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martes, 3 de agosto de 2021

Lágrimas de hollín (90)

Como muchas mañanas, Fhin había quedado con la dama Arhanna, en esta ocasión se habían citado en los jardines del templo de Rhetahl. Estos jardines estaban casi siempre vacíos de personas, ya que la mayoría de los ciudadanos aún rezaban a Bhall, aunque claro en el secreto de sus casas. El culto imperial, el de Rhetahl se había impuesto como el único oficial desde el inicio del gobierno de estos y aunque la población aseguraba haberse convertido, solo la nobleza y algunos prohombres parecían haberlo hecho en realidad. Sobre todo por el miedo a perder sus riquezas al ser declarados apóstatas de la religión imperial. 

-   Es un templo bonito -murmuró en voz baja Arhanna, más como intentando quedar bien, que como si realmente le gustase. 

-   Es un edificio curioso, sí -afirmó Fhin, aumentando el paso, de forma que se separaron de Usbhalo y de la dama Thilbba, que desde hacía ya días, no ponía mala cara cuando los dos jóvenes se alejaban. Incluso Fhin creía que estaba a gusto cerca de Usbhalo. 

-   ¿No pareces muy convencido de ello? -se burló Arhanna, feliz por haberse alejado de su dama de compañía y de poder hablar con Malven a solas. 

-   Tú tampoco, cualquiera podría decir que la dama Arhanna no es una devota de Rhetahl -ironizó Fhin, pero al ver la cara de susto de la muchacha se dio cuenta que había dado en el clavo, por lo que bajó la voz, por si hubiera cerca un sacerdote imperial, pero no era así, porque estaban solos-. ¿Tus oraciones no son escuchadas por el Dorado?

El Dorado era una forma con la que los que no eran fieles de Rhetahl se dirigían a él. Desde el punto de vista de un sacerdote imperial, no parecía que se reían de su dios y de esa forma no les podían acusar de herejía. 

-   Yo rezo al verdadero -dijo Fhin, tras unos segundos en silencio. 

-   Nosotros también -afirmó Arhanna, saliendo de su mutismo-. En casa no pasa nada, no hay imperiales. Pero aquí, en la capital, puede ocurrir cualquier cosa. ¿Entiendes mi cautela? 

-   Claro, Arhanna -asintió Fhin, que miró al cielo encapotado y suspiró. Hoy había decidido hacer su última jugada con ella, una que a su modo de ver sería beneficioso para ambos-. Hoy quería hablarte de algo que puede cambiar  nuestro futuro, tanto el inmediato como el más lejano. ¿Escucharas todo lo que te tengo que decir, y cuando termine, podrás preguntarme cosas? 

-   Claro -indicó muy segura Arhanna.

Fhin empezó a hablarle de él, de su verdadera identidad. Arhanna escuchaba y su cara fue cambiando del estupor al interés. Pronto se transformó en una mueca neutra, de la que Fhin no era capaz de desentrañar nada. Le contó sobre su padre, Laester, sobre la miseria en la que creció, la locura de su madre, de Fibius y Gholma, los que más le habían cuidado. De Bheldur y Usbhalo, sus primeros leales, a quienes consideraba unos verdaderos amigos. Jockhel, su identidad más violenta y sanguinaria. De Malven, su cara hacia la alta sociedad. Pero no se paró allí, le habló de la venganza que estaba a punto de culminar, de lo que sabía que quería hacer Shonet y de todo lo que había preparado para los siguientes días, así como lo que estaba a punto de llegar.

Cuando dejó de hablar, Fhin no notó que Arhanna quisiera soltarse de su brazo, más bien seguía allí, pensando en lo que Fhin le había dicho. Por fin habló. 

-   ¿Por qué me lo has contado todo? ¿Podría denunciarte a tus enemigos? ¿Acabarías como tu padre? -inquirió Arhanna. 

-   Supongo que porque te has ganado un lugar en mi corazón -respondió simplemente Fhin-. Te quiero. 

-   ¿Me quieres? -repitió Arhanna entre sorprendida y avergonzada.

Por unos momentos siguieron los dos, agarrados del brazo, andando por el camino de piedra, sin decirse nada, solo viviendo el momento, la declaración de Fhin, algo que ni él sabía que iba a revelar y que ella esperaba, pero sin todo lo que le había dicho antes.

1 comentario:

  1. ¿Te quiero? ¿Fhin? No me lo creo. Claro que es mi opinión como lectora. Nada más. Pobre Arhanna, que pena me da. De verdad... t.t

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