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sábado, 5 de diciembre de 2020

Aguas patrias (13)

La fragata al día siguiente estuvo completamente rodeada por falúas y esquifes que iban y venían cargados de hombres y baúles. Los nuevos tenientes se fueron presentando ante su nuevo capitán, presentando las órdenes que habían recibido del gobernador durante el día anterior. Los marineros no tenían que presentarse ante Eugenio, sino que se presentaban ante el teniente Romonés que les inscribía en el libro de la fragata. Según lo que respondían a sus preguntas los asignaba como marineros de primera, de segunda o marineros a secas. Cuando terminó de apuntar sus nombres y categorías, llevó el libro ante el capitán, para que le echase un ojo. 

-   Parece que el comodoro ha movido sus hilos, tenemos un buen número de marineros de primera categoría -indicó Eugenio al ver las notas de Mariano-. Que bajen sus baúles a la bodega y ponlos a trabajar. Hay mucho que hacer. Quiero que la fragata esté arreglada en el menor tiempo posible.

-   Así, se hará. 

-   ¿Se sabe algo de los nuevos palos de la fragata? -inquirió Eugenio. 

-   He bajado a hablar con los del astillero, pero parece que don Miguel sigue fuera, buscando en el interior -informó Mariano-. Por lo visto podrían haber encontrado uno bueno pero falta uno idóneo para nuestro mayor. Dicen que en un día o dos, don Miguel habrá regresado. 

-   Son muchos días -se quejó Eugenio-. Que se arregle el resto de problemas, así solo quedará el asunto de los palos. Encargate de que nos proporcionen suministros para el viaje, lo habitual. Pasate por los almacenes reales y los mataderos. Que preparen la carne salada. También habrá que cargar los toneles de agua y el licor. 

-   Ahora me encargo, capitán -aseguró Mariano. 

-   ¿Ha llegado ya el teniente Salazar? -quiso saber Eugenio, un poco contrariado, pues ya habían subido a la fragata los dos tenientes menores y casi todos los guardiamarinas. Pero el nuevo primer teniente no se había presentado. Era algo raro, y menos para alguien que iba a ejercer un puesto mejor que en su antiguo puesto. Él, y seguro que Mariano también, habría corrido para tomar su puesto, antes de enfadar al capitán-. Cuando llegue, mándale aquí.

Mariano asintió con la cabeza, tras lo que se marchó. Eugenio siguió ojeando con más detalle los nombres de los miembros de su tripulación. Ahí también venían los de los suboficiales y toda la oficialidad de la fragata, con su nombre a la cabeza. Tras leer su nombre un par de veces, suspiró y cerró el libro, volviendo a la cantidad de papeles que tenía que leer y firmar. Se dio cuenta que tal vez debería haber aceptado la insinuación del comodoro de hacerse con un contador, un secretario que le ayudase con el papeleo.

Pero el tiempo pasó y el teniente Salazar siguió sin aparecer, por lo que Eugenio decidió subir a la cubierta. Tenía más cosas que hacer que esperar al hombre. Fue pasando por cada zona del barco. Ya fuera el teniente Romonés o cualquiera de los otros dos tenientes, o los suboficiales, le iban mostrando los avances en las reparaciones. El nuevo carpintero, uno de los antiguos ayudantes del Vera Cruz, le informó que habían dado con todos los agujeros en el casco. Con ayuda de los materiales del astillero, los habían reparado y en ese momento, tras lijar el exterior, lo estaban pintando, con los mismos colores que tenía cuando era inglés. Esto se estaba haciendo así por orden de Eugenio y el carpintero quería hacer ver a su capitán que él seguía las órdenes al pie de la letra.

También se había artillado el barco con nuevos cañones, de parecida fuerza que los antiguos, pero capaces de usar la munición española. Era una pena, pero la munición española y la inglesa rara vez casaban, debido a que los ingleses no querían usar las medidas del resto de las naciones continentales. Si el barco hubiese sido francés, holandés o turco, no habrían tenido tantos problemas como con un inglés. Aun así, la pólvora de la santabárbara era nueva y de buena calidad. Tal vez el difunto capitán Adams la hubiese pagado de su propio bolsillo, algo muy común en los capitanes ricos.

También le informaron que ya se había llenado la mitad de la aguada. El resto se completaría cuando se terminasen los nuevos toneles, que se había destruido durante el combate contra el Vera Cruz. Los mamparos, las escalas y todo lo que las balas del Vera Cruz habían destrozado, ya estaban como nuevos. Habían llegado nuevas velas y palos menores para llenar los pañoles. Para el día siguiente estaba previsto que llegasen las provisiones y las empezarían a estibar.

Justo se había separado de Eugenio el contramaestre cuando distinguió una falúa que se aproximaba a la fragata. Los remeros parecían parte de la tripulación de la Santa Cristina. Junto al timonel iba un hombre embozado en un abrigo algo deteriorado. A su lado un baúl. Mariano se acercó a Eugenio. 

-   Parece que el primer teniente está a punto de llegar, señor -murmuró Mariano, serio. 

-   Y parece que no llega en buen estado -añadió Eugenio en el mismo tono. 

-   Puede ser que sus antiguos compañeros de la Santa Cristina le hiciesen una fiesta de despedida anoche, señor -alegó Mariano, al ver cómo se movía en la falúa, como mareándose. El timonel se encargaba de mantenerlo lo más firme posible. 

-   Espero que fuera divertida, para obligar a un hombre a llegar de esta facha a su nuevo puesto -indicó Eugenio-. Veamos que tenemos. Que el guardiamarina de guardia lo reciba. 

-   Sí señor -asintió Mariano, marchándose a avisar al guardiamarina.

Eugenio suspiró y rezó porque no tuviera algún marinero que lanzarse a buscar al teniente si se caía al agua. La bahía tenía las aguas calmadas, pero si el teniente estaba tan incapacitado como parecía, se iría fácilmente al fondo.

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