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sábado, 21 de mayo de 2022

El reverso de la verdad (79)

Gerard se había acercado a Alexander, que estaba realmente nervioso. 

-   Nos atacan por el otro lado, jefe -dijo Gerard-. Creo que es el matón que solíamos contratar, Alfonse creo que se llamaba. 

-   Alfonse es un nombre falso, tanto como ese hombre -espetó Alexander-. Le pague bien por su trabajo y ahora nos ataca, malditos mercenarios. Andrei le tiene que pagar mejor. 

-   No creo que sea por dinero, jefe -negó Gerard, moviendo la cabeza-. Creo que se conocen de antes. Viejos amigos. Ya le dije que no pude investigar el pasado de Alfonse. Solo encontré la vida de un perfecto don nadie y era un profesional. Nos engañaba, porque no se fiaba de nosotros. 

-   Eso ya da lo mismo, matad a los dos, joder -ordenó Alexander-. Manda al niño. 

-   ¿Al niño? ¿Está seguro de eso? Es un animal impredecible, la última vez… -empezó a decir Gerard estupefacto. 

-   Me es leal, mandalo -le cortó Alexander, que se dirigió a las escaleras-. Vosotros dos conmigo, a la sala azul.

Gerard vio como Alexander subió al piso superior, acompañado por dos hombres. La sala azul era una habitación blindada. Allí Alexander dirigía todo. Estaba guardado todo el dinero de los beneficios del negocio y toda la información de pagos y sobornos. Si la policía alguna vez lograba entrar allí, podría hacer una limpieza de corrupción sin igual. 

-   Aguantad la posición, voy a por el niño -dijo Gerard a los hombres que estaba allí-. Nada de heroicidades, él se encargará.

Se fijó que la mayoría de los hombres, curtidos en la violencia y en la muerte, habían empalidecido. Y con razón, el niño era un verdadero miserable, sin escrúpulos y sanguinario. Alexander lo mantenía escondido de todos y todo. Lo había entrenado personalmente y se podía decir que había creado su personalidad, para que no tuviera miedo, ni ningún tipo de remordimientos por lo que hacía. Alexander lo había visto por primera vez en una callejuela oscura de la ciudad, donde martirizaba a unos gatitos que se habían quedado sin madre. A partir de ese día, lo había tenido a recaudo o más bien lo había torturado de todas las formas que la mente mezquina de Alexander había ideado para quitarle todo tipo de sentimientos, que Alexander consideraba superfluos y potenciar los que le hacían un ser vil.

Tuvo que descender a los sótanos del edificio, en una zona cerrada por una puerta blindada, una sala completamente revestida por azulejos blancos, limpios y relucientes. Los muebles eran un catre, una mesa con una silla, una televisión, una butaca y un armario. El niño, que ya era un joven fornido de veinte años, estaba tumbado en el suelo, boca abajo, haciendo flexiones. 

-   Vaya si ha entrado la rata asustadiza -dijo el niño, sin levantarse. 

-   Déjate de mierdas, nos están atacando, enemigos de tu señor -espetó Gerard, que no le hacía gracia que ese niñato le insultara-. El jefe ha ordenado que los elimines. Además uno es un viejo amigo tuyo, Alfonse. 

-   ¡Hum! ¡Interesante! -el niño se puso de pie, se dirigió al armario y tomó varias armas-. Alfonse me debía un combate y parece que por fin se ha decidido por ello. Pero has dicho enemigos. ¿Quién más ataca al jefe? 

-   Parece que el que se te escapó en el hotelucho de la puta -Gerard sabía que ese hecho le había enfadado mucho al niño y que Alexander le había castigado con creces por ese fallo. 

-   ¿Está morena? 

-   Me parece que no, aunque puede que esté cerca -negó Gerard. 

-   Una pena, esperaba que el jefe me dejase experimentar con ella -murmuró el niño, ligeramente entristecido. 

-   Déjate de experimentos y gánate tu jornal -Gerard señaló con el dedo fuera de la habitación.

El muchacho miró a Gerard, se dirigió hacia el exterior, pero al pasar junto a Gerard, se abalanzó sobre él, que dio un par de pasos hacia atrás hasta golpearse con la pared. El muchacho chocó contra el cuerpo de Gerard y un puñal, que salió de la nada, se pegó a la garganta de Gerard, que empezó a sudar. 

-   Eres una alimaña y ellas no me dan órdenes. Ya te lo he avisado otras veces, alimaña -dijo el muchacho-. Espero que esta sea la última vez que vuelves a equivocarte, o experimentaré contigo. Y no te equivoques, dudo que el jefe me lo impida.

El muchacho se separó de Gerard y se marchó hacía la planta superior. Gerard respiró a bocanadas, intentando tranquilizarse. Si una cosa era verdad, es que su jefe no le ayudaría si el muchacho quería acabar con él. No estaba seguro quien tenía más miedo uno del otro, Alexander o el niño.

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