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martes, 1 de diciembre de 2020

El dilema (52)

Alvho permanecía tumbado en el suelo, mirando a todas partes sin comprender bien lo que veía. Había conseguido alcanzar la cumbre de la loma, tras un par de horas moviéndose como una tortuga, lenta pero segura. Atento a cada gruñido, movimiento y aleteo. Cuando había llegado arriba, se había tumbado por seguridad y ahora, estaba incrédulo. Por más que buscaba, no encontraba nada. No había nadie, ni enemigos ni animales salvajes. Veía desde allí una amplia extensión de tierra y no oteaba nada singular. Ni animales. Podía ser que el gran Ordhin les fuese a brindar con su apoyo en el desembarco.

De todas formas, no estará seguro de su suerte hasta que se acercase más la hora del amanecer. Se quedó allí tumbado hasta que le pareció que ya quedaba poco para el alba y empezó su regreso. Siguió siendo cauteloso, pero no tanto como antes. Cuando llegó al primer punto en el que tendría que haber una pareja de sus muchachos, lanzó el trino de advertencia y tras unos segundos angustiosos, recibió la contestación. Fue comprobando uno a uno los puntos de guardia y encontró a todos sus hombres sanos y salvos.

Al final se reunió con Aibber, en las ruinas de la torre. Ya tenía un par de faroles, encendidos, pero con los lados tapados, para evitar que la luz les delatase.

-   ¿Qué tal está todo? -preguntó Aibber, en un tono muy bajo-. ¿Nos rodean las hordas enemigas? 

-   Parece que Ordhin vela por nuestras almas -contestó de igual manera Alvho-. No hay enemigos a millas de distancia, más bien no hay nada de nada. Ha ordenado a las bestias que nos alejen a los enemigos. Habrá que preparar la recepción a nuestros camaradas. Cuando lleguen los primeros, haz que nuestros chicos muevan las líneas de observación. 

-   Como ordenes -dijo Aibber. 

-   Pon a los dos mejores en el altozano -ordenó Alvho.

Aibber asintió con la cabeza y se puso a esperar. Alvho se acercó al muro que daba hacía el río. Miró al cielo, donde habían casi desaparecido las últimas nubes que lo habían cubierto por la noche, y empezaba a clarear. La hora del desembarco tenía que estar a punto de llegar. Escrutó el río, esperando ver las luces de los primeros barcos. desgraciadamente el clima había provocado una niebla tupida que impedía ver casi nada. Pero entonces vio la luz que esperaba. Le hizo un gesto a Aibber que se acercó con los dos faroles. Alvho tomó uno y quitó la pantalla de uno de los lados. Las órdenes del tharn eran abrir y cerrar la pantalla. Las dos luces intermitentes auguraban un desembarco seguro.

Al poco de entre la niebla aparecieron las proas de los primeros barcos. Los remeros bogaban con toda la fuerza que podían. Uno a uno fueron frenando a secó cuando las quillas tocaron el fondo del río. Los guerreros, descendieron sin ningún tipo de cuidado, haciendo todo el ruido que quisieron y subieron por la pendiente de la orilla, en grupos, a la carrera, armados con espadas, hachas y sus escudos redondos. Según la opinión de Alvho, que Asbhul y Selvho habían aceptado, los primeros grupos debían hacerse fuertes en las ruinas y en varios emplazamientos que había indicado Alvho, algunos de los cuales donde aún debían estar parte de sus muchachos, por lo que se volvió hacía Aibber y le quitó el farol de las manos.

-   Es hora de mover las líneas, las parejas al segundo emplazamiento -ordenó Alvho, que con el rabillo del ojo ya veía el grupo de guerreros que se acercaba, para tomar posesión de esas ruinas, con su oficial al frente-. Vuelve cuando los hayas colocado a todos. 

-   Así se hará, jefe -afirmó Aibber, escabulléndose como la lagartija que era. 

-   ¿Qué tal la noche? -preguntó una voz a su espalda, que al volverse Alvho resultó ser la del tharn Asbhul, que al ver los ojos de Alvho, añadió-. Si crees que iba a dejar que mis hombres fueran a una emboscada sin mí, es que aún no me conoces lo suficiente, therk. 

-   A Selvho no le habrá hecho mucha gracia no dirigir él personalmente el primer contingente, ¿verdad? -inquirió Alvho. 

-   Le he dejado lanzando sapos y culebras -bromeó Asbhul-. ¿Ante qué nos enfrentamos? 

-   Pues contra un ejército de espectros -contestó meditabundo Alvho-. No hay absolutamente ningún enemigo a la redonda. Antes de bajar de esa loma, no he encontrado ninguna fuerza enemiga, ni centinelas, ni espías. Creo que nadie nos espera y eso me pone nervioso. 

-   Tal vez Ulmay tenga razón y Ordhin nos protege -murmuró Asbhul, al tiempo que miraba hacia el río, los barcos que les habían traído ya se habían ido y aparecía la siguiente ola de guerreros-. Voy a tener mucho trabajo, te encargas de tener controladas las llanuras. 

-   Estaré en la loma -indicó Alvho señalando el altozano.

Asbhul asintió con la cabeza y permitió a Alvho marcharse. Tenía demasiado que controlar y no tenía tiempo para pararse a perderlo.

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