Seguidores

martes, 24 de agosto de 2021

Lágrimas de hollín (93)

El hombre se acercó a Shonet y le agarró del brazo. 

-   ¡Habéis perdido la razón! ¿Qué hacéis? No seáis loco, hay que salir de aquí -advirtió el hombre-. Esa máscara de oro no os librará de la muerte y vuestro apellido tampoco. Robarle a los imperiales es firmar una pena de muerte. 

-   Nuestros hombres los acabarán -aseguró Shonet. 

-   ¿Pero qué decís? Esos hombres son unos buenos para nada. Van a caer rápido ante los milicianos -espetó sorprendido el hombre-. Yo me voy. Vos haced lo que queráis, pero ya os he advertido de lo que va a pasar.

Shonet miró al hombre y luego a sus hombres, que sí habían ganado unos pasos al pillar por sorpresa a los soldados, ahora comenzaban a recular. No eran los guerreros que se había supuesto. Vio la realidad de lo que le advertía el hombre y se dio la vuelta, siguiendo a su hombre, dejando al resto a su suerte.

El hombre era mejor corredor que Shonet, pero el noble no se quedó muy lejos de él. Cuando llegaron al carro, se subieron en el pescante, arrearon a los caballos y salieron por las puertas que tenían abiertas. Shonet, echó por encima de los arcones una lona que tenía preparada. Por detrás pudo ver cómo los soldados de la milicia llegaron hasta donde habían quedado varios arcones sin subir al carro. Cuando se habían alejado suficiente, se quitó la máscara dorada. 

-   Esta vez parece que sí ha salido bien el negocio, vamos a mi almacén, el otro carro ya debe haber llegado -ordenó Shonet, recuperando el aliento y sonriendo.

El hombre le miró, solo asintió con la cabeza y movió las riendas para que el tiro aumentase el ritmo, alejándose del almacén y los milicianos. Su jefe se había salvado por un pelo, pero él no le hubiera esperado.


En el almacén, Armhus observaba con cara desolada los arcones que habían quedado. Dhevelian y Malven estaban junto a él. Los soldados se habían desplegado para buscar a los ladrones que se habían desbandado tras su carga inicial. Sin duda creían que eran mejores, pero al ver que su líder había huido, ellos también habían perdido las ganas de luchar. 

-   ¿Qué había de importante en estos arcones, Armhus? -preguntó Dhevelian, serio. 

-   Algo muy importante para todos -murmuró Armhus, mirando con ojos desorbitados-. Pero este no es el lugar para hablar de ello. 

-   Yo me temo que ya no soy de más ayuda aquí, señores -habló Malven-. Más allá de informaros de lo que iba a pasar, si ya ha ocurrido, yo no puedo ayudar al señor de Mendhezan. 

-   Vuestra información era importante, aunque he sido un necio en no escucharos antes, señor Malven -indicó Armhus-. Os estaré en deuda por esto, aunque creáis que habéis fallado, pues aún hay ladrones que apresar y ellos nos llevarán a sus amigos. Sabremos quién está detrás de esto y le cogeremos. os lo agradezco con creces. 

-   Y yo también, señor Malven -afirmó a su vez Dhevelian.

Malven se despidió y se marchó por donde había venido, acompañado por sus propios escoltas que se habían unido a la pelea. 

-   Llevad estos arcones a la cámara -ordenó Armhus a sus hombres-. Ojalá todos los jóvenes fueran tan honorables como ese Malven. Mi hijo es un cabeza loca, no merece ser mi sucesor. No sé en que falle. Seguidme Dhevelian y os contaré de que va todo esto. 

-   Ojalá todos fueran tan buenos ciudadanos como ese Malven -aventuró a decir Dhevelian, aunque él estaba seguro que el joven no era tan bueno como había querido aparentar. Se olía que había algo que escondía. Al final todos lo hacían, incluso él.

Dhevelian y Armhus siguieron a los que cargaban con los arcones, que parecían pesados hasta una habitación con una única puerta. No tenía ventanas y sus muros eran gruesos. Dhevelian supuso que era la cámara fuerte de Armhus, donde se guardaba lo más importante o las riquezas. El anciano noble pidió que les trajesen algo de beber, alguna cosa de la que guardaban en sus almacenes. Armhus negociaba con todo tipo de mercancía, pero en ese almacén guardaba parte de sus pertenencias propias, aquéllas que era peligroso tener en su casa. Dhevelian no pudo evitar poner una mueca de asombro al ver tanto dorado y precioso junto. Armhus se rió al ver los ojos codiciosos del Alto Magistrado, al final incluso los funcionarios asimilados a la burocracia imperial, por muy nativos que fuesen se habían contaminado con las malas artes de sus superiores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario