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martes, 8 de diciembre de 2020

El dilema (53)

Desde el altozano, Alvho mantenía un control de las llanuras, totalmente libres de enemigos, aunque habían empezado a aparecer animales salvajes, sobre todo ciervos, búfalos y otros herbívoros. Tenía junto a él a Aibber y a otros dos muchachos. A su espalda, el espectáculo era mayor. No solo llegaban los barcos con los guerreros y los arqueros, sino también las barcazas, cargadas con inmensos troncos de árboles, inmensos pinos negros. Barcazas bajaban por el río, paralelas a las ribera contraria, cruzando junto a la estructura del puente. A parte de troncos, habían traído más materiales. Había tablas, hierro, toneles con suministros, agua, todo tipo de elementos de construcción, y lo más importante, siervos, mano de obra y nuevos constructores. 

Con la protección de los guerreros, que formaban un muro de escudos al otro lado de la zona de obras, se estaba levantando un terraplén. Parecía tener un metro de alto por tres de ancho. En la parte de arriba, un buen grupo de esclavos levantaban la empalizada con los troncos que iban descargando en un puerto improvisado junto al puente. Otro grupo, reducía otros troncos, de menor porte, en estacas que iban colocando en la parte externa de la empalizada, donde Selvho hacía ejercitarse a otros guerreros en el arte de la construcción de un foso. En el foso, en vez de estacas de madera, estaban poniendo varillas de metal, más cortas, pero más afiladas. Por lo que le parecía a Alvho estaban reforzando el foso con cantos rodados traídos del río y argamasa.

-   ¿Para qué los cantos? -preguntó Aibber, que parecía interesado en las obras a su espalda. 

-   Creo que Selvho ha decidido inundar el foso, de esa forma el enemigo no verá la sorpresa de metal que le aguarda -explicó Alvho.-. Irá construyendo el foso a la vez que la empalizada, hacia cada lado. Cuando lleguen a las riberas, permitirá que la corriente fluya por el foso. Con las paredes rematadas con piedra y argamasa impedirá que el agua fluya al suelo y además recorrerá el foso con fuerza, como lo hace en el cauce, pero este al ser más pequeño, irá más rápido. Está empleando la astucia de los molineros. 

-   ¿Qué pasará si un enemigo cae ahí dentro? -indagó Aibber. 

-   Si no se muere por los regalos ocultos, si no sabe nadar la corriente se lo llevará -auguró Alvho-. Así que Aibber, si tenías pensado entrar y salir del campamento por algún lado sin pasar por los centinelas y el puente que colocaran en la puerta, mejor que te olvides. 

-   Vaya, ya no podré intentar cautivar a una mujer de las llanuras -se quejó Aibber. 

-   Ten cuidado, que las mujeres de estas tierras son peores que las bestias salvajes -se rió Alvho, que miró instintivamente a las llanuras-. ¿Algo nuevo? 

-   Nada de nada -murmuró Aibber-. ¿Cuándo terminarán las obras? 

-   En unos días, pero no te preocupes, los guerreros y nosotros seguiremos en pie -informó Alvho-. El tharn no nos permitirá descansar hasta que la empalizada esté terminada, así como el resto de las defensas.

Aibber no parecía demasiado tranquilo, así que Alvho le indicó lo que según él debería abarcar la empalizada. El muchacho escuchaba en silencio, no queriendo perder ni una sola palabra de la explicación de Alvho. 

Todo lo que le contó se fue cumpliendo. En primer lugar, las obras se llevaron a cabo de día y de noche. Con guerreros apostados tras la línea defensiva, que iba relevándose cada seis horas. Unos descansaban y otros les protegían. Los esclavos trabajaban exactamente igual, pero sus turnos eran más largos. Los siervos arqueros, estaban designados a otros menesteres, sobre todo a sus oficios cuando no formaban parte del thyr. Tenían herreros, artesanos, cocineros y todo tipo de oficios. Incluso algunos se alejaron con caballos para cazar. Cada noche la carne de ciervos e incluso algún búfalo llenaba la tripa de los cansados.

En solo tres días se había completado la empalizada que abarcaba una gran extensión, incluso rodeando el altozano donde Alvho mantenía a su grupo de hombres, su unidad de operaciones especiales, como los llamaba él mismo. En el altozano, mientras dos hombres mantenían una vigilancia cerrada, él instruía al resto en el arte que mejor conocía, el suyo propio. El foso tardó más en completarse. Cuando lo hizo, fue en el mismo momento que comenzaron las obras de reconstrucción en las ruinas. Unos constructores extranjeros tomaron las riendas de las cuadrillas de esclavos y las barcazas comenzaron a llegar con inmensos bloques de piedra. Para entonces, Alvho ya tenía mucha confianza en sus muchachos, una mezcla de asesinos y espías, ideales para misiones al otro lado de las líneas enemigas o incursiones rápidas. Lo que Alvho creía que necesitaría para hacerse con la reliquia sin una batalla cruenta. Pero para ello, debería hablar con Asbhul.

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