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sábado, 19 de diciembre de 2020

Aguas patrias (15)

La mañana siguiente trajo consigo una gran labor. Eugenio se había despertado pronto, pero cuando subió a la cubierta, el teniente Salazar ya estaba allí, de mejor aspecto y dando órdenes a los marineros y suboficiales. Cuando vio a Eugenio, rápidamente se acercó a él para informarle de los progresos, que el capitán escuchó serio, pero que al final devolvió con una cara más alegre y que claramente disipó los miedos del teniente, que regresó a sus labores más aliviado.

Más tarde, Eugenio comprobó que había mucho movimiento en el astillero. A la fragata se acercaron inmensas grúas. Tanto por tierra, como una situada sobre una gabarra, una máquina flotante como la llamaban. Eugenio comprendió lo que pasaba cuando vio llegar al jefe del astillero. Este le informó que tenían preparados los nuevos palos machos y los iban a colocar. Las cuadrillas de carpinteros del astillero tendrían que trabajar codo con codo con los carpinteros de la fragata y el resto de marineros. Eugenio agasajó al jefe del astillero con un desayuno tardío, y de esa forma dejaron listos los planes de cómo actuar. Aunque la verdadera reunión la estaban llevando ya paralelamente los carpinteros. Pero ninguno actuó hasta que el capitán y el jefe dieran la luz verde.

A media mañana, la parte de la bahía donde se encontraba el astillero real era un hervidero de gente. No solo estaban los trabajadores y marineros, sino también muchos lugareños que se habían acercado en botes y falúas, queriendo ver un espectáculo que no se solía ver en esa puerto, sobre todo ya que los palos machos se solían cambiar en las radas de construcción y no en el muelle. Algunos solo eran entusiastas de la marina, pero otros buscaban que ocurriese un desastre. Que un palo se soltase de las sogas que lo hacían bajar lentamente y perforase la fragata de la cubierta al fondo, mandándola a pique. Siempre había esa gente que buscaba el mal ajeno. Pero se quedaron con las ganas, pues los palos fueron izados y colocados en sus lugares sin que ocurriese una desgracia. Los carpinteros y los marineros eran profesionales. Con los palos machos colocados, pero sujetos por las máquinas, se emplearon las siguientes horas en estabilizarlos con la cordelería necesaria. Las sogas se tendieron por toda la arboladura. Lo último fue colocar los obenques de los palos machos, desde la cubierta hasta las cofas. Por la tarde, la fragata, con la nueva arboladura parecía muy diferente al cascarón herido de muerte que había llegado arrastrado por el Vera Cruz, mientras los hombres de abordo se afanaban en las bombas para echar fuera toda el agua que entraba de más.

Eugenio invitó a cenar a los trabajadores del astillero, por su gran labor y cuando abandonaron la fragata, para regresar a sus casas, algunos iban demasiado contentos, ya que habían querido tomar el licor de los marineros, pero si aguar, como se hacía a bordo, para evitar que los marineros se emborracharan en plena singladura. Esa noche sería la última que la fragata estaría anclada al muelle del astillero. A la mañana siguiente llenarían la aguada que faltaba y las últimas provisiones. Tras eso, la fragata sería trasladada con la ayuda de los botes a su posición en la bahía, junto al resto de la escuadra del comodoro.

Antes de irse a su camarote, Eugenio recibió una carta del comodoro. Era llamado a una reunión al día siguiente. Era hora de que don Rafael expusiese sus siguientes designios. Sin duda iba a ser algo nuevo llegar a bordo del Vera Cruz como un capitán de derecho y no un teniente con un uniforme remendado. Con esas ideas en mente, Eugenio se durmió.

A la mañana siguiente, fue despertado por el marinero que había sido asignado como ayudante del capitán. Le trajo algo de desayunar, algo ligero y que Eugenio dio cuenta en poco tiempo. El ayudante, había limpiado el uniforme de Eugenio, había sacado brillo a todo los dorado, los botones, las hebillas. Incluso sus zapatos parecían nuevos. Su bicornio, antiguo, pero parecía recién comprado. Por lo visto el marinero, mucho antes de ser enrolado a la fuerza en un barco de la marina católica y real, había sido aprendiz de sastre y conocía muchos trucos del negocio. Eugenio se vistió, en parte con la ayuda del marinero, que parecía tener la firme creencia que su capitán podía ser un gran navegante, pero no era muy ducho en lo que era referente a la moda, el vestir y en parecer mejor de lo que se era. Hasta que el marinero no se cercioró de que su capitán estaba listo como para presentarse ante el rey en persona, no le dejó ir a su despacho, donde Mateo le había dejado una carpeta con los informes para el comodoro, o más bien para su escribiente, ya que la mayoría de los papeles eran listados de gastos.

Con esa presencia perfecta apareció en la cubierta y el teniente Salazar se le acercó a presentarle sus respetos, seguido por unos pasos por el teniente Romonés. 

-   Bien, bien, teniente Salazar -afirmó Eugenio tras escuchar la lista de cosas hechas y las que iban a hacer-. ¿Alguna noticia del Vera Cruz? 

-   Lo siento, no, señor -negó Álvaro, apesadumbrado, como si la falta de noticias fuera culpa de él. 

-   ¡Cubierta! ¡Cubierta! -gritó algún marinero desde la cofa del mayor-. ¡El Vera Cruz llama a todos los capitanes de la escuadra! 

-   Teniente Salazar, mi falúa -ordenó Eugenio, tras mirar hacia el navío que se encontraba en medio de la bahía.

En muy poco tiempo, y gracias a los gritos de los dos tenientes, una falúa fue levantada de donde estaba descansando, atravesó la cubierta y el pasamanos de estribor y descendió con suavidad sobre el agua. Los marineros encargados de los remos descendieron con rapidez, pero intentando no manchar sus ropas, pues se habían puesto casi de gala. si su capitán parecía un almirante, ellos no podían parecer unos mendigos. El último marinero en bajar era quien se encargaría del timón y por tanto de manejar la falúa. Era uno de los marineros experimentados de primera. Cuando escucharon a los infantes de marina taconear en la cubierta y a los oficiales usar sus silbatos, supieron que el capitán estaba a punto de descender.

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