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martes, 19 de enero de 2021

Lágrimas de hollín (62)

Jockhel tomó una de las jarras que había sobre la mesa, olió lo que contenía y durante unos minutos simuló que pensaba algo. Sabía que los líderes ahora estaban mirándole, pero a la vez también echaban miradas a sus copas. Se rió por dentro, había conseguido que esos hombres creyesen que él sabía la verdad y habían dejado de tener en buena consideración a Inghalot. Si observaban sus copas, es que pensaban que su anfitrión podría haberles envenenado. Al final, Jockhel, se sirvió vino, pues eso contenía la jarra. Se llevó la copa a los labios y bebió un trago corto. Mientras bebía, notó las miradas llenas de alivio de los que le rodeaban. 

-   No está mal este vino, te habrá costado unas buenas monedas de oro, Inghalot -dijo por fin Jockhel-. Parece de importación. ¿Te lo ha regalado el gran magistrado Dhevelian por los servicios prestados? -Inghalot no dijo nada, ni movió un músculo-. Bueno si no quieres responder estas en tu derecho. Como ves, por las acciones de uno de tus supuestos amigos, yo me he enterado de vuestra reunión secreta, a la que como se iba a hablar de mi, he decidido que debía asistir, solo para ver que queríais decirme. 

-   ¿Qué nos vas a hacer? -intervino el líder que aún no había hablado, uno tan viejo como el difunto Lord. Era el líder de los Lucios, Nhartho, y según la información de Bheldur parecía y se movía como un sacerdote. Desgraciadamente no se apiadaba de la gente como ellos. Era un usurero, un comerciante que movía oro y esclavos por igual. Mucha gente del barrio le encantaría ver su cuerpo colgando de una soga y otros muchos les encantaría saber que hizo y a quien les vendió a sus allegados que tuvieron la mala suerte de estar en deuda con él y sus Lucios. 

-   Os haré una pregunta, una simple pregunta y según lo que respondáis sabremos lo que pasará con vosotros -aseguró Jockhel-. Bueno esta oferta no está dirigida a Mhardoc, pues debo cumplir mi palabra, sino me parecería a cualquiera de vosotros -a los líderes les costó aguantar un resoplido de desagrado ante el insulto-. Y tampoco a Inghalot, que tiene que responder por sus fechorías y su traición. 

-   ¡Tengo oro, mucho! -gritó Mhardoc, desesperado- ¡Te juraré lealtad! ¡Los mataré por ti si me lo pides! ¡No me mates y conseguirás mucho! 

-   ¿Oro? ¿Lealtad? ¿Sangre? -inquirió Jockhel burlón-. Crees que en verdad puedes darme lo que aseguras. No. No puedes. Tu oro, tus riquezas ya son mías. ¿Lealtad? Tú desconoces lo que es. Si supieras lo que significa, Lharko, tu segundo, nunca te hubiera traicionado. Tú hijo, un violador, un niño malcriado, merecía hace mucho un castigo. Pero tú le has permitido que haga lo que quiera y a quien quiera. No, no Mhardoc, tú no te puedes salvar. 

-   Yo puedo… -intentó hablar Mhardoc, pero las palabras no parecían salir de su boca. 

-   ¡Ja ja ja ja! -se carcajeó de pronto Inghalot, para la sorpresa de todos-. Siempre serás un cretino materialista Mhardoc. No eres capaz de ver a un hombre con principios, ni aunque este esté delante de ti. 

-   ¿Principios? Eso son las armas de los inocentes -espetó Mhardoc. 

-   Jockhel es un hombre de principios y ya ha dado su palabra -ironizó Inghalot-. Y su palabra está ligada a tu muerte. No hay nada que le ofrezcas que te salve. Acepta tu destino. 

-   ¡Vete al infierno! 

-   No te preocupes, tú llegaras primero -contraatacó Inghalot-. Pero prepárame una buena morada. Pues no tardaré mucho más que tú en llegar. Bueno, más bien, todos vosotros, prepáradme un recibimiento como es debido. Pues mi suerte está ligada a la sangre. Pero tardaré, ya que tendrá que torturarme para que le releve mis secretos. 

-   ¡Habla por ti, necio! -habló Nharto-. Nosotros solo tenemos que responder a una pregunta y nos salvaremos. 

-   ¿Necio? Si puede ser que sea un necio, pues me he dejado manejar por un jovenzuelo -asintió Inghalot-. Pero vosotros sois idiotas. Responded a su pregunta. Pero no lo lamentéis cuando os reunáis con los jefes de los clanes caídos. Vamos, responded. Hazles la pregunta.

-   Pues si gustáis, la pregunta es muy sencilla -indicó Jockhel-. ¿Qué buscabais para acceder a vuestros puestos actuales?

Jockhel se levantó de la silla y señaló con el dedo a Nharto, para que fuera el primero en responder. 

-   Poder -contestó Nharto. 

-   Poder -respondió Ibhel, cuando le señaló Jockhel. 

-   Defender a mis amigos y mi barrio -dijo Runn al ser señalado.

Jockhel aplaudió y se fue moviendo alrededor de la mesa, hasta quedarse junto al segundo de Runn, un joven de apariencia débil, muy enclenque, algo que no parecía cuadrar con los otros segundos, hombres fuertes. 

-   ¿Qué pasaría, Runn, si matase a este hombre? ¿Qué me harías? -inquirió Jockhel. 

-   Habías dicho solo una pregunta -espetó Nharto, que señaló a su segundo-. Si le quieres matar, hazlo, no pasaría nada, es prescindible. 

-   Esta pregunta solo es para Runn, Ibhel y tú podéis pasar de responder -indicó Jockhel-. ¿Qué harías Runn? 

-   Te perseguiría durante toda mi vida para sacarte las entrañas -contestó Runn con arrogancia. 

-   Gracias, Runn -dijo Jockhel, poniendo una mano sobre el hombro del muchacho y otra mano la dejó caer sobre la empuñadura de una de sus dagas.

Todos los presentes contuvieron el aliento, esperando ver como Jockhel desenvainaba la daga y le cortaba el pescuezo al joven. Ibhel y Nharto creían que lo haría para de esa forma poder decir que tenía que matar a Runn porque se convertiría en una amenaza para él. Claramente ambos creían que habían pasado la prueba y Runn no, por lo que en sus rostros habían aparecido unas tímidas sonrisas. Inghalot les miraba entretenido, pues veía que había subestimado a Jockhel durante todo momento y que por ello, no le había podido ganar y que su forma de vida se había acabado. No iba a rendirse. Aguantaría la tortura y vendería caro sus secretos. Si se mantenía firme, aguantaría el tiempo posible para que Dhevelian le vengase, pues el imperio no iba permitir a un hombre fuerte que no aceptaba su ley. Le haría el último servicio a su viejo amigo, pues sabía demasiado bien que Dhevelian no podía salvarle ya.

Entonces, se escuchó que Jockhel chasqueó los dedos y la habitación se llenó con el ruido de más chasquidos.

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