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sábado, 9 de enero de 2021

Aguas patrias (18)

Mientras los remeros de su falúa remaban con fuerza, llevando a su capitán hasta el puerto, Eugenio pensaba en su conversación con Álvaro. La idea de más pasajeros en la fragata le había alarmado. Había llamado a sus dos tenientes principales según había llegado a bordo. 

-   Salazar, Romonés, el comodoro me ha puesto al tanto de la situación y las nuevas órdenes -había dicho Eugenio cuando los dos tenientes habían entrado a su camarote-. Parece que aún no vamos a ir a Cartagena, pero en su lugar vamos a hacer una misión importante. Ya les informaré cuando nos hagamos a la mar. Pero lo importante es que mañana espero recibir las provisiones que necesitamos y también a cien soldados, a las órdenes del capitán Menéndez. Deben preparar una zona para esos soldados y su equipo. 

-   ¿Cien soldados? -había repetido sorprendido Álvaro. 

-   Eso es, cien soldados -había afirmado Eugenio-. Encárguense de todo, señores. 

-   Sí, capitán -había asentido Mariano, mientras que Álvaro parecía pensativo. 

-   ¿Algún problema, Salazar? -había inquirido Eugenio, al ver la cara seria del teniente y silencio. 

-   No, no señor, solo estaba pensando donde sería el mejor lugar de la fragata para ubicar a tantos hombres -había indicado Álvaro-. Igual debemos cambiar un poco la carga, para que nos sea mejor la navegación. Cien soldados y su equipo es más carga muerta. 

-   Además necesitaremos algunos barriles más de carne salada, provisiones y agua -había intervenido Mariano. 

-   ¡Hum, puede ser! -había aceptado Eugenio-. En ese caso, decidan lo que necesitamos y prepárenme una nota. Yo debo bajar a tierra. Debo ir al baile del gobernador. Orden directa del comodoro. Se quedan solos y al mando. Mañana mandaré la petición al cuartel de la armada.

Tras eso, los dos tenientes se marcharon juntos y ya no les vio hasta que se despidieron de él cuando bajaba a su falúa. Ahora la fragata se alejaba de su persona, mientras que el puerto se agrandaba. En el puerto le esperaba un carruaje. Por lo visto Juan Manuel tenía uno alquilado y le había mandado un mensaje mediante las banderas de señales para anunciarle que se sentiría muy honrado de que le acompañase a la fiesta. El bote por fin se situó junto al muelle y Eugenio subió por los escalones, despidiéndose de sus marineros, que pusieron rumbo a la fragata. El cochero esperaba con la portezuela abierta y Eugenio subió de un salto. Dentro estaba sentado Juan Manuel. El cochero cerró la portezuela, se subió al pescante y arreó a los caballos, casi sin tiempo para que Eugenio se sentase. 

-   Espero que el gobernador de un baile interesante -habló Juan Manuel, con su sonrisa franca-. Últimamente he asistido a varios bailes en la ciudad, pero suelen decir que los bailes y fiestas del gobernador son únicas. Ha sido una suerte que diera una antes de partir. 

-   Yo también lo espero -afirmó Eugenio, que no sabía qué responderle. Lo de los bailes no iban con él y desde que llevaban en Santiago, no había tenido para la vida social y la verdad es que en toda su vida en la armada, los bailes a los que había asistido estaban contados con los dedos de una mano. Le gustaba más una batalla en el mar que la guerra política de la vida social. 

-   Eugenio, a fe mía que esta ciudad tiene unas preciosidades que no tienen nada que envidiar a las de la península -aseguró Juan Manuel, con la sonrisa más amplia de lo habitual, por lo que Eugenio empezó a pensar que en verdad los rumores de su vida disoluta en tierra no eran más que pinceladas de una realidad mucho más amplia-. Un caballero soltero podría encontrar una futura esposa. 

-   Puede ser -se limitó a añadir Eugenio, que no estaba muy tranquilo con la conversación sobre amoríos y esposas. No le gustaba hablar de esos temas y menos con alguien como Juan Manuel.

La conversación sobre mujeres y fiestas siguió hasta que el carruaje se detuvo ante la puerta principal de la mansión del gobernador. Eugenio mantuvo un perfil bajo, dejando todo el peso de la conversación a Álvaro, que no parecía darse cuenta de que su compañero de carruaje no parecía estar interesado en lo que le contaba. Cuando el cochero abrió la portezuela, Juan Manuel salió disparado, lo que pareció agradar a Eugenio, que le siguió unos pasos detrás. Subieron por una escalinata y entraron por la gran puerta, cuyas dos láminas estaban abiertas de par en par. A la vez que ellos, entraban más invitados. La mayoría parecían militares, soldados de la guarnición. Otros serían mercaderes y prohombres de la ciudad. Posiblemente también habría hacendados del interior.

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