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sábado, 5 de diciembre de 2020

El reverso de la verdad (3)

Alexander parecía que también usaba el momento de silencio que había propiciado Andrei para cavilar algo. Tomó un par de sorbos de su té, que por las muecas que ponía, no habían seguido sus indicaciones en ningún momento. 

-   Creo que sí es verdad que os sacaron de la carretera, Andrei, deberías ir a la policía -indicó Alexander-. Pero si quieres venir a la oficina, puedes hacerlo cuando quieras. El despacho de Sarah está tal y como lo dejó y nadie lo usa. Así que puedes mirar lo que quieras. 

-   Gracias, Alex, eres un buen amigo -le agradeció Andrei, simulando una ligera sonrisa. 

-   Siempre serás bienvenido, aunque ahora ya no están todos los que había -comentó Alexander. 

-   ¿Y eso? ¿La empresa va mal? 

-   No, no, seguimos con contratos y nuestras producciones dan dinero -negó Alexander-. Lo que pasa es que algunos de los trabajadores ya solo estaban con nosotros porque les dirigía Sarah. Yo no soy como ella, y tú has estado desaparecido, por lo que algunos han preferido buscar una empresa más estable. 

-   ¿Qué más da que yo haya estado desaparecido? Yo nunca pasaba por allí mucho -dijo sorprendido Andrei-. Si no se nada de este tipo de trabajo. Yo hago otro tipo de cosas. 

-   Pero muchos temían que vendieses o cerrases la empresa -explicó Alexander-. Por mucho que les dijese que no iba a ser así, no se lo creyeron. Al final se marcharon y otros han llegado nuevos. 

-   Lo siento. 

-   No, no, no -Alexander movió las manos indicando que no era así-. Tú estabas a otras cosas. Yo debería haber sido como Sarah y haberles quitado sus dudas. Pero no fui capaz de emularla. Pero hablemos de cosas más amables. ¿Cuando quieres ir? 

-   ¿Puedo pasarme esta tarde? 

-   Ningún problema, le diré a Bernardette que vas a pasarte después de comer -aseguró Alexander-. Yo desgraciadamente no podré recibirte, tengo que ir a visitar a un cliente. Espero que encuentres lo que buscas o por lo menos que te quedes tranquilo.

Alexander se bebió de un trago lo que quedaba de su té, sacó su móvil, miró algo y se excusó. Tenía que ir a la oficina a culminar algo. Andrei se despidió de él y le dio las gracias por adelantado. Alexander se sonrió y le dijo que la oficina siempre estaría abierta para él. Además si necesitaba cualquier cosa, que se la pidiese. Tras ello, Alexander se marchó tan rápido como había llegado.

Andrei se quedó un poco más, lo suficiente para llamar al camarero y pagarle por las dos consumiciones. Esa era la peculiaridad más habitual de Alexander, nunca pagaba o invitaba. Siempre se iba o no tenía dinero. Andrei pensó que Alexander seguía sin cambiar ni un ápice desde que lo conoció en tiempos de la universidad.

Alexander por aquel entonces ya era amigo de Sarah. Su relación era muy estrecha y por ello durante los primeros meses le tenía como un rival en su conquista por el corazón de Sarah. No fue hasta que Sarah le contó que a Alexander no le iban las mujeres, no empezó a serenarse y verle con otros ojos. Aun así, siempre había tenido a Alexander en una caja aparte, ya que en muchas ocasiones iba a lo que iba, a su propio beneficio, pero con una sonrisa y con buenas formas. Incluso parecía que no lo hacía a propósito. Como le había dicho muchas veces a Sarah, Alexander era más complicado de lo que ella quería. Sarah siempre se reía por esa idea que tenía él.

Una vez pagado, se dirigió de vuelta a su casa, tenía que hacer un par de cosas y comer algo. Pero como hacía mucho que no salía como hoy, y era aún pronto, decidió dar un paseo por el barrio. A cada paso que daba, se encontraba con un lugar que tenía un preciado recuerdo sobre él y su esposa. Aun así, sabía que debería haber hecho esto hacía tiempo, debería seguir su vida. Ella siempre había hablado de lo que pasaría si ella no estaba, él siempre había intentando diluir ese pensamiento tan negativo que le venía a Sarah de vez en cuando, casi siempre cuando estaban pasando una temporada alegre.

Al final, cuando su corazón había recibido la suficiente dosis de terapia autoimpuesta se acercó al supermercado más próximo a su casa, donde compró los suficientes ingredientes para hacerse pasta, así como algo de carne y algo para la cena de esa noche. Decidió que se iría comprando poco a poco las cosas que necesitase. Una vez pagado, se dirigió a una panadería donde se hizo con un baguette de media cocción, regresando por fin a su piso, un sexto en una casa antigua de la zona centro de la ciudad. Se tenía que preparar para su regreso a la oficina de su esposa.

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