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sábado, 26 de diciembre de 2020

Aguas patrias (16)

La falúa de la Sirena fue una de las primeras en llegar y eso que la fragata era una de las más alejadas. Como la señal del navío había sido esperada y fueron rápidos en bajar la falúa, se habían adelantado a los otros barcos. También había dependido que el timonel y los remeros se habían empleado a fondo y habían bogado como si el enemigo estuviera detrás. El timonel se encargó de dar el nombre del barco y colocarse en la posición adecuada. Ahora ya era cosa del capitán no poner en ridículo a la fragata. Pero Eugenio había sido el último primer teniente del Vera Cruz, por lo que ascender por el costado le fue relativamente fácil.

En la cubierta le recibieron más infantes de marina, presentándole sus armas, más pitidos y un sonriente teniente Heredia, que ahora era el primer oficial. 

-   Bienvenido a bordo, capitán Casas -saludó Marcos al que hasta hace nada había sido un compañero de camareta-. Habéis sido el primero. Los otros capitanes se van a poner celosos. 

-   Supongo que mis hombres querían que la Sirena sea la mejor fragata de la escuadra -murmuró Eugenio, que aún no se había adaptado a su nueva posición. 

-   Habrá que esperar a los tardones -se rió Marcos. Eugenio ya conocía la forma de ser del teniente Heredia, pero parecía que se había olvidado que Eugenio era ahora capitán y no un teniente. Había cosas que Marcos no podía decirle a un superior y tampoco podía hablarle como a un amigo, no delante de los marineros. Por lo que Eugenio le señaló el alcázar. 

-   Como tardan, podemos hablar en el alcázar -indicó Eugenio, a lo que Marcos asintió con la cabeza.

Los dos hombres fueron paseando hasta el alcázar, una zona del barco normalmente reservada a los capitanes y que los marineros solían abandonar. Cuando vieron llegar a Eugenio, le saludaron con el respeto correspondiente a su nuevo rango, así como le desearon lo mejor, pues al fin y al cabo había sido uno de sus tenientes hasta hacía muy poco. Tras ello, se marcharon de allí, dejándoles solos. 

-   Parece que se cuece algo en la escuadra -dijo Marcos, cuando no había oídos que los escuchasen, pero con un tono mucho más bajo que antes-. Se rumorea que el capitán de Rivera y Ortiz se está granjeando el enfado del gobernador. Con este tiempo ocioso, pasa más de lo debido en tierra y no es lo más indicado. Por lo visto va de baile en baile galanteando demasiado. Alguna de las mujeres está casada y el marido no vería con gusto que le están levantando la esposa o más bien que alguien que no es él se mete en su cama. 

-   Peligrosa aventura esa -masculló Eugenio, pensando si era posible que Juan Manuel pudiera hacer ese tipo de osadías. Le conocía como un marino adecuado y echado para delante. Por lo que podría ser en más ámbitos igual de poco temeroso. Podría traerle bastantes reveses en la vida, seguir con ese mal hábito. Ni el dinero de su rico padre podría ayudarle. Un duelo nunca era algo seguro para un hombre de la mar-. Entiendo que don Rafael quiera salir de puerto lo antes posible. 

-   El capitán está muy preocupado, estas cosas pueden empañar la buena coordinación de la escuadra -afirmó Marcos-. Sobre todo si estos chismes le llegan al fray Trinquez. 

-   ¿El capitán Trinquez? -repitió Eugenio sorprendido por el mote que había usado con el otro capitán de la escuadra. 

-   ¿No lo sabéis? -inquirió Marcos, que al ver a Eugenio negar con la cabeza continuó - El buen capitán es un devoto recalcitrante. El capitán ya ha tenido que rechazar dos invitaciones de Trinquez para que visitara la Santa Cristina y escuchar la misa del padre Zapatero, su guía espiritual. 

-   No sabía que el capitán Trinquez llevase un sacerdote a bordo -indicó Eugenio, sorprendido. Conocía a Amador de cuando ambos eran jóvenes y no recordaba que fuera tan piadoso, más bien todo lo contrario, era un pecador sin remisión. Se acordaba que muchas veces le había advertido que si seguía con esa vida crápula, acabaría recibiendo la visita del Santo Oficio. Él se reía de lo lindo con ello, quitando hierro al asunto-. ¿Supongo que será un marinero de primera? 

-   Por lo que he oído no es capaz de moverse por la cubierta sin caerse, pero… -empezó a decir Marcos, pero le interrumpieron desde el través. 

-   ¡Santa Ana! -gritó un marinero cerca del pasamanos de través. 

-   ¡Hum! Hora de recibir a otro capitán. Me acompaña, señor -señaló Marcos.

Ambos oficiales se dirigieron hasta la zona de llegada y esperaron a que apareciese el capitán de la Santa Ana. Juan Manuel apareció por la borda, con su galante estilo y al ver a Eugenio se dirigió hacía a él. 

-   Mi enhorabuena, capitán -le dijo Juan Manuel, con una sonrisa franca y le presentó la mano derecha-. No le he podido ver antes, pero quería darle mi enhorabuena por su ascenso. Ya era hora que la armada le recompensase por sus méritos. 

-   Muchas gracias, capitán -respondió Eugenio, estrechándole la mano-. He estado muy liado poniendo la Sirena en forma. 

-   La Sirena, sí, una bella fragata, ya me gustaría a mi capitanearla -afirmó Juan Manuel-. Tiene unas buenas curvas y artilla un buen daño. Tiene que ser muy marinera. Es una pena que los ingleses se la asignaran a un loco. Pero si no hubiese sido así, ahora no sería nuestra, ¿verdad? 

-   Sí, claro -asintió Eugenio-. Pero la Santa Ana también es una gran fragata, rápida y mortal. 

-   En eso no se equivoca -aseguró Juan Manuel, que iba añadir algo más, pero las palabras se quedaron en la boca, ya que se escuchó la llamada de la otra fragata.

El capitán Trinquez subió a la cubierta al poco de que fuese anunciado. Pero este aunque intentó parecer alegre y le dio la enhorabuena a Eugenio tan efusiva como pudo, se notó que estaba enfadado. Sin duda llegar el último cuando era el capitán de mayor antigüedad no le sentó demasiado bien. Alguien sería castigado de lo lindo en el Santa Cristina. Además Eugenio pudo ver que parecía estar a disgusto por la presencia de Juan Manuel. Podría ser que fray Trinquez se hubiera enterado de las correrías de Juan Manuel en tierra. Antes de que la cosa se pudiera poner fea, Marcos les indicó que don Rafael los esperaba en su cámara. Los tres, por orden de antigüedad descendieron por una de las escotillas.

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