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martes, 12 de enero de 2021

El dilema (58)

Alvho estaba con Selvho en lo alto del terraplén que habían levantado para proteger el campamento de avanzada, a primera hora, observando cómo los hombres recogían sus enseres, a desgana. Desde allí detectaron la columna que se acercaba. A parte de los guerreros y sus carros de provisiones, había un buen número de carrozas, caballos y siervos andando. 

-    ¿Qué diantres es eso? -inquirió Selvho desde su posición. 

-    Me temo que es el cortejo del druida Ulmay -se burló sin disimulo Alvho-. Me temo que nuestro ilustre invitado no puede viajar sin los lujos de su actual posición. Creo que pasar tanto tiempo en la corte del señor Dharkme lo están cambiando. 

-    Y no para bien -añadió Selvho, refunfuñando-. No creerá que podemos avanzar con ese grupo de muertos de hambre. Maldito sea su estampa. 

-    Me temo que nuestro gran tharn deberá acatar la carta del señor Dharkme que seguro trae consigo -aseguró Alvho. 

-    Vayamos a avisar a Asbhul y a ver lo que ocurre.

Los dos hombres se marcharon a ver a su tharn y avisarle de lo que les caía encima. Ante ellos, se quejó con amargura de la situación, pero cuando Ulmay estuvo en su presencia, tuvo que acatar las exigencias del druida. No solo la columna de Ulmay se uniría a ellos, sino que los hombres del tharn debían protegerlos. Tras ello, pidió poder avanzar con los hombres de Alvho. Pero ante la sorpresa de Asbhul, solo iría él con Alvho. El resto de seguidores y criados viajarían con el núcleo del ejército de vanguardia.

Y el séquito de Ulmay no era pequeño. Había por lo menos unos veinte druidas menores, alguna sacerdotisa, guerreros de escolta, mujeres de dudosa reputación, bailarinas, músicos, algún mercader y sus productos. Y un buen número de siervos diversos. En los carruajes y carromatos, provisiones, mercancías, oro, tiendas lujosas e incluso muebles. De lo que no iban muy sobrados eran de armas. Muy pocos eran guerreros. Asbhul se preguntaba si Ulmay había venido a las llanuras como quien viaja por el campo, no parecía temer ni a los bandidos. 

-    ¿Qué tal va la búsqueda, amigo? -le había preguntado Ulmay, cuando se alejaron del resto de los que les rodeaban o más bien al druida y se dirigieron hacia los establos. 

-    Por ahora nada -indicó Alvho-. No era necesario que vinieses. 

-    ¡Oh, si que lo era! -afirmó Ulmay-. Además mis enemigos empiezan a moverse en las sombras. En la corte, no hubiera durado mucho. Las intrigas se hacían cada vez más palpables. Si me hubiese quedado allí, me hubiesen matado. Aquí, tú te encargarás de eliminar a mis perseguidores. 

-    Eso si te han seguido hasta aquí -señaló Alvho, un poco molesto por la afirmación de Ulmay de que él debía encargarse de acabar con los asesinos contratados contra el druida. 

-    Sí que lo han hecho -asintió Ulmay-. Pero esta vez interrogales antes de matarlos, hay que saber quienes me quieren ver muerto y de esa forma, saber contra quien vengarme. 

-    ¿Y alguna cosa más quiere el señor? -inquirió Alvho, molesto por la arrogancia del druida.

Ulmay solamente se rió y siguió hablando de cosas sin sentido para Alvho. Sobre quienes de los cortesanos creía estar seguro que eran sus enemigos. Alvho prefirió escuchar ya que no tenía muchas ganas de hablar con Ulmay y este parecía más interesado en mover la lengua que escuchar las palabras de Alvho.

En el establo, le dieron un caballo a Ulmay y salió del campamento con ellos, tomando el camino del oeste. Los hombres de Alvho avanzaban en parejas y de vez en cuando se adelantaba una pareja, gusto cuando regresaba la que se había marchado antes. No fue hasta después de que almorzaran algo, cuando Aibber regresó solo y excitado. 

-    ¿Qué ocurre, Aibber? -quiso saber Alvho. 

-    Un campamento, está lejos pero visible -informó Aibber. 

-    ¿Os han detectado? 

-    No, parecen estar a sus cosas -negó Aibber. 

-    Guíanos -ordenó Alvho.

Aibber llevó a todos los jinetes hasta una loma de laderas escarpadas o por lo menos por donde llegaron. Les dijo que se apeasen de las monturas y siguiesen a pie. Allí estaba el caballo de su compañero de guardia, quien esperaba de cuclillas junto a un arbusto. No todos los muchachos de Alvho subieron hasta la cima, solo algunos, el resto se quedaron al cargo de los caballos, en guardia. Ulmay seguía los pasos de Alvho y se agachó cuando este se lo pidió. En la lejanía a menos de una jornada a caballo, en lo que parecía una gran ensenada, se podían ver un gran número de tiendas. Eran rústicas y sencillas. También podían verse cercados con caballos. Si se intentaba forzar la vista, se podían detectar guerreros con lanzas. Sin duda, estaban lo suficientemente lejos como para ser detectados. Alvho mando a Aibber para avisar al tharn Asbhul.

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