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sábado, 28 de agosto de 2021

El reverso de la verdad (41)

Los pitidos del despertador que tenía sobre la mesilla, despertaron a Andrei. Miró el reloj y vio que era pronto, pero no era la hora habitual a la que se levantaba. Se había dormido y lanzó una maldición. Se giró y notó que tenía echada la colcha. Recordaba que la había tirado al suelo justo antes de echarse en la cama. Lo que quería decir que alguien y solo podía ser Helene, había entrado en su cuarto poniéndole la colcha por encima. Por un momento tuvo un arranque de enfado, pero respiró profundamente y decidió no hacerlo, su relación con la muchacha empezaba a ser poco cordial.

Se levantó, se puso su ropa de estar en casa y se dirigió a la cocina. Empezó a hacer el desayuno, tomando de todo lo que había en la nevera y en los armarios. Se decidió por huevos revueltos, unas salchichas, cereales y leche. un desayuno continental. Encontró un tetrabrick de zumo de naranja en un armario, que no estaba caducado y lo metió en la nevera, para que estuviera fresco. Cuando estaba lo más concentrado en la cocina sonó el timbre del telefonillo del portal, por lo que lanzó una maldición. Se dirigió a la entrada del pisó y vio en la pantalla la figura de un hombre. Andrei tomó el auricular. 

-   ¿Quién diablos es? 

-   Soy yo, Arnauld -dijo el hombre poniendo una especie de carnet identificador ante la cámara, como hacía siempre. 

-   ¿No te parece un poco pronto para una visita? -espetó Andrei. 

-   ¡Oh, vamos! Hace fresco, Andrei -se quejó Arnauld-. ¿Vas a dejar a un viejo amigo en la calle, helándose? 

-   Sube -ordenó Andrei, apretando la tecla de apertura, lo que permitió entrar al hombre.

Andrei colgó el auricular y empezó a sopesar qué hacía en su casa Arnauld, pero intuía el porqué. Al final, Arnauld era policía y él estaba dejando varios muertos a su paso. Aunque no había forma de relacionarle con los muertos, había sido muy cuidadoso. Esperó junto a la puerta hasta que escuchó los golpes de los nudillos de Arnauld contra la puerta. Observó por la mirilla lo que había en el pasillo, iluminado por las luces de este. Arnauld estaba solo, como tenía que ser. Abrió despacio la puerta y vio al policía, al que antiguamente había sido militar. 

-   Eres muy frío recibiendo a los amigos -se quejó Arnauld, que era alto, algo fornido, con el pelo negro, llevaba barba poblada y bigote-. ¿No huele a quemado? 

-   ¡Mierda! ¡Entra de una maldita vez, coño! -espetó Andrei, recordando lo que tenía en la cocina.

Arnauld entró y Andrei cerró la puerta según estuvo dentro, echando el pestillo. Algo que pareció no pasar desapercibido a Arnauld, pero no dijo nada. Tras lo cual le adelantó y le hizo un gesto para que le siguiera, llevando al recién llegado hasta la cocina. 

-   Vaya te he pillado haciendo el desayuno, que suerte -murmuró Arnauld, relamiéndose-. Seguro que a un viejo amigo le invitas a tomar algo. 

-   ¡Vaya con las visitas! -se quejó Andei, que le señaló una silla y añadió-. Pilla lo que quieras. ¿Café? 

-   Sí, gracias -asintió Arnauld, sentándose en la silla. Andrei le sirvió algo de revuelto y un par de salchichas. 

-   ¿Estoy seguro que no estás aquí únicamente de visita? ¿Ni para comerte mi desayuno, Arnauld? 

-   ¿Te acuerdas de Télabit? -soltó de improviso Arnauld. 

-   ¿Télabit? ¿Télabit? No me suena de nada ese nombre -negó Andrei, tras hacer que pensaba un poco. 

-   Vaya, yo pensaba que tú eras el de mejor memoria de los dos -indicó Arnauld-. Era una aldea al norte de Malí. Solo había pobreza y muerte. Pero también tenían un jefe guerrero que estaba molestando a los intereses del gobierno de Malí y al nuestro. Había impuesto una guerra contra el gobierno local. Recuerdo que era un sádico, muy sanguinario, muy miserable. Recuerdo que cuando entramos en esa aldea tú y tus compañeros ya habíais limpiado de milicianos la aldea. Pero a parte de unos pocos civiles supervivientes, encontrasteis también el horror que había perpetrado. ¿No te acuerdas? 

-   Al contrario que tú, siempre he intentado dejar atrás lo que vi en Malí y en los otros lugares que me llevó la defensa del país -dijo Andrei-. No recuerdo ese lugar, Télabit, ni al jefe tribal ni los horrores que aseguras que hacía. Y además espero que tu visita no sea para recordar viejos tiempos que ya no quiero recuperar. Me parece de mal gusto esta visita si solo es para agriarme la vida.

Arnauld se lo quedó mirando silencioso, intentando relucir que había en la mirada y los gestos de Andrei, porque estaba seguro que era una máscara. Desde que lo conoció años atrás, sabía que Andrei nunca revelaba sus verdaderos sentimientos, creando falsas imágenes de él mismo. Andrei era muy hábil escondiendo lo que sentía y pensaba.

A su vez Andrei sí que recordaba perfectamente Télabit, lo que Arnauld y el resto vieron no era si la punta del iceberg que ellos, su equipo habían visto durante la noche que se introdujeron en la aldea fantasma. Ellos enterraron los cuerpos ultrajados, reventados con granadas de mano, dejados a la intemperie para que las moscas y las alimañas se dieran un festín. Arnauld no podría dormir si hubiera visto los cuerpecillos de los niños pequeños, a los que habían amputado los miembros salvajemente y posiblemente vivos. La crueldad del jefe tribal había sido superflua. Con ganas, Andrei le mató hace mucho. Aunque para los mandos seguía huido.

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