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martes, 1 de diciembre de 2020

Lágrimas de hollín (55)

El viejo Arghuin había empezado a babear, debido a su necesidad de saciar el hambre que le provocaba la visión de Shar. Solo tenía ojos para ella y su cerebro le indicaba que debía dar una buena cantidad de oro, pero no le importaba. 

-   Deja que se acerque, quiero ver si la mercancía está en buenas condiciones -ordenó Arghuin, demasiado ansioso porque Shar se aproximase y sus dedos pudieran tocar esa piel joven. 

-   No -negó Jockhel, sin contemplaciones, para asombro de Arghuin, que bebió de la copa de vino que le habían servido una de las mujeres que le rodeaban. 

-   ¿Como que no? -preguntó Arghuin, contrariado-. Esto es un negocio y quiero ver lo que compro. 

-   Antes de que puedas tocar el tesoro de Dhert, me gustaría que vieras mis otros presentes -indicó Jockhel, señalando las bandejas-. Por favor, enseñadle mis regalos.

Dos mujeres fueron retirando el terciopelo, revelando tarros llenos de un líquido y cabezas de personas. Reconoció a todas y cada una de ellas, a excepción de la que tenía frente a él. Parecía la cabeza de una mujer, pero le habían arrancado los globos oculares. Pero el que lo había hecho no parecía estar interesado en que el rostro quedase intacto, había muchos cortes. El resto eran de hombres, todos y cada uno de sus lugartenientes, todos los que le habían advertido que no asistiera a la subasta. Por lo que sabía todos ellos debían haber estado en los baluartes de los Leones, rodeados de hombres. Como Jockhel los había eliminado a todos sin que él, en el centro de la organización no se hubiese enterado de nada. Dejó caer la copa de vino. No por la situación, sino porque esta había perdido fuerza. Más aún, casi no se podía mover. Giró la cabeza, buscando a su escolta, pero descubrió sus cadáveres. Las mujeres que les habían estado agasajando, lucían ahora dagas. incluso las que a él le habían servido se retiraron de su lado. 

-   ¿No reconoces esta cabeza? -inquirió Jockhel, dando unos pasos al frente y señalando a la de la mujer. 

-   No… no sé quién… es -Arghuin giró la cabeza al frente y musitó unas pocas palabras, lo que su cuerpo le permitió-. ¿Qué… qué me has hecho? 

-   ¿Yo? -preguntó Jockhel, simulando estar sorprendido-. Yo no te he hecho nada. Bueno igual sí. Pero lo que te pasa es parte del conocimiento de los Gatos. Tienen unos venenos y pociones muy curiosos. Lo que has bebido tú con el vino es muy interesante. Te deja petrificado, pero tus sentidos siguen funcionando. Puedes escuchar, oír, ver. Aunque me temo que no hablar. 

-   Los Gatos… ellas me sirven… Ghirenna… -las palabras de Arghuin se entrecortaban, haciéndose su tono cada vez más y más inaudible-, traidora… yo la cree… 

-   ¡Oh, por favor! -se quejó Jockhel-. Tu querida Ghirenna. Tratarla de una traidora, que descortés. El gran Arghuin se ha vuelto viejo y sus ojos ya no ven. O más bien no quieren ver. O simplemente nunca tuviste en mucha estima a Ghirenna. Porque si no fuera así, la habrías reconocido, aunque su rostro esté tan lacerado y no tenga ojos. 

-   Ghirenna… Ghirenna… -repetía entre dientes Arghuin, como un loco. 

-   Contigo ha sido muy fácil montar esta trampa, los otros líderes eran más astutos o por lo menos más paranoicos -se burló Jockhel, que se agachó, tomó entre las manos el tarro con la cabeza de la difunta Dama-. Tú, en cambio, te has relajado, pues creías que como Ghirenna te lo debía todo, los Gatos te protegerían hasta el final. Para ti los Gatos solo eran unos esclavos más. Estabas tan obcecado en que la protección de los Gatos que nunca llegaste a ver el único gran problema. ¿Qué pasaría si tu Ghirenna era sustituida por otra Gata?

La boca de Arghuin se abrió pero no salió ni una sola palabra. 

-   No hace falta que respondas -ironizó Jockhel-. Es muy simple, te quedarías sin protección. Ahora los Gatos son mis aliados, no mis siervos y la nueva Dama ya me ha jurado lealtad. Bajo mi mandato ellas pueden hacer más cosas que bajo el tuyo. Al final, Ghirenna y tú habéis caído por vuestro vicio. Pero vuestro destino estaba ligado desde que tú le ayudaste a acabar con la Dama Dhirrin. Bhall siempre devuelve las afrentas contra el prójimo. Y antes de que nos dejes, me gustaría revelarte una última cosa. Esta muchacha -Jockhel se acercó a Shar y puso una mano sobre su hombro izquierdo-, no es hija de Dhert. Yo jamás te vendería la hija de uno de mis enemigos, no soy tan despiadado. Te presento a la Dama Shar, hija de la Dama Dhirrin. Y creo que tiene que tratar algo contigo.

Jockhel sacó una daga y se la dio a Shar. Tras ello, se dio la vuelta y se marchó hacia una puerta. Shar agarraba la empuñadura de la daga con fuerza. Jockhel dejó el tarro con la cabeza de Ghirenna en una mesa junto a la puerta de acceso, Antes de marcharse, observó la escena. Los Gatos rodeaban a Arghuin, que seguía con la vista fija en Shar, que se mantenía en el mismo lugar que le había dejado Jockhel. Sabía que la muchacha estaba esperando a que él se marchase para acabar con el viejo. Que Jockhel le permitiese hacerlo, había sido un regalo de parte de él. De esa forma cerraría sus heridas del pasado. Los dos que se conjuraron para acabar con su madre y con ella, desaparecerían en sus manos. Jockhel suspiró y se marchó. Cerró la puerta y no escuchó nada. Aunque tampoco esperaba oír nada, pues el veneno impedía que Arghuin gritase de dolor.

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