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sábado, 2 de enero de 2021

Aguas patrias (17)

Don Rafael esperaba a sus tres capitanes en la cámara. Estaba sentado tras la mesa del comedor, que había sido llenada con mapas y cartas náuticas. También, en uno de los extremos había una bandeja de plata con cuatro copas y unas botellas. Había vino tinto, blanco y coñac. En el otro extremo, había una segunda bandeja con algo para picar. Parecía jamón ahumado y otros embutidos, con algo de pan. 

-   ¡Bienvenidos, capitanes! -saludó don Rafael, sin ponerse de pie y señalando las sillas que estaban frente a él.

Los tres saludaron al comodoro y se sentaron lo más rápido que pudieron. Don Rafael buscó entre los papeles que tenía delante y desplegó un mapa de la región. Se veía perfectamente las islas de la barlovento y sotavento del Caribe. Un marinero se dispuso a colocar las copas delante de los recién llegados y a preguntar qué querían. Todos optaron por el vino tinto. Después sirvió vino blanco al comodoro y se marchó de la sala. 

-   ¿Capitán Casas, como esta la Sirena? ¿Lista para navegar? -inquirió don Rafael, más por guardar las apariencias que porque requiriese la información, pues ya había leído el último informe que le había mandado Eugenio. 

-   Esta estanca y con los palos nuevos, comodoro -contestó Eugenio-. Faltan los últimos toneles de carne salada y estaremos listos para hacernos a la mar. Aun no me han asignado a un cirujano, señor. 

-   ¿Un cirujano? No se preocupe, haré la petición para que les manden uno, con ayudantes y dispensario -aseguró don Rafael-. En ese caso zarparemos en dos días máximo. 

-   Bien. 

-   Pero primero, capitán Trinquez, tengo una petición del gobernador -prosiguió don Rafael-. Requiere una embarcación de la escuadra para proteger los mercantes de la bahía. Quiere que naveguen hacia La Habana lo antes posible. Por ello, creo que la Santa Cristina es la idónea para ello. Ya tengo las órdenes escritas. Debe reunirse con los capitanes mercantes y llegar con ellos a un acuerdo. Una vez que les deje protegidos en La Habana, deberá retornar a Santiago, para unirse otra vez con la escuadra. ¿Lo ha entendido, capitán? 

-   Sí, comodoro -asintió Amador. 

-   Y una cosa más, capitán, en La Habana, intente que el almirante no le lie con sus tonterías -añadió don Rafael-. La Santa Cristina, aunque va a hacer una tarea por el bien del comercio, sigue inscrita a esta escuadra. Tome sus órdenes y manos a la obra. Espero encontrarlo aquí dentro de unas semanas. 

-   Sí, comodoro -Amador apuró el vino, tomó el sobre con sus órdenes, se levantó, se despidió de todos y se marchó de allí. 

-   Bueno, ahora a lo nuestro, caballeros -dijo don Rafael, una vez que Amador se hubo marchado-. Dentro de dos días partiremos para recuperar nuestros barcos de Santa María de Antigua. La escuadra partirá junta, pero cuando dejemos atrás la costa de Puerto Rico, el Vera Cruz y la Santa Ana cambiaremos de rumbo, nos iremos al suroeste, para dejarnos ver por Montserrat. El punto de reunión será al norte de San Cristóbal. Una vez reunidos, regresaremos a Santiago, donde dejaremos a los mercantes y con la Santa Cristina pondremos rumbo a Cartagena. ¿Ha quedado claro? 

-   Sí, comodoro -respondieron los dos capitanes a la vez. 

-   Capitán Casas, le proporcionaré las mejores cartas náuticas que tenemos de la bahía de San Juan -indicó don Rafael-. A su vez se le unirá el capitán Menéndez y unos cien soldados de la guarnición de Santiago. Hombres aguerridos, los ha elegido el gobernador en persona. Le serán muy útiles para lidiar con los ingleses, sobre todo para encargarse de las tripulaciones o de los fuertes defensivos. Por lo que el gobernador me ha dicho, el capitán tiene experiencia en ataques anfibios. Creo que os será muy útil. Hágale sitio en su barco y trátelos bien. 

-   Como ordene -contestó Eugenio, mientras pensaba dónde iba a meter a cien soldados en su ya escaso espacio. Una fragata no era un navío de línea y cien almas más ocupaban y comían mucho. 

-   Bien, pues hay mucho que hacer -señaló don Rafael-. Y antes de que se me olvide, esta noche el gobernador da una fiesta en su palacio, para darles suerte en este menester. Así que espero verlos a ambos. Pero antes sigamos con los informes.

La reunión continuó durante un par de horas. El comodoro estuvo leyendo los últimos informes de la situación de las dos fragatas, las noticias y lo que el servicio de inteligencia del gobernador había recabado en las últimas semanas. La verdad es que los espías del gobernador no habían conseguido mucho más de lo que podía haber recabado cualquier otro grupo de espionaje de la zona. No sabían nada de Cartagena y la situación de la armada inglesa. La falta de una ubicación aproximada de Vernon y sus barcos hacía toda la misión muy peligrosa y cualquier imprevisto podía mandar todo a paseo. Pero habría que jugarse el todo por el todo.

Cuando Eugenio descendía por la escala, rumbo a su falúa, lo hacía cargado de una saca con todo lo que le había proporcionado don Rafael, para que se fuese estudiando. Pero cuando llegase a la Sirena debería hablar con Álvaro, pues había que preparar la fragata para la llegada de los soldados.

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