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martes, 12 de enero de 2021

Lágrimas de hollín (61)

Los ojos de Jockhel estaban fijos en el rostro de Inghalot y sabía que el hombre tenía que estar lleno de ira, porque él sabía parte de la verdad que tan bien había escondido durante años y había dado en el clavo con algo, lo de nombrarle amo y señor del barrio. Lo más importante ahora era impedir que intentase tomar la delantera. Jockhel sabía que Inghalot era hábil con las palabras. 

-   Te estarás preguntando, Inghalot, cómo sé tanto de ti y tus negocios secretos -volvió a hablar Jockhel-. Pues lo sé porque me he encargado de vigilar tus pasos desde que te envíe de vuelta a tu mensajero. 

-   ¡Pagarás por esa muerte! -espetó Inghalot, airado. 

-   No veo que estés en situación de amenazarme de ninguna forma -le recordó Jockhel-. Pero como parece que no quieres tomarte esto en serio, me parece bien. Supongo que te gustaría saber como me he llegado a enterar de toda la información que tan bien tenías escondida, esa que como mucho solo conoce tu segundo o ni eso. Pues es muy fácil, Inghalot, teniendo oídos en todas partes y sobre todo usando las bazas que se te presentan.

Inghalot le miraba con odio, pero Jockhel no le dejó contrarrestar. 

-   En verdad, ya estaba conspirando contra ti y tus supuestos aliados desde el mismo momento que me enviaste la primera carta, cuando con palabras hermosas me pedías que me reuniese contigo y el resto de líderes -prosiguió Jockhel-. Ahí ya sabía que esa invitación era una mentira, una trampa, solo querías formar un frente unido para acabar conmigo y quedaros con los territorios que consiguiera. O más bien, lo de los territorios es lo que les vendiste a estos amigos. Ya te encargarías una vez que me hubieras neutralizado en volver a trocear lo que yo conquistase para que nadie tuviera más poder que tú y regresar al status quo. 

-   ¿Eso que dice es verdad, Inghalot? -intervino uno de los líderes, uno de pelo negro y tez pálida. Jockhel sabía que era el líder de los Mantis y se llamaba Runn. Por lo que sabía su familia estaba emparentada con los hombres del sur del reino, al otro lado del gran río. Por lo que le había informado Phorto y Bheldur, podría ser el único que aceptase a unirse a ellos, aunque habría que vigilarle, pues no solía mantener los tratos y las alianzas demasiado tiempo. Pero su clan, los Mantis, eran un clan con poco poder. 

-   Puedes preguntarle, Runn y te contará medias verdades, te mentirá a la cara, como hace siempre -se burló Jockhel de Inghalot, que se removió en su asiento, intranquilo, pues estaba perdiendo la partida, no había hablado-. Runn, para Inghalot eres una motita de polvo, tú y los Mantis. Pero sigamos con mi disertación. Seguro que todos los presentes os preguntáis como he sabido encontrar el lugar de reunión. La clave es Mhardoc.

Todas las cabezas se giraron hacia un hombre corpulento, aunque no tanto como Usbhalo o Ghorma. De pelo rubio y ojos claros. Vestía de forma austera y sobria, sin adornos o alhajas doradas. Mhardoc tendría unos cuarenta años y era el líder de los Lobos. 

-   ¡Maldito traidor! -gritó un hombre de complexión delgada y cara chupada, con muchas manchas y verrugas en la cara. Jockhel sabía que ese era el líder de los Comadrejas, Ibhel. Se le tenía por un hombre rencoroso, cruel y desagradable, tanto a la vista como al trato-. Como salga de esta, pienso sacarte las tripas, sucio traidor. 

-   ¡Oh, no, me habéis entendido mal! -exclamó Jockhel-. Solo he dicho que Mhardoc es la clave, pero no un traidor. Solo que sus acciones pasadas le han ganado enemigos, incluso dentro de sus filas, ¿verdad Lharko? 

-   ¿Lharko? -repitió Mhardoc, girando la cabeza al hombre que estaba tras su silla. 

-   ¿Crees maldito imbécil que me iba a quedar con una sonrisa eternamente tras lo que le pasó a mi hijo? -preguntó Lharko-. ¿Creías que iba a dejar sin castigo a quien ordenó matarlo, sólo para contentar al vicioso de tu hijo? ¿Creías que iba a mirar a otro lado tras la muerte de la mujer en cuyas entrañas llevaba a mi nieto? No Mhardoc. Al final yo mismo te hubiera matado de alguna forma, pero hasta ahora mi esposa y mis otros hijos hubieran caído conmigo. Pero con su ayuda, me vengaré y tú no podrás hacer nada -entonces Lharko se volvió a mirar a Jockhel-. ¿Cumplirás tu parte del trato? 

-   Mis soldados capturarán a su hijo y te lo entregarán -afirmó Jockhel-. Lo que hagas con él poco me importa. Pero tú también me has prometido algo, ¿verdad? 

-   No me opondré a tus designios, Jockhel -aseguró Lharko-. Pero no volveré al frente, me dedicaré a vivir el resto de mi vida en paz. Los Lobos son todo tuyos, si es que queda alguno que se te una. Pero para ello, lo mejor es matar al macho alfa y a su camada. 

-   Es un sabio consejo, Lharko, puedes irte, mis hombres te acompañarán fuera y te escoltarán a tu casa -indicó Jockhel haciendo una seña a uno de sus hombres.

Lharko se marchó de la sala, junto a un par de hombres de Jockhel. Ahora tenía todos los ojos de los presentes fijos en él otra vez, pero por lo que podía ver, eran los ojos del miedo. A excepción de los de Inghalot, que por un momento le pareció ver el brillo de la desilusión y de la derrota. Un haz fugaz, que fue devuelto al escondrijo de donde había aparecido.

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