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sábado, 26 de diciembre de 2020

El reverso de la verdad (6)

Con su vaso alto lleno de hielos y algo de Martini, se dirigió hacia la zona que había visto, un estrecho pasillo que nacía tras unas cortinas rojizas. Cuando iba a pasar las cortinas, apareció un armario ropero, vestido con un traje que parecía estar a punto de explotar en todas las costuras. Se había rapado todo el pelo y tenía esa cara de pocos amigos. 

-   Belladona -dijo de improviso Andrei.

El gigantón asintió con la cabeza, le hizo un gesto con la mano para que le siguiese y se internó en el pasillo en silencio. Estaba todo escasamente iluminado, pero se podía ver. Llegaron al momento a unas escaleras y descendieron hasta una puerta. El gigantón dio unos golpes y la puerta se abrió. El matón se quitó de en medio, permitiendo a Andrei pasar ante él y cruzar la puerta.

Al otro lado, le cegó por un momento las luces que había. Era un casino clandestino. Esto es lo que investigaba su esposa, el juego ilegal. Le parecía muy raro que estos fueran los que habían ido contra su Sarah, siempre podían haber cambiado el lugar de sitio. Andrei, fue deambulando por el lugar. Había bastantes personas jugando a las tragaperras, en las mesas de poker, en la ruleta. Pero pronto, vio que había más gente que en ningún otro sitio, en una de las esquinas. Se dirigió hacia allí. Era un lugar de apuestas, o por lo menos parecía como si fuese un hipódromo, pero al verlo mejor, había siete pantallas y lo que de lejos le había parecido que eran las cabezas de caballos, en verdad eran mujeres desnudas. Más bien no estaban totalmente desnudas, sino disfrazadas de animales. aunque los disfraces se limitaban a unos guantes que simulaban las patas, una cola, unas orejas y poco más. Había una yegua, una coneja, una perra, una gata, una mona, una cerda, y una rata. Junto a la imagen había un contador, que tras un ligero vistazo, el de la coneja era el más alto. Además había otras cifras, eran como estaban las apuestas por ellas. Claramente, la coneja tenía el menor premio, pues parecía que iba a ganar seguro. Lo último parecía un teléfono.

En ese momento se acordó de la última palabra escrita por Sarah, gata, y miró la imagen de la que estaba vestida de gata. Al principio no quería creérselo, pero él conocía a esa mujer, era la tal Helene que trabajaba en la productora. Necesitaba saber de qué iba esto y pronto encontró una fuente de información. Otro cliente bastante bebido que le habló de todo el tinglado por una bebida más.

El juego se llamaba la carrera de las salvajes. Había siete “animalitas” y un teléfono. Tu las llamabas y ellas te decían cosas guarras. O sea que funcionaba como esos teléfonos porno. el contador que había era los like que los clientes daban a las chicas por sus servicios. Un like por teléfono equivalía a diez puntos. Al final de semana, había una ganadora. La gente podía apostar por su animal ganador. También le contó que algunos de los apostadores habían podido conocer en persona a las chicas, que en ese caso los like valían cuarenta puntos. Claramente los dislike restaban la misma cantidad de puntos. Si quería apostar le recomendó la coneja, era un valor seguro. Él había apostado mil euros a la coneja. Cuando le preguntó Andrei por la gata, le dijo que esa siempre estaba por el medio de la tabla, pero rara vez ganaba. Ahora estaba veinte a uno su victoria, pero eso era imposible.

Antes de marcharse, Andrei apostó mil euros a la gata. No porque estuviese deseoso de ello, pero había que mantener las apariencias y por lo visto los camareros y guardias ya le estaban empezando a mirar mal. Fueron mil euros porque era la apuesta mínima. Probó a jugar un poco al poker, pero después de unas manos, se acabó levantando de la la mesa. Tras parecer lo que sería un cliente típico de una casino ilegal y sin haber perdido una gran cantidad de dinero, se marchó de allí. Andrei esperaba que no se hubiese delatado. Salió del local y se dirigió a paso rápido hasta la parada de taxis que había visto al llegar.

Había suficientes vehículos listos para recoger a sus clientes y ninguno de ellos en cola. Por lo que se montó en el primero de la línea y le dio una dirección cercana a su casa, pero no la exacta. Tenía ese nerviosismo de la persona que sabe que estaba asumiendo un grave peligro. Para no crisparse demasiado, tuvo la suerte de un nuevo taxista con pocas ganas de hablar y muchas de conducir. Durante los primeros metros de trayecto, Andrei miraba por las ventanillas, en busca de una cara conocida del casino, pero no distinguió a nadie, aunque eso no auguraba que nadie le siguiera.

Hasta que no cerró la puerta de su piso, tras entrar él, no se sintió seguro. Por un momento estuvo tentado en empezar a investigar a la gata, pero decidió que tal vez era mejor irse a dormir. Con una mente cansada se dejaría más información de la que podía permitirse. Así que se fue a la cocina, se tomó un yogur, se lavó los dientes, y se fue a su cuarto. Se puso su pijama y se metió entre las sábanas. Sin darse cuenta, le abrazó el cansancio y se quedó profundamente dormido.

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