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martes, 5 de enero de 2021

Lágrimas de hollín (60)

Inghalot había pasado dos semanas preparando su cumbre, para reunir a los líderes de los Lobos, los Comadrejas, los Mantis y los Lucios. Había intentado que los Cuervos y los Toros se unieran de nuevo, pero los dos líderes ya no creían en sus palabras, les dominaba el miedo. Mientras preparaba su reunión, que usaría para acabar con Jockhel de una vez, mantenía controlados a los Dorados. Para su sorpresa se habían mantenido a la defensiva. Parecía que había orden de Jockhel de esperar un ataque. Sus informantes aseguraban que Jockhel había matado al mensajero para que Inghalot en un ataque de ira le atacase, pero parece que le había subestimado. Inghalot se había reído al enterarse de ello y había decidido que Jockhel siguiera esperando el ataque. Cuando llegase no sería solo el de los Águilas.

La reunión, como muchas que había realizado de este tipo, no se hizo en La Cresta. No, para algo como esto había que buscar un lugar neutral o por lo menos uno que los otros pensaran que era neutral. Los otros líderes nunca habían llegado a considerar que un líder de La Cresta pudiera tener bases fuera del barrio, porque para ello debía tener contacto con los apestosos imperiales. Inghalot hacía mucho que había pasado esa barrera que tanto temían los hombres de La Cresta. Que los imperiales no entrasen en La Cresta era más por lo que él había conseguido que por el supuesto miedo que los habitantes del marginal barrio creían que los soldados imperiales tenían al barrio. Es verdad que en más de alguna ocasión algún imperial había intentado montar su propio negocio en La Cresta y no había acabado demasiado bien. Pero si no fuera por sus palabras ante el magistrado, La Cresta ya habría recibido un castigo ejemplar, y él lo hubiese perdido todo.

Inghalot había dispuesto a varios de sus hombres, escondidos en puntos claves, pues se suponía que solo los líderes de los clanes sabían el lugar, pero era mejor prevenir que curar. Él llegó mucho más pronto que ninguno de los otros líderes y terminó de controlar la puesta de largo de la reunión. Los líderes de los clanes convocados fueron llegando a partir de la hora convenida. Tenían permiso para traer a un hombre que entraría con ellos a la reunión y cuatro que deberían permanecer en una habitación. Para evitar confrontaciones entre los escoltas, Inghalot había preparado habitaciones suficientes, con bebida, comida y mujeres. Estarían bien tratados y separados de los hombres de los otros clanes. Para evitar problemas, el resto de las personas en la casa eran siervos, mayordomos. Se encargaban de recibir a los líderes, guiarlos al piso superior de la casa y hacerlos pasar a la sala de la reunión. Esos hombres iban desarmados y tenían orden de Inghalot de dejarse cachear si de esa forma los otros líderes lo requerían, por temor a su seguridad.

En la sala de reuniones, esperaba Inghalot, junto a su principal asesor. Fue recibiendo en persona uno a uno de los líderes que fueron sentándose en las sillas dispuestas alrededor de la mesa central. Durante los primeros momentos, los mayordomos llenaron copas de vino, dejaron bandejas con comida en la mesa y cuando todo estuvo como Inghalot quería se retiraron. Los acompañantes de los líderes permanecían de pie tras las sillas de sus jefes. 

-   Es un placer ver a tantos amigos aquí -comenzó a hablar Inghalot, como anfitrión que era-. Me hubiera gustado que nos reuniéramos por alguna cuestión de menor relevancia que la que debemos tocar hoy. También me hubiera gustado que Isppal y Nelbhur hubieran recapacitado en sus decisiones y estuvieran aquí hoy con nosotros, pero las cosas no han salido como nosotros queremos. Os he tenido que reunir hoy para tratar el problema que se ha convertido Jockhel…

Las palabras de Inghalot se perdieron en el golpe al abrirse la puerta de la habitación con estrépito. Los pasos a la carrera de una veintena de hombres armados con ballestas y espadas. Luego entraron cuatro individuos encapuchados. Uno de ellos, el más voluminoso, buscó una silla y la colocó junto a la mesa. 

-   Parece que me has llamado, Inghalot -dijo Jockhel entrando por la puerta-. Yo no haría movimientos extraños, mis hombres tienen los dedos nerviosos y los gatillos de esas ballestas son muy sensibles. Bueno parece que íbamos a hablar de mí, pues adelante, Inghalot, habla. O mejor porque no hablamos de ti. 

-   Abajo hay suficientes hombres para acabar contigo, solo hay que gritar y… -empezó a hablar Inghalot. 

-   Sabes, Inghalot deberías haberte cerciorado que tipo de putas contratabas para agasajar a tus invitados -le cortó Jockhel-. Es curioso lo que los Gatos se parecen a las mujeres de la calle. A no, es gracias al difunto Lord. Obligó a la Dama Ghirenna a que sus Gatos parecieran y trabajasen de ello. Ahora es muy fácil hacerlas pasar por lo que se parecen. Me temo que esos guerreros ya no os pueden ayudar.

Los otros líderes empezaron a gruñir, sabiendo que Jockhel les estaba contando la verdad, habían caído en una trampa, una que o la había organizado Inghalot, porque se había unido a Jockhel o peor, que el viejo de Inghalot se había dejado engañar. 

-   Es natural que estos hombres estén disgustados, pues ahora sus cuellos están a mi alcance, pero también el tuyo, Inghalot -prosiguió Jockhel-. Supongo que ahora estarás pensando cómo hacer para llamar a tus propios hombres, esos que tenías escondidos en posiciones claves, por si alguno de estos intentaba jugártela o no quería acceder a tus exigencias. Unos hombres que les matarían, a excepción del hombre que fuese a tomar el puesto de líder por orden tuya. Me encanta tu forma de organizar La Cresta. ¿Estos idiotas saben que has sido durante años el verdadero dirigente del barrio? ¿Saben que cada vez que uno parecía ir contra ti, lo eliminabas? Y lo mejor, ¿saben que mantienes tratos con el alto magistrado imperial?

Todos los presentes se quedaron en silencio. Inghalot podía ver los ojos sorprendidos y enfadados por igual de los líderes y creía suponer que detrás de la ostentosa máscara dorada de Jockhel debía haber una sonrisa triunfal. Pero lo que en verdad le molestaba era como ese advenedizo podía saber tanto de sus andanzas. Debía retomar la conversación o la cosa se pondría fea.


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