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sábado, 19 de diciembre de 2020

El reverso de la verdad (5)

Cuando pudo entrar en el despacho de su esposa, respiró un poco tranquilo. Las cosas fuera empezarían a ir mejor y él podría revisar con tranquilidad. El despacho seguía igual que cuando Sarah estaba viva. Ordenado, limpio. Se acercó al escritorio de Sarah y se sentó lentamente en el sillón de cuero negro de alto respaldo que tenía. Quería notar la forma de su esposa, pues se decía que esas cosas se quedaban grabadas por el uso. Recordaba que en la cama sí que había estado durante días recordando la forma de Sarah. Pero allí, el sillón había sido limpiado, no olía a ella, a su perfume, ni a nada con lo que asociase a su Sarah.

Antes de encender el ordenador, reviso los cajones, pues pronto encontró lo que buscaba. Su esposa no solía recordar bien las claves y passwords, por lo que apuntaba todo en un papel. Pero como era desconfiada, lo ponía todo en clave. Por ello, solo alguien como él podía saber cual de todas las claves allí apuntadas era la que se usaba para el ordenador.

Por fin encontró la que buscaba y encendió el ordenador. Metió la clave y entró al escritorio. Durante una hora larga buscó algo relevante entre las carpetas del disco, pero no había nada. Buscó incluso carpetas ocultas, por si su esposa hubiese querido esconder algo, aunque Andrei no estaba seguro de haberle explicado cómo hacerlo. Entonces recordó que lo mejor era mirar la papelera, pero estaba vacía. Entonces se pasó a la consola de comandos. Haría su magia para descubrir cualquier secreto. Tras otra hora, obtuvo lo mismo que antes, cero. Pero en verdad algo le quedó muy claro, alguien había borrado todo lo que podría a ver y esa persona no era su esposa. Alguien con conocimientos como los suyos, no un usuario normal. Y si eso era verdad, su esposa estaba investigando algo peligroso, algo que había provocado su muerte.

Pero Andrei no iba a renunciar a investigar lo que pasaba, pero estaba en un callejón sin salida. Se recostó en el sillón y miró hacia las estanterías donde había archivadores de cartón, cajas, algunos premios, DVDs de documentales que habían producido, y algunos libros. Repasaba los títulos cuando vio uno que le llamó la atención. El secreto del corazón, se titulaba y no era lo que parecía. Andrei se levantó, se acercó a la estantería y lo tomó. Se lo regaló él y no era un libro, sino una caja con apariencia de libro. Muy bien hecho, por lo que parecía un libro normal. Cuando lo compró, había otros con otros títulos, pero ese era el que tenía el nombre más acorde a lo que era en verdad. Incluso a Sarah le hizo la misma gracia que a Andrei.

Andrei lo abrió y vio que dentro había una hoja de un cuaderno. En la hoja solo había unas cuantas palabras escritas. Estas eran: le gourmand, belladona, gata. Era lo único que había escrito, pero era con la letra de Sarah, por lo que era algo que le había importado a su esposa. Pero desconocía que tenían que ver unas con otras.

Volvió al ordenador y probó a buscarlas. En caso de gata, solo encontró las cosas obvias, la hembra del animal, las acepciones en los diccionarios de lengua y los enlaces a páginas porno sobre videos de gatitas. Con belladona, lo único que le venía era información sobre el arbusto así llamado, aunque tenía dos enes, y sus características medicinales. En el caso de le gourmand, solo encontró una entrada, la de un local nocturno en el extrarradio de la ciudad. Hacía mucho que no iba a esa zona de fiesta, casi tanto como llevaba casado. Pero parecía que ese lugar era su única pista.

Guardó el libro falso en su funda de mano y revisó el resto del despacho. Pero para su desgracia no encontró nada más. Así que dejó el despacho y se marchó. Esta vez, la gente ya no le acosó y le dejó marchar fácilmente. En el recibidor le dio las gracias a Bernardette y se fue.

Regresó lo más rápido que pudo a su hogar, donde preparó ropa propia para irse de fiesta. Cuando tuvo todo listo se miró en el espejo, pensando si hacer algo con la barba, pero le empezaba a gustar ese aspecto y decidió dejársela. Cenó algo rápido, se vistió y llamó un taxi. Dio la dirección que había visto en la pantalla del ordenador y el taxista se puso manos a la obra. Durante el trayecto, estuvo escuchando la radio, una emisora sensacionalista, seguro que adepta a uno de esos grupos de ultra-derecha, pues hablaba de que había que expulsar de una vez a todos esos inmigrantes ladrones y criminales que viciaban la ciudad. Andrei prefirió no abrir la boca para opinar nada y el taxista tampoco parecía querer hablar sobre nada, limitándose a conducir.

Cuando llegaron, le pagó al taxista y se apeó del vehículo. Antes de ir al local, revisó la zona y encontró lo que buscaba. Una parada de taxis, por si tenía que salir por patas. Había cambiado la funda de mano por una mochila pequeña, porque Andrei nunca salía de casa sin su ordenador. Se dirigió a la puerta del local y vio que había cola, pero probó el truco más viejo del mundo, el de los privilegiados. Colocó un billete en su mano y cuando le apretó la mano a uno de los porteros, la cinta de terciopelo que impedía el paso, se abrió súbitamente ante él. Estaba seguro que unos cuantos ojos llenos de odio se habían posado en su espalda, pero él no iba a esperar en el frescor de la noche a que la fila le diese un turno.

Dentro, la música sonaba a todo trapo, había jóvenes y otros no tan jóvenes bailando a su ritmo desenfrenado, por una inmensa zona de baile. Andrei la sorteó por un pasillo con mesas altas y taburetes, donde se apilaban chaquetas y bolsos. En algunas había parejas comiéndose los morros con una hambre voraz. Le recordó a cuando Sarah y él parecían dos cabezas fusionadas. Se acercó a la barra, haciéndose un hueco, ya que estaba atestada de consumidores. Consiguió pedir un Martini solo y pagarlo. Desde allí, se trasladó a una esquina de la barra, donde tenía una buena visión del local. Fue descubriendo cada zona y por fin una le llamó la atención. Al principio le había parecido que o era una zona privada o la entrada a los baños, pero al ver que dos clientes se deslizaban por ahí, decidió que debía investigarla.

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