaría. Incluso la podéis tocar que no se quejara. Es una droga muy potente. 

-   ¿A sí? -inquirió el joven, que al ver que Alvho le daba la espalda, le venció la curiosidad y un sentimiento más pecaminoso, la lujuria.

El joven, llevado por sus propios deseos carnales, que le alejaban de la pureza que supuestamente le predicaba Ulmay, se liberó de su ropa, entre ellas su túnica de druida, y desnudo como había nacido se tumbó en la cama, aproximándose al cuerpo de Ireanna. Como si esperase que un demonio apareciera de la nada, se movió sigilosamente, hasta pegar su cuerpo con el de la mujer y sus manos acariciaron la piel, tibia. El joven parecía estar deleitándose con el premio que el azar le había otorgado esa noche. Pero pronto, tras manosear el cuerpo por un rato, se dio cuenta que algo estaba mal. 

-   La señora… la señora… está muerta -musitó el joven, alejándose del cuerpo, como si fuera un objeto maldito. 

-   ¡Hum! Eso parece, amigo -dijo Alvho, que se había puesto la túnica del joven, y no le quedaba demasiado mal-. Sois un pecador miserable, no merecéis la fe que os ha otorgado el gran Ulmay. 

-   Yo... yo… -intentó hablar el joven, pero el miedo lo embargaba.

Alvho lo noqueó antes de que intentase hacer nada. No quería dormir con Ireanna, pues ahora podría. Siempre le había gustado hacer que los jóvenes consiguieran sus metas o sus deseos más inconfesables.

Empezó a apagar todas las velas que estaban encendidas y se marchó de la habitación de Ireanna. Con su disfraz, se dirigió a cumplir con la misión que se había propuesto. Pero había cambiado de forma de lograrla. Originalmente iba a usar sus propias armas, pero el placer blanco era algo más interesante, sobre todo al ser incurable, lo que quería decir que no existía antídoto que lo pudiera contrarrestar. Eso era lo que Alvho buscaba. Además seguramente ningún catador o hombre de salud podría darse cuenta de que alguien que había recibido su dosis, en verdad hubiera sido envenenado.

Con su disfraz pudo recorrer los pasillos sin que ni guardias o criados le importunasen. Eso quería decir que los druidas de Ulmay eran intocables. Paró a un criado para preguntarle la localización de su presa. El criado, entre hipidos de miedo le indicó cómo llegar hasta él. Parecía que la oración había durado más tiempo del deseado y ahora estaba cenando algo solo, en sus dependencias. Alvho se dirigió con paso firme a llevar a cabo la venganza que Selvho le había pedido, la misma que otros habrían lanzado entre dientes al morir. Pero debía ser rápido, ya que quería dormir algo antes de la batalla del día siguiente.

Como si fuera una sombra, la figura de Alvho se desvaneció al dar sus siguientes pasos. Como si nunca hubiera estado ahí.

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