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martes, 22 de diciembre de 2020

El dilema (55)

Con la ayuda de Alvho, Dhalnnar y sus cuadrillas pudieron comenzar las obras en la loma. Los muchachos de Alvho se quejaron al ver reducida su zona de vida, pero la idea de ser los primeros en tener a su disposición una defensa de piedra les gustó más. Aún así, casi nunca estaban allí, ya que la mayoría tenían que salir con Alvho y Aibber de patrulla.

Alvho había estado revisando los planos que había dibujado Dhalnnar. Eran muy completos, pero aun así, él le indicó un par de modificaciones que hacer. La construcción principal, que ya se había iniciado, excavando para los cimientos, en la cima de la loma, iba a ser una torre. Originalmente, Dhalnnar la había pensado de planta cuadrangular, pero Alvho le había convencido que si tenía más lados, sería más fácil defenderla y podían nacer de ella murallas. Por lo que al final el núcleo principal sería una torre de planta octogonal, de la que partirían unas murallas internas, que defenderían un patio interno y se cerrarían en un portón, con lo que Dhalnnar había llamado un rastrillo elevable. Según Dhalnnar era una pieza de metal que defendía a la puerta de los arietes. Aunque sería muy difícil que el enemigo pudiese conseguir llevar un ariete hasta allí, pero mejor prevenir que curar.

Cuando Alvho le preguntó cuánto tardaría en terminar la torre y las murallas internas, Dhalnnar le explicó que en otros lugares podrían ser años. Pero al ver la cara de desilusión de Alvo, añadió que aquí la cosa parecía ser diferente. Tenía una ingente cantidad de trabajadores, no solo por los esclavos, que seguían llegando a decenas cada día, sino que los arqueros parecían ser trabajadores cualificados, incluso muchos de los guerreros de un lado y otro del río parecían haberse puesto manos a la obra. Además llegaban todos los días muchas barcazas con madera, roca y todo tipo de materiales para la construcción. Las obras no se detenían porque no había nada que lo impidiese. Cuando Alvho le preguntó a qué se refería con los del otro lado, Dhalnnar le explicó que se estaba empezando a levantar una ciudad al otro lado del río, ya no campamentos de campaña, sino con casas, templos y empalizadas. Por lo visto los líderes de los clanes no les sentaba bien eso de dormir en tiendas, incluso se estaba levantando un palacio para el señor Dharkme y su corte. Dhalnnar esperaba que encontrasen gente que quisiera vivir allí, una vez que el asunto de la expedición se terminase, aunque por lo menos tendrían que vivir las familias de la guarnición de fortaleza, a salvo al otro lado del puente.

El puente era otra de las obras que se habían reanudado desde que ellos se habían establecido en la nueva fortaleza. Dhalnnar le contó que no solo la reconstrucción iba avanzando con velocidad, sino que el nuevo director de la obra, uno de sus compañeros de viaje, había convencido al señor Dharkme de construir dos defensas especiales a ambos extremos del puente, que le harían que nadie pudiese cruzarlo si Dharkme no lo permitía. De esta forma, podría pedir peajes y recuperar parte del oro que se esté gastando. En ese punto, Alvho se rió y le indicó a Dhalnner que el señor Dharkme estaba haciéndolo todo para limpiar su alma y que el gran Ordhin le perdonase por su vida disoluta.

Cada día que pasaba, las obras de la torre y las murallas anexas iban creciendo. Nuevas piedras se iban colocando cada día. Y a la vez que la estructura se elevaba, también lo hacían unos andamios de madera, junto con unas grúas, que usaban para levantar algunas de las piedras. Ver cómo había cambiado era una cosa que le gustaba hacer a Alvho, así como hablar con Dhalnnar. Este le guiaba por la obra, como si lo hiciese con el mismísimo señor Dharkme le visitara para comprobar su trabajo.

Con esa dinámica, Alvho se dio cuenta que llevaban ya más de un mes en ese lado del río y ninguna de las tribus nómadas parecía haberse dado cuenta de su presencia. Estaba subido en uno de los andamios, observando la llanura, con las últimas luces de la tarde, cuando se acercó Aibber. 

-    ¿Qué ocurre? -preguntó Alvho, sin volverse. 

-   Ha venido un mensajero del tharn, se te llama a una reunión de urgencia -informó Aibber-. Con el alba en la torre del cauce superior. ¿Qué crees que ocurre? 

-   Puedo equivocarme, pero me parece que el ejército se va a mover o por lo menos nosotros. Desde este andamio se ven muchas cosas. Nosotros debemos observar las llanuras, pero a veces miro hacia el otro lado. Desde ayer están llegando más y más guerreros, lo que quiere decir que ha llegado el tharn Orthay. Y si es eso, Dharme nos hará avanzar. Y montar un campamento de avanzada o algo parecido. Asbhul o ha recibido ya las órdenes de nuestro señor o lo va a hacer. 

-   Vaya -se limitó a decir Aibber, con cara de tristeza. 

-   No hay que ensombrecer el rostro por esta noticia, Aibber -prosiguió Alvho-. Recuerda para que te alistaste. Es hora de seguir adelante la expedición e ir a la muerte. Pero si las cosas se hacen como quiero, espero que sobrevivamos a ella. El tharn Asbhul es inteligente y ambicioso. Pero cree que debe mantenernos con vida. Los guerreros prefieren seguir a los generales precavidos a los locos. Mañana veremos de qué va la cosa. ¿Qué tal ha ido la partida de hoy? 

-   Estamos cocinando un gran ciervo -señaló Aibber.

Alvho sonrió y le hizo un gesto para marcharse. Las partidas les estaban haciendo comer mejor que otros cuerpos de la unidad, pues ellos, mientras oteaban el horizonte, cazaban para llenar de carne sus platos.

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